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Homilía en el décimo aniversario del Xº Congreso Eucarístico Nacional

Corrientes, 5 de septiembre de 2014


 El Congreso Eucarístico Nacional, que hemos celebrado hace diez años en nuestra Arquidiócesis, ha quedado profundamente grabado en la memoria, no sólo de los correntinos, sino de todos los que hemos participado de ese momento trascendente en nuestra Iglesia. Los testimonios que fui escuchando durante estos años sobre lo que ustedes han vivido en ese encuentro eucarístico son muy elocuentes. Personalmente recuerdo las caras de gozo y de cansancio de tantos servidores en la emocionante clausura del Congreso. Por mi memoria desfila la belleza de las celebraciones eucarísticas y, sobre todo, el momento inolvidable de la visita de la imagen auténtica de la Virgen de Itatí. Fue muy emotivo ver a esa multitud de fieles acompañada de tantos diáconos, sacerdotes y obispos, y, ¿quién lo iba a pensar?, entre nosotros se encontraba en ese momento también el actual Papa Francisco. Por otra parte, qué laboriosa y eficiente fue la tarea de Mons. Castagna, coordinando una infinidad de actividades en las que colaboraban generosamente un enorme número de laicos, religiosas y sacerdotes. Y recuerdo una nota distintiva que marcó todas las jornadas del Congreso: la alegría espiritual y la comunión que reinaba entre todos los colaboradores y participantes. Fue una verdadera fiesta de la fe.
Ciertamente, ese encuentro eucarístico nos ayudó a crecer como Iglesia. Entre los muchos beneficios espirituales que recibimos, quisiera destacar la formación que ayudó a profundizar la centralidad insustituible de la Eucaristía en la vida del creyente y de la comunidad; la adoración eucarística, que se convirtió en una práctica devocional en muchas parroquias y capillas de la arquidiócesis; la creación del Santuario Eucarístico en el Monasterio de las Hermanas Clarisas y la Adoración Eucarística permanente, que se realiza en la Iglesia de Santa Rita de nuestra ciudad, y de la cual pronto se van a cumplir tres años ininterrumpidos de adoración. Estas son algunas señales del impacto profundo que produjo el Congreso Eucarístico en la fe de nuestra gente. Pero son innumerables las transformaciones que ha obrado la gracia de Dios en los corazones de los fieles y que solo Él conoce. ¡Bendito sea Dios!
En coincidencia con el Congreso Eucarístico, la Providencia de Dios dispuso que la fecha de su clausura coincidiera con el aniversario de la Dedicación de esta Iglesia Catedral. Por eso hoy, además de cumplirse el décimo aniversario más del Congreso Eucarístico, también conmemoramos un aniversario de la dedicación de esta Iglesia. El significado más profundo de una Iglesia Catedral, lo tenemos que buscar en la Eucaristía. La Catedral es signo visible de la comunión de nuestra Iglesia arquidiocesana, y sede del obispo. Y la fuente y cumbre de esa comunión es la Eucaristía. En ningún otro momento y lugar, la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, alcanza su máxima plenitud, sino cuando somos convocados a celebrar la Eucaristía presidida por el obispo. En realidad, un congreso eucarístico no tiene otro objetivo que ayudarnos a profundizar y a vivir el inagotable Misterio de la Pascua, y a asumir las consecuencias que tiene para nuestra vida participar en la dimensión sacramental de ese misterio.
Vayamos ahora a la Palabra de Dios. En ella, los peregrinos de la fe siempre encontramos luz y fortaleza para nuestra vida. La primera lectura del profeta Nehemías relata un acontecimiento trascendente que vivió el pueblo de Israel. Aquello sucedía unos cinco siglos antes de la venida de Cristo: el pueblo elegido, luego de pasar por innumerables penurias, como la destrucción de Jerusalén, el hambre, el permanente acoso de sus enemigos, al final se recupera, asegura sus fronteras y vuelve a encontrarse con la Palabra de Dios, a la que proclama con toda solemnidad en la plaza central. Pero lo más interesante son las palabras de despedida que en ese momento les dirige el profeta: “Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque éste es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes”. El mensaje que deja el profeta es profundo: “manden una porción al que no tiene nada preparado” y “la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes”. La alegría en Dios que vive el creyente se hace necesariamente caridad con el prójimo.
El Evangelio nos deja un mensaje muy parecido. Zaqueo, que vivía hundiéndose en la tristeza de lo que había acumulado para sí, una vez tocado por Jesús y al recibirlo en su casa, inmediatamente sintió la necesidad de liberarse de lo que había amontonado y compartirlo con los pobres. Cuando nos encontramos con el amor de Jesús y dejamos que él toque nuestro corazón, nos lanza hacia los demás, hacia la misión y fortalece con la alegría el corazón del misionero. Por eso, la comunidad cristiana que celebra la Eucaristía y participa verdaderamente en ella, siempre se pregunta dónde están los hermanos necesitados para compartir con ellos los bienes que Dios nos regala.
Eso fue precisamente lo que hemos reflexionado hace diez años en el Congreso Eucarístico con la frase bíblica: “Denles ustedes de comer”. Esa frase la pronunció Jesús durante la multiplicación de los panes, una frase de indudable sabor eucarístico y de un fuerte reclamo a la conversión, para vivir la vida más decididamente de cara a Dios y orientada hacia el prójimo. También el próximo Congreso Eucarístico Nacional, que se va a celebrar en Tucumán el año 2016 en coincidencia con la finalización del Bicentenario de la Independencia, va a tener como lema la primera frase de la Oración por la Patria: “Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos”. A Él va dirigido nuestro clamor y a Él confesamos como el único que tiene el poder de convertirnos en hombres y mujeres que se quieren y están firmemente decididos a socorrerse en sus necesidades.
Sí, Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos como te necesitó el pueblo de Israel para que reconstruyamos los lazos de amistad en torno a la Palabra de Dios y de la tierna presencia de la Santísima Virgen; te necesitamos como Zaqueo para que nos libres de la ambición, de las hostilidades, de la falta de diálogo, del abandono de los pobres y tantos otros males que nos paralizan y oscurecen nuestra vida; te necesitamos, Señor, para que nos ilumines con la luz y el poder de tu Espíritu Santo, y nos lleves por el camino del diálogo sincero, de la valoración y el respeto del otro, del encuentro y de la amistad con todos; te necesitamos, Jesucristo, Señor de la Historia, para que limpies nuestra mirada de los obstáculos que nos impiden reconocernos hermanos y hermanas peregrinos de una única familia humana.
Que la conmemoración del décimo Congreso Eucarístico Nacional renueve en nosotros el deseo de ser santos. Ser santo, que significa ser mejores discípulos de Jesús, dispuestos siempre a recibirlo con amor en nuestra casa; y misioneros más decididos a compartir la alegría de la fe con todos, especialmente con los que sufren y de los que están más alejados.
Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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