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Corrientes, 25 de mayo de 2014

 Te Deum

 “Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13,34)


 
 El mes de mayo y en particular el día 25, nos traen a la memoria los pasos valientes de aquella generación de patriotas que encaminaron nuestra Patria hacia la independencia. Al conmemorarla en este acto religioso, no queremos olvidar que esos hombres y mujeres fueron en su gran mayoría cristianos. No nos extraña, pues, que uno de los primeros actos de gobierno que ordenara la Junta de Mayo haya sido rezar el Te Deum y con la mayor solemnidad posible.
La generación de Mayo tenía pleno conocimiento de los valores esenciales sobre los que se funda la fe cristiana: la verdad, la libertad, la justicia y el amor (1). La fe, por ser levadura de amor y de libertad, brinda fundadas esperanzas para pensar que es posible la utopía de construir un pueblo libre y soberano, capaz de convivir en paz y fraternidad.

La unidad en el origen conduce al encuentro
En la reciente Exhortación Apostólica, el Papa Francisco, reflexiona sobre cuatro principios para avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad. Esos cuatro principios son: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte (2). Este no es el momento para exponerlos, pero recomiendo vivamente su lectura a todos los que tenemos responsabilidades en la dirigencia.
Sin embargo, me detengo aunque sea brevemente en la prevalencia que le corresponde a la unidad sobre el conflicto. Al respecto, el Papa Francisco, advierte que es normal que las diferencias provoquen conflictos, pero no es normal que las diferencias provoquen enfrentamientos, divisiones y eliminaciones entre las personas y grupos. Si uno parte del conflicto, o de una visión parcial de la realidad, inevitablemente provocará enfrentamientos, que se sucederán indefinidamente. Los conflictos se pueden resolver partiendo de una visión y de una experiencia previa y originaria de la unidad. Si no, el conflicto se vuelve crónico, vicioso, adictivo.
Si uno parte del amor, tiene muchas más probabilidades de llegar al amor, a condición de que durante el proceso persevere pacientemente en la opción que diera origen a su punto de partida. Pero esta constancia en el bien y en el amor al prójimo hasta las últimas consecuencias, ¿se podrán alcanzar sólo con las propias fuerzas? Otro interrogante crucial es este: ¿quién tiene el poder de sanar el corazón del hombre? De la respuesta que demos a esa pregunta, se seguirán luego las opciones ideológicas y las acciones políticas correspondientes.

Dios: garantía de amistad para el pueblo

Dios mismo es la garantía de que es posible la constancia en el bien y el amor al prójimo. Lo hemos escuchado en el Evangelio: ámense los unos a los otros como yo lo he amado (3). El ‘como’ yo lo he amado lo contemplamos en la cruz. Jesús nos asegura que el amor vivido en esa medida triunfa y es fecundo; es un amor que dignifica la persona, edifica la familia y funda pueblos. ¿Quién otro podría darnos la certeza de que, a pesar de todo, el amor realmente vence el mal?
San Pablo, en la Carta a los cristianos de Éfeso que se acaba de proclamar, es categórico: Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en uno solo reconciliándolos con Dios, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su propia persona (4). En esa acción, el Apóstol describe la profundidad y las consecuencias que alcanza el amor de Dios por nosotros. En esa luz, el verdadero amor al prójimo llega hasta el extremo de dar la vida. Aquí está el fundamento seguro para dar solidez a la amistad y la fraternidad entre los hombres.
Es muy bella y profunda la reflexión que hace el Papa Francisco sobre el gusto espiritual de ser pueblo. Advierte que hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás, concluye diciendo Francisco.

La amistad social es don y tarea
La fe cristiana –la misma fe que iluminó la inteligencia y fortaleció la voluntad de la generación de Mayo– además de fundar la convivencia de un pueblo sobre los valores de la amistad social, nos revela la referencia a un Padre común de todos los hombres. Como toda familia, la verdadera fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de esa paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, es decir, ese hacerse ‘prójimo’ que se preocupa por el otro –asegura el Papa–.
Esas verdades fundamentales de que Dios es Padre, que nos creó por amor y nos hizo a imagen suya, y a todos iguales en dignidad y hermanos unos de otros, nos acompañaron desde nuestros orígenes como pueblo y nos han dado una identidad y una misión: ser un pueblo de hermanos. Así lo entendieron los hombres de Mayo, que en su condición de creyentes, uno de los primeros actos que realizaron fue dar gracias a Dios, reconociendo que la Patria es un don. No se atribuyeron a sí mismos el éxito de la trascendente gesta que iniciaron, a pesar de haber puesto toda su inteligencia y su coraje al servicio de la libertad y del bien de su pueblo. Y así comprendieron que la Patria, además de ser un don, es también una tarea.
Estamos aquí porque tenemos la firme decisión de caminar juntos, de convivir en paz y de trabajar por una prosperidad compartida, cuidando a los más débiles, como se espera de toda persona, familia o comunidad, que no haya endurecido su corazón ante el dolor ajeno. Esa tendencia a establecer vínculos de amistad y de cuidado recíproco, es más fuerte que la propensión a la indiferencia o al aniquilamiento del prójimo, aun cuando a veces la realidad lo desmienta y tengamos que lamentar tanto sufrimiento.
Sin embargo, y a pesar de todo, somos testigos de una verdad irrefutable: tenemos una patria y somos un pueblo que queremos construir vínculos de fraternidad entre nosotros y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. A diferencia de la generación que puso las bases de nuestra soberanía, hoy tenemos un conocimiento mayor de los contenidos y de las exigencias a las que nos desafía la fe cristiana. Por eso, en este nuevo aniversario de nuestra Patria, lo reafirmamos: queremos buscar caminos para afianzar la amistad social y desterrar todo aquello que la disminuye o la pone en riesgo.
Ante a la Santísima Cruz de los Milagros y al amparo de la tiernísima Madre de Dios y de los hombres, oramos por nuestros gobernantes para que todas sus decisiones y acciones se orienten al bien de nuestra gente. Pidamos también por todos nosotros, para nos amemos y valoremos como un pueblo de verdaderos hermanos y hermanas, peregrinos hacia la patria del cielo y empeñados en dejar nuestra patria terrestre mejor y más bella para las próximas generaciones. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTAS:
(1) Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 197.
(2) Cf. Evangelii Gaudium, n. 217-237.
(3) Cf. San Juan, 13,34.
(4) Cf. Carta a los Efesios 2, 14-16.

A la derecha de la página, en "Otros archivos", como HOMILIA TE DEUM, el texto completo de la homilía en formato de word.

 

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