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 Homilía en la festividad de Nuestra Señora de La Merced

 Corrientes, 24 de septiembre de 2014


  Nos encontramos aquí para honrar debidamente y con profunda devoción a Nuestra Señora de La Merced, titular de este hermoso templo, patrona de la Ciudad y sus contornos, varias veces jurada por el pueblo y sus dirigentes, y proclamada Generala del Ejército por Manuel Belgrano. Sin embargo, todos los títulos y honores que se le prodigan a esta mujer, se sustentan en la misteriosa y apasionante verdad que la proclama Madre de Dios. Gracias a su docilidad y entrega a Dios, Dios está definitivamente comprometido con el destino del hombre y, por lo tanto, también ella está presente en los acontecimientos que fueron y siguen conformando la historia del pueblo correntino.

La devoción a María es memoria, gratitud y compromiso

Nuestra participación en la procesión y ahora en esta solemne Misa, con la que culminamos la novena y la fiesta en honor de Nuestra Señora de la Merced, nos compromete con el juramento de los cabildantes, quienes el 13 de septiembre de 1660, juraron para siempre jamás, en nombre de todos los vecinos, festejarle su fiesta, las vísperas con todo regocijo, tenerla nueve días en novena; y el último, sacarla en procesión”, como consta en el acta original. En esa época, de la que transcurrieron ya más de tres siglos y medio, la gente recurría confiada suplicando misericordia y protección a la Virgen, porque sufría de terribles sequías, hambruna y pestes. En su bondadoso corazón maternal, el pueblo encontraba fortaleza para soportar la adversidad, grandeza de alma para socorrer a los necesitados, y ese gusto espiritual de sentirse hijos y hermanos de una misma familia.

Hoy nos acompañan otras pestes, hambrunas y sequías. Por eso, amadísima Señora, también nosotros recurrimos a vos para que nos ayudes a tener un corazón sensible y una mente abierta a los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas. Y al mismo tiempo, fortaleza y voluntad para actuar con decisión ante las desgracias que padecemos. La pobreza golpea cada vez más en muchos de nuestros hogares sobre todo en la periferia de nuestra ciudad. Nos preocupa la violencia entre los jóvenes, la que crece en las escuelas y en los núcleos familiares, donde la principal víctima es ante todo el niño y luego la mujer; y también esa otra que provoca inseguridad entre los vecinos y va en aumento en nuestra comunidad. Hasta hace poco, la trata de seres humanos para la explotación sexual era una expresión que se refería a un problema que sucedía en otro lugar; ahora se ha instalado en nuestra sociedad correntina: muchos hijos e hijas correntinos, Madre amadísima, terminan en esa lacra de la esclavitud moderna. Por otro lado, rostros de niños, adolescentes y jóvenes, víctimas de gente sin escrúpulos que propaga la droga y contamina hasta los parajes más recónditos de nuestra geografía provincial, se suman a los rostros angustiados de sus padres. Por otra parte, no nos alcanzan los hospitales para atender a los heridos y víctimas de los accidentes de tránsito. Señora nuestra de La Merced, dispensadora libérrima de las mercedes, te pedimos que cuides a nuestro pueblo y le concedas sabiduría a nuestros gobernantes para que se dediquen con todas sus fuerzas y recursos a mitigar el sufrimiento de nuestra gente.

La devoción a María libera y compromete

Sabemos que tus mercedes, amada Señora, se alcanzan de rodillas, con humildad y constancia. Es conmovedora la escena que relata el Evangelio de hoy. María está de pie junto a la cruz de su Hijo. Es a la vez profundo y trascendente el mensaje que allí se transmite: amor que se entrega, que perdona, que sostiene, que redime, que acompaña. No hay allí ningún atisbo de queja, ninguna sombra de odio, de discriminación, de venganza, de condenación. ¡Qué bien nos hace contemplarlo así! Allí no hay ideología, ni lecturas sesgadas o relatos afectados; allí no hay medidas para catalogar a los seres humanos en viables o inviables; pertenecientes a tal o cual credo, con tal o cual orientación sexual o pertenecientes a este o a aquel partido político. Allí está el ser humano amado por lo que es. Y ése es el amor que sana, restaura y pone de pie a la persona y a un pueblo. “Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado –dice el Papa Francisco– reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”.

