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Homilía en la Misa del 40º Aniversario del Instituto Roubineau

Corrientes, 23 de septiembre de 2014

Hoy nos hemos reunido para dar Gracias a Dios por el 40º Aniversario del Instituto Monseñor Roubineau. Antes de recordar algunas personas y circunstancias de los humildes comienzos de esta obra de la Iglesia, vayamos a la Palabra de Dios que siempre ilumina la mente y enciende el corazón de los que creemos en Jesús y somos miembros de la Iglesia. La clave para comprender este Evangelio es la paciencia y la humildad. La Palabra de Dios nos asegura que Jesús es paciente y humilde de corazón. Él es el modelo de la paciencia y la humildad y de Él aprendemos a ser pacientes y humildes.

Paciencia y humildad para educar
Digamos de entrada que esas son dos virtudes esenciales para el educador, esenciales también para cultivar los vínculos entre todas las personas que conforman la comunidad educativa y, especialmente, dos virtudes para ser forjadas en el educando. En realidad, sin paciencia y humildad nada puede crecer verdaderamente ni desarrollarse con normalidad.
¿Qué es la paciencia? La paciencia es esa capacidad de saber esperar, colocarse en el ritmo del otro, respetar procesos; es, por lo tanto, capacidad de escucha, de apertura, de aceptación del otro, de saber valorar a las personas por lo que son y no por su aspecto exterior.
El ambiente social en el que vivimos y la mayoría de los programas de televisión que consumimos, nos confunden cada vez más sobre el valor sagrado, único e irrepetible que es cada ser humano. La persona no vale más por su inteligencia, o por sus facultades físicas, posición social, nivel económico, o creencias a las que adhiere.
La persona humana vale por lo que es. Pero, ¿qué significa decir que la persona humana vale por lo que es y no por lo que tiene? Se trata de una pregunta fundamental: ¿qué es la persona humana? Y, ¿quién tiene autoridad para darnos una respuesta verdadera. O dicho más sencillamente: ¿a quién se le puede creer? A un compañero de clase que un día viene y te dice: ¡vení, probá, está rebueno! Y te ofrece una sustancia para sentir algo especial. O aquel otro que viene con la gran novedad: ¡mirá que no pasa nada! Y te invita a transgredir en lo que sea, alcohol, una peli porno, sexo, porque, no le hagas caso a tus viejos, eso era antes, disfrutá ahora y si no cuándo.

Jesús es paciente y humilde de corazón
A ustedes los inscribieron en una escuela católica por algo. No sólo para que aprendan a sumar y a restar, sino para que descubran que Dios los quiere, que ese Dios tiene rostro, que habla y que desea que cada ser humano sienta profundamente su abrazo de amor. Y que ese Dios no está lejos, está muy