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 Homilía en la festividad de San Pantaleón

 Corrientes, 27 de julio de 2014


   San Pantaleón es patrono de esta comunidad parroquial, pero su devoción va mucho más allá de los límites de esta parroquia, atrayendo devotos de diversos lugares de nuestra ciudad y del interior. ¿Qué tiene este santo para provocar esa atracción tan poderosa? ¿Será porque es cumplidor? ¿Porque responde a nuestros pedidos? Ése puede ser un motivo valedero, pero convengamos que sería un poco interesado recurrir al santo sólo porque ‘cumple’. En el corazón del devoto tiene que haber algo más para que sea una devoción auténtica.
Recordemos que los santos tienen una doble misión. La primera, interceden ante Dios por nosotros. Y eso fue lo que respondimos al decir que cumple con nuestros pedidos; y la segunda, que la vida del santo nos estimula a ser santos, nos entusiasma a imitarlo, y esto nos cuesta más.
Detengámonos un poco en la intercesión. El santo puede interceder ante Dios porque está cerca de él, vive en su presencia. Esa cercanía lo habilita, por así decir, para hablarle a Dios de nuestras necesidades. ¿Quién nos da la certeza de que ese santo efectivamente está en presencia de Dios? Eso lo hace la Iglesia cuando proclama que esa persona efectivamente está junto a Dios, como sucedió hace poco con San Juan Pablo II y San Juan XXIII. Esa cercanía significa que ellos llegaron a la meta. Y esa meta es a la que estamos llamados todos.
La devoción no puede ser sólo sentimiento; es necesario conocer la vida del santo para ser devoto suyo. Devoción es familiaridad y familiaridad es confianza y conocimiento. Sé quién es, conozco su vida, le tengo confianza, quiero vivir inspirándome en su ejemplo, deseo como él, llegar a la meta que es Dios mismo.
¿Cómo se podría pedir la intercesión a un desconocido? No es razonable pedir a alguien que interceda por nosotros sin conocer de quién se trata. Tampoco bastaría con acordarnos de él solo en la novena y fiesta patronal, o solamente en los momentos que necesitamos de ellos. Eso sería muy egoísta de nuestra parte y no hablaría bien de la calidad de nuestra devoción al santo. Para tener un trato amigable con el santo, es necesario conocer su vida y pedir la gracia de entusiasmarse en imitarlo.
Podemos estar seguros de que el primer regalo que los santos quieren hacernos es precisamente lo que ellos mismos vivieron con intensidad y descubrieron como el mayor tesoro de su vida: la fe en Jesús y en la Iglesia. Por eso, decíamos antes, que es importante conocerlos, saber cómo vivieron la fe en su vida cotidiana, cómo le hicieron frente a las dificultades, incomprensiones, enfermedades y fracasos, y también cómo vivieron sus alegrías más profundas.
Conocer la vida del santo nos enseña a vivir la nuestra. Además, el hecho de conocerlos, nos inspira mayor confianza para recurrir a ellos y suplicar su intercesión. La devoción crea familiaridad, porque nos impulsa a tener un trato frecuente con el santo. La autenticidad de la devoción se comprueba si esa devoción aumenta nuestro amor a Jesús y mejora día a día el amor a los hermanos y hermanas que Dios pone en el camino de nuestra vida.
Ahora demos una mirada a la vida de San Pantaleón. Como ustedes saben, Pantaleón era un joven médico, cuando escuchó hablar a un sacerdote sobre la persona de Jesús. Ese joven profesional quedó muy impresionado de la belleza del cristianismo y se entusiasmó con vivirlo a fondo. Pidió al sacerdote que lo instruyese más sobre los contenidos de la fe. Poco a poco, la presencia viva de Jesús se le grabó tan hondo en su vida, que más tarde ni la tortura, ni los sufrimientos que tuvo que padecer por ser cristiano, lo apartaron de su fe. San Pantaleón, hombre de ciencia, consideró el don de la fe más importante incluso que su propia vida. En él se destaca de un modo heroico el trato que tuvo con los enfermos. El enfermo es una persona que necesita de cuidado, atención especializada, y, sobre todo, trato humano y misericordioso.
La devoción a San Pantaleón tiene que ayudarnos a crecer en la fe, a participar más activamente en la comunidad, y a producir un cambio profundo en el modo en que tratamos a los otros. San Pantaleón nos estimula con su ejemplo y, además, intercede ante Dios para alcanzarnos la gracia para que vivamos una vida distinta. Una vida que se distinga, como la de nuestro santo, por una gran fe en la cruz de Jesús y por un modo diferente de tratar a nuestro prójimo. Si he participado en la novena y en fiesta en honor al santo patrono, no puedo salir de aquí igual que cuando entré.
Que nuestra devoción no se quede sólo en un sentimiento pasajero, como una especie de narcótico que nos dura sólo mientras estamos en el templo, y desaparece apenas trasponemos el umbral de la Iglesia. Eso no nos sirve ni para esta vida y menos aún para la otra. La devoción auténtica transforma de un modo progresivo toda la existencia de una persona. La hace mejor, más plena, más alegre y con una mayor capacidad de sacrificio por los otros. La devoción es misionera, se hace notar en la fidelidad matrimonial, en el cuidado de los hijos, en la atención a los abuelos y ancianos, en la responsabilidad con la que se asume el trabajo, en el servicio desinteresado de la función pública y en la generosidad con la que desempeñamos los servicios en nuestras comunidades cristianas.
Decíamos al inicio que el santo intercede por nosotros y nos estimula con su vida para que no nos desanimemos en nuestra lucha por ser mejores, y para que estemos dispuestos a empezar todos los días. La providencia de Dios puso en el camino de nuestra vida a San Pantaleón. A él le suplicamos que nos alcance la fortaleza de los humildes que confían en Dios y por eso se entregan con alegría al servicio de los otros, especialmente de los enfermos y de los más necesitados. Que esta novena y fiesta patronal en honor a San Pantaleón, nos entusiasme a vivir nuestra fe y a manifestarla con valentía en nuestra vida diaria. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes

NOTA
: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA SAN PANTAELON, en formato de word.


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