Tal vez, los que hoy nos encontramos aquí para honrar a Nuestra Señora de La Merced, sentimos una pertenencia de grado diverso tanto hacia ella, como hacia la comunidad. También puede suceder que alguno esté aquí por compromiso. De todos modos, el solo hecho de estar presentes, nos compromete. Alguien que nos mire de afuera puede con toda razón decirnos: “vos sos uno de ellos”, como le pasó a Pedro la noche en que juzgaron a Jesús cuando no tuvo el coraje de reconocer que era uno de sus compañeros. Estaba ahí, viendo lo que pasaba. Alguien de afuera lo delató y Pedro, al cruzarse con la mirada de su amigo Jesús, arrepentido, lloró amargamente y enseguida se puso del lado de Jesús, hasta el punto de dar la vida por Él. ¿Cómo reaccionarías si alguien que no es de este grupo viene y te dice: vos sos uno de ellos?

La verdadera devoción es superadora de conflictos

No es indiferente que hoy estemos nosotros aquí, convocados por esta bella imagen de La Merced, en la que confluyen importantes acontecimientos no solo de la historia de nuestra provincia, sino también de la historia de nuestra patria. Ella es, podríamos decir, sinérgicamente representativa de nuestra historia, cultura e identidad. Ella fue siempre una presencia superadora de los enfrentamientos tantas veces sangrientos por los que atravesamos para ser independientes y para preservar los valores cristianos que conforman la identidad de nuestro pueblo. Contemplarla hoy, es un verdadero desafío para superar miradas parciales, sesgadas y sectarias sobre nuestra realidad, para descubrir, aquello que el Papa Francisco expresa con la frase “el gusto espiritual de ser pueblo”.

La devoción a María nos vincula espiritualmente a ella y, al mismo tiempo, compromete nuestros vínculos con los demás. La verdadera devoción a la Virgen es siempre una devoción comunitaria y misionera. Así lo entendieron los grandes misioneros en los inicios de la evangelización de nuestras tierras: Francisco Solano, Fray Luis Bolaños, Roque González, y tantos otros. Todos ellos grandes devotos de la Virgen. A fray Bolaños le debemos la bellísima imagen de la Virgen de Itatí. En ese contexto surgió la incomparable organización social, cultural, política y religiosa de las misiones franciscanas y jesuíticas con los pueblos guaraníes, que hasta hoy no tiene parangón en la historia. En ese contexto cultural vio la luz la primera imprenta en América, las primeras gramáticas en lengua guaraní, que dan testimonio incuestionable de la valoración no solo del idioma, sino también del reconocimiento de la dignidad del pueblo que lo habla. La verdadera devoción a la Virgen es una devoción liberadora e integradora de pueblos: allí lo tenemos al General Manuel Belgrano, luego de la memorable batalla en Tucumán, donde se decidió el futuro de las Provincias Unidas del Río de la Plata, colocando en las manos de la imagen de la Virgen de la Merced el bastón de mando, proclamándola Generala del Ejército.

La devoción es siempre comunitaria y misionera

La presencia de María, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced convocó al pueblo correntino junto con sus gobernantes, en diversos momentos de la historia, sobre todo –como recordábamos al comienzo– en tiempos de calamidades. Luego de haber sido varias veces jurada por el pueblo y sus dirigentes, la Legislatura Provincial sancionó la Ley por la cual reconoce a Nuestra Señora de la Merced “Patrona de la Ciudad y sus contornos” y el texto añade: “quedando la obligación de este gobierno de celebrarla cada año solemnemente”. Pero esta renovación anual no serviría de nada si no toca profundamente nuestro corazón. La formalidad exterior de la celebración adquiere fuerza transformadora si de veras alcanza las fibras más hondas de nuestra devoción. Y allí es donde Ella nos dirige suave y firmemente hacia su Hijo Jesús. Jesús fue la pasión de su Madre y Ella quiere que Jesús sea también nuestra pasión. La pasión por Jesús, dice el Papa Francisco, es al mismo tiempo una pasión por su pueblo.

“Cautivados por ese modelo –continúa diciendo el Santo Padre– deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad”. En ello consiste la verdadera devoción, que se convierte en pasión misionera.

Amadísima Señora: nuestros antepasados te honraron como a su patrona y protectora bajo la advocación de Nuestra Señora de La Merced. Agradecemos profundamente la herencia espiritual que con maternal cuidado fuiste ayudando a forjar en nuestro pueblo. Te suplicamos que renueves en nosotros el amor a tu Divino Hijo Jesús y nos alcances la gracia de sentir una profunda pasión misionera, para continuar construyendo nuestra convivencia ciudadana en la justicia, en amistad con todos y cuidando con amor a los más pobres y sufrientes, en esta hermosa y grande casa que habitamos a orillas del majestuoso Paraná. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

NOTA:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto coo HOMILIA DE LA MERCED, el texto en formato de word.

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