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 Homilía para el Miércoles de Ceniza

 Catedral, 5 de marzo de 201

 Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos el tiempo de la Cuaresma. Cuaresma es una palabra que le resulta familiar a todo el mundo, porque está vinculada al Carnaval. Pero no basta saber que las fiestas carnestolendas se mueven en el calendario de acuerdo con la fecha del Miércoles de Ceniza. Más bien deberíamos preguntarnos qué significa la Cuaresma y preocuparnos por conocer la propuesta que nos hace la Iglesia para este tiempo. Se trata de un tiempo de gracia, en el que nos preparamos para celebrar la Pascua de Jesús, su paso de este mundo al Padre, que es el gran misterio de nuestra fe y de toda la historia humana. Gracias a ese paso, también nosotros anticipamos nuestra propia pascua y nuestra redención.
El Miércoles de Ceniza es para los cristianos el día que marca el comienzo de un tiempo de oración, reflexión y austeridad. Ante todo, es un período en el que debemos rezar más. La primera invitación que escuchamos hoy en la Palabra de Dios es una fuerte exhortación a ‘volver a Dios’: “Ahora dice el Señor: Vuelvan a mí de todo corazón… desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo…” (Jl 2,12-13). Orar es responder a Dios que nos habla, por eso, para orar bien es necesario escuchar primero, y abrir el corazón con toda confianza ante el Señor, porque él es bondadoso y compasivo.
Se trata de hacerlo de todo corazón. Pero, “¡Tengan cuidado!”, –advierte Jesús en el Evangelio de hoy–. Advertencia que nos pone en guardia ante la tentación de la hipocresía, de una religión superficial, practicada sólo para ser vistos por la gente. Es necesario volver a Dios de todo corazón y animarse a comprometer con él toda nuestra vida. Pero para eso, es preciso dedicarle tiempo. No basta una invocación pasajera a Dios para pedir ayuda en alguna situación apremiante, o una oración dicha al pasar. La Cuaresma es un tiempo para a estar más con el Señor, desear escucharlo y suplicarle con humildad la gracia de experimentar su inmensa bondad y compasión.
Miremos a Jesús. Él nos enseña que el Padre nos atrae con lazos de amor y de perdón. No resistamos a su amorosa atracción. Él es el que mejor sabe lo que necesitamos. Una lógica muy sencilla nos dice que es necesario preguntarle a quien nos creó, cómo y qué hay que hacer para vivir con plenitud y dignidad la propia vida. La fe nos da luz suficiente para escuchar su palabra y para encontrarnos con Jesús. Y descubrir con él que no todo está bien en nuestra vida y que es necesario un cambio de rumbo. Hay que animarse a salir del acostumbramiento que produce vivir mal. Pero es posible sólo si descubrimos que es incomparablemente mejor el camino de humanización que Jesús nos propone.
También hay que estar prevenido ante un pensamiento que seduce con proyectos que descartan a Dios de la existencia o, a lo sumo, lo toleran como una devoción privada. “Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera”, escribió el Papa Francisco en su Mensaje para esta Cuaresma. El Dios de Jesús jamás se manifestó en contra de la libertad, del progreso y de la felicidad del ser humano. Por eso, la primera conversión debe estar orientada hacia el reencuentro con Jesús, suplicando que sea él quien ocupe el lugar central en nuestra vida. Convertirse a Dios es una respuesta que le damos a él, porque Dios nos amó primero (1Jn 4,19).
Pero no se puede separar el amor a Dios y el amor al hermano. Porque el que ama a Dios y lo coloca en el centro de su vida, debe amar también a su hermanos, nos recuerda el Apóstol Juan (cf. 1Jn 4,21). Con todos debemos cultivar sentimientos y actitudes que se parezcan cada vez más a Jesús. Hay un estilo cristiano de tratar a los demás, un estilo que se esfuerza por reflejar el modo en que Jesús trataba a las personas. Esa es la conversión pastoral y misionera que nos pide la Iglesia. A esa conversión podemos añadir también la conversión social, que es el cambio de mentalidad y de conducta que necesitamos para hacernos cargo efectivamente de nuestros hermanos y hermanas, y en primer lugar de los que están más desprotegidos.
El Papa Francisco nos impulsa a salir a las periferias geográficas, culturales y existenciales. En realidad, la conversión pastoral, misionera y social, nos debería llevar a mirar la realidad de nuestro pueblo desde los límites más alejados del centro. Allí nos vamos a encontrar con muchas personas y familias sin la atención de sus necesidades básicas y lo que es aún más grave, sin el anuncio de Jesús. Pero para ver esa realidad es necesario mirar hacia ese lado y caminar en esa dirección. Cada persona y cada comunidad deben preguntarse cómo viven su compromiso misionero y cómo se hacen cargo solidariamente de los hermanos y hermanas que más sufren.
En unos instantes más nos acercaremos en procesión para recibir la ceniza, que caerá sobre nuestras cabezas. Que ese gesto nos disponga para volver a Dios y acercarnos al prójimo con la gracia de un corazón humilde y renovado. Dios no se lo niega a nadie, pero no puede otorgarlo al hombre de corazón soberbio y altanero. Miremos con atención a la Virgen María y aprendamos de ella a vivir de cara a Dios y atentos al prójimo, especialmente de aquellos de los cuales estamos más alejados. ¡Feliz aquel que escuche la invitación de volver a Dios y le responda sin vacilar!

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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