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 Homilía para la Misa Crismal

 Corrientes, 16 de abril de 2014

 
 La Misa Crismal, que celebra el obispo con su presbiterio, tiene dos momentos particulares: la bendición y consagración de los óleos, y la renovación de las promesas sacerdotales. Ambos momentos están estrechamente unidos. La renovación de las promesas sacerdotales se orienta a renovar el servicio que prestamos los sacerdotes, es decir, el servicio de bautizar a niños y adultos para introducirlos a la vida de la gracia; de prepararlos luego para participar plenamente en la Eucaristía y de confirmarlos en la fe; y, finalmente, de fortalecer a los enfermos con el óleo destinado para ellos.
Por eso, la celebración de la Misa Crismal es una ocasión providencial para renovar nuestro sacerdocio, porque es esencial que el sacerdote renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo, para que el ejercicio de su ministerio se asemeje cada vez más a Él, que siendo Cabeza y Pastor de la Iglesia jamás deja de ser servidor de todos.
Comparto con ustedes, queridos sacerdotes y fieles que hoy los acompañan, el gozo espiritual de renovar sus promesas sacerdotales. Si bien me corresponde hoy a mí presidir esta renovación, sin embargo, junto con ustedes, también yo deseo renovar mi consagración, para que juntos seamos sacerdotes, ante todo de Jesús Buen Pastor, entregados sin reservas a nuestro pueblo fiel, estando cerca de nuestra gente para animarla en la fe, fortalecerla con los sacramentos, alentar a los más rezagados y buscar afanosamente a los que se alejaron. Hoy renovamos nuestras promesas sacerdotales, para entregarnos con toda el alma al servicio de la comunión y la misión.
Ungidos para la comunión y la misión
Los sacerdotes fuimos ungidos para comunión y la misión. Nuestra tarea no es meramente funcional. No cumplimos un horario de atención al público y luego nos dedicamos a nuestra vida privada. Es muy importante que tengamos presente dos cosas: que somos personas enviadas y que nuestra vida entera es misión. La experiencia del envío parte de una experiencia de comunión. La Iglesia, misterio de comunión, nos envía. Fuimos ungidos para la misión y no podemos comprendernos a nosotros mismos si no es por la comunión para la misión.
Y esa hermosa y profunda verdad se realiza en nuestra vida cotidiana en tanto en cuanto somos y existimos en comunión real con el obispo y con el presbiterio. Por ello, todo lo que hagamos y la tarea ministerial que desarrollemos, debe tender a la comunión y a la misión.
Una de las tentaciones que nos acecha a los ministros de la comunión es la división, como lo señaló el Papa Francisco en su reciente Exhortación: “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras!” No debemos olvidar jamás que el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, son siempre una luz que ilumina y atrae. Y a nosotros, sacerdotes, se nos ha confiado la tarea de presidir la comunión y ayudar a madurar la unidad en nuestras comunidades. Porque solo comunidades unidas crecen en el entusiasmo de la misión.
Ungidos para la predicación
Quisiera destacar la predicación, como una de las tareas principales que estamos llamados a realizar y que debe producir frutos de comunión para la misión. El Santo Padre ha destacado muchísimo el ministerio de la predicación y la necesidad de una adecuada preparación para la misma. Nos recuerda que la predicación se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador, y de que es Él quien despliega su poder a través de la palabra humana.
¿Qué implica esta convicción? –se pregunta el Papa–, y nos recuerda que la Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado. Y enseguida añade, este ámbito materno-eclesial en el que se desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos.
Y, concluye con una hermosa reflexión: “la identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos –y predilectos de María–, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de esos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio”. Nosotros podríamos añadir que para que nuestro pueblo sienta esos abrazos de Dios, somos nosotros, los sacerdotes, los primeros que debemos dejarnos abrazar por el Padre, experimentar su perdón y misericordia, para luego comunicar ese cálido abrazo de Dios a la comunidad que la Iglesia ha confiado a nuestro cuidado pastoral.
Ungidos para iniciar a otros en la fe
Como decíamos, fuimos ungidos para la misión. Ungidos en Cristo, para vivir en él y comunicarlo gozosamente a nuestros hermanos. Junto con la predicación, que consiste en anunciar con alegría el Evangelio, se nos ha confiado la responsabilidad de iniciar a los fieles en la maravillosa aventura que significa vivir como discípulos y misioneros de Jesucristo. Es decir, de iniciar a otros en la fe. La pregunta que nos hacemos con frecuencia es si realmente iniciamos en la fe a las personas que escuchan el mensaje que les predicamos.
Nos preocupa, por ejemplo, constatar que más de la mitad de los niños que se preparan para la primera comunión, luego no se confirman; o que muchas familias que traen a bautizar a sus niños y la mayoría de los que se acercan para la fiesta patronal o peregrinen hacia los santuarios, luego no participen activamente en la vida de la comunidad parroquial; o ver que personas que tienen responsabilidades públicas y que se profesan católicos, actúen contrariamente a los principios del Evangelio y la enseñanza de la Iglesia.
Esa realidad nos debe llevar a revisar nuestro modo de iniciar y acompañar a los hermanos en la fe. Estamos decididos a hacer esa revisión en conjunto con las comunidades, movimientos e instituciones. Y con la gracia de Dios, ayudarnos entre todos a vivir con más fervor nuestra fe y buscar los medios más adecuados para iniciar a otros en este maravilloso camino del discipulado y la misión.
Por lo tanto, hoy les anuncio oficialmente que daremos comienzo a la preparación de la Primera Asamblea Arquidiocesana, cuyo tema será: “Iniciación a la Vida Cristiana-una Iniciación a la Comunión y a la Misión”.
Les pido a todos que recen por esta intención. Supliquemos juntos al Espíritu Santo para que nos ilumine y guíe en este camino de preparación de la Primera Asamblea Arquidiocesana. En los diversos encuentros de reflexión y de trabajo que realizaremos en vista de la mencionada asamblea, les propongo que los iniciemos y concluyamos con las oraciones Ante la Cruz de los Milagros y a la Tierna Madre de Itatí.
Por último, encomiendo a nuestros sacerdotes y a mí mismo a la oración de todos ustedes. Juntos damos gracias a Dios por cada uno de ellos, y con ellos oramos pidiendo al Dueño de la Mies que envíe más obreros para el campo de su Iglesia. Todo esto lo ponemos confiados en las manos maternales de María de Itatí y nos disponemos a renovar con el corazón agradecido y lleno de gozo las promesas sacerdotales. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

Nota:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", como HOMILiA MISA CRISMAL, el texto completo en formato de word


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