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 Homilía para el Te Deum en el 188º Aniversario de la fundación de Empedrado

 Empedrado, 14 de septiembre de 2014

 
  La fundación del pueblo de Empedrado coincide providencialmente con la festividad de Nuestro Señor Hallado. Esta bella imagen del Crucificado comparte la primacía fundacional de este pueblo con la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria de Ohóma, bajo cuya protección fueron colocados los primeros asentamientos poblacionales que colonizaron esta región. La historia cuenta que luego, hacia fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, existía una forma de ranchería alrededor de la capilla, que los vecinos consagraron al Señor Hallado. A partir de esa raíz cristiana y católica se fue desarrollando el pueblo de Empedrado. Año tras año, como corresponde a todo hombre que posee un corazón agradecido, este pueblo se siente convocado para dar gracias a Dios porque reconoce que su existencia se la debe a Él.
Ese reconocimiento agradecido de los orígenes quedó plasmado luego en el himno de Empedrado. Desde la primera estrofa del himno se escuchan los ecos de esa raíz espiritual, al nombrarse entre sus versos a las “campanas de argento teñir”, en alusión clara a los bronces que hacen oír sus repiques desde la torre del templo. Esa referencia inicial a las campanas, se abraza luego con la estrofa final, donde se exhorta a la fe y a la esperanza: “¡Adelante! ¡Empedrado! ¡Adelante! Con tu frente empeñada en el sudor, con la fuerza viril en tus brazos, y en su pecho la fe del Señor”. Es tan clara la matriz cristiana de este pueblo, que ningún empedradeño podría desconocerla y menos aún negarla. Hoy le toca a esta generación redescubrir el maravilloso don que significa pertenecer a este pueblo. Pero, al mismo tiempo que evocamos agradecidos ese don, debemos comprometernos en la tarea de hacerlo fecundo por el camino del progreso espiritual y material de sus habitantes.
Para ello, nada mejor que dirigir nuestra mirada creyente hacia los orígenes, donde contemplamos la figura de Nuestro Señor Hallado. Esa representación del Señor debe conducirnos al encuentro con Jesucristo vivo y resucitado. De poco y nada nos serviría una evocación histórica de nuestros orígenes, si no descubriéramos en esa conmemoración la presencia viva y real de Dios en medio nuestro. Esa imagen, hallada providencialmente por un peregrino que se dirigía devotamente hacia Itatí y que luego fue colocada como advocación con el hermoso nombre del Señor Hallado, contiene el poderoso mensaje de que ese Jesús que padeció y murió crucificado, resucitó de entre los muertos, venció el poder de la muerte, de tal modo que ni la muerte, ni el pecado, ni el mal tienen poder sobre él. Por eso, la fe en Jesús Resucitado nos lleva a exclamar: ¡Jesucristo, vida y esperanza nuestra! Por Él, con Él y en Él fue creciendo y desarrollándose la comunidad de Empedrado.
Jesucristo vivo nos comunica hoy su palabra. La hemos oído en la primera lectura. El mensaje que nos comunica es claro: el amor es el motor de la historia y no el odio. La paz y no la guerra hacen progresar a las familias y a los pueblos. El amor de Dios que se derrama en corazón del creyente es más fuerte que el odio y que la muerte. El amor del Señor Hallado es el que funda sobre bases sólidas el vínculo amoroso entre un hombre y una mujer; sobre ese amor, dirigido hacia el prójimo, se puede construir una convivencia social y política, en la que todas las acciones se orienten realmente hacia el bien de la gente y privilegien la atención y el cuidado de las personas y familias más pobres y vulnerables.
Si extraviáramos de la memoria la imagen del Señor Hallado, correríamos el riesgo de perder no sólo el mensaje más profundo e inclusivo que en ella se representa, sino que quedaríamos huérfanos del amor de Dios. La orfandad más desoladora para el ser humano es no sentirse amado por Dios. Por eso, dichosos nosotros que hoy podemos renovar en nuestros corazones, como lo han hecho las generaciones de empedradeños que nos precedieron, la fe en Nuestro Señor Hallado, con las hermosas palabras del Salmo: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar…, tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida”.
La Perla del Paraná, como se conoce a este atractivo pueblo gracias a la belleza de sus orillas, no puede reducirse sólo a la estética de su bella geografía. La belleza más profunda se define por la bondad y el amor que habitan en los corazones de los empedradeños. Dicho con otras palabras, el mayor atractivo que todo el mundo aprecia en una persona, reside en el modo en que ella trata a los otros. Dígase lo mismo de una familia o de un pueblo. ¿De qué le sirve una linda casa a una pareja si entre ellos se insultan y golpean? ¿Cuál es el beneficio que le reporta una bella geografía a un pueblo que no cuidara con amor a su gente? Por ello, recrear la memoria de los orígenes de nuestro pueblo, nos invita a renovar profundamente nuestra fe en Dios y convertirnos a un trato amistoso y de respeto con nuestros semejantes.
La paz que Jesús promete al que le abre sinceramente su corazón, es un don de Dios que lo fortalece y le da seguridad. Acabamos de escucharlo en el Evangelio: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!” En ese don de la paz es posible construir vínculos de verdadera hermandad con todos. El Papa Francisco nos recuerda que la cruz es el “lugar” definitivo donde se funda la fraternidad, que los hombres no son capaces de generar por sí mismos. Esa fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada, concluye diciendo el Santo Padre.
Pidamos que también nosotros nos hallemos con Jesús, como aquel peregrino que se dirigía a Itatí en los albores del nacimiento de nuestro pueblo. Y que su presencia amorosa ablande las durezas que nos enfrentan, y nos conceda el don de su paz, para que nos entreguemos con renovadas fuerzas a trabajar por una cultura del encuentro y de la amistad. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA:
A la derecha, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA TE DEUM EMPEDRADO, en formato de word.

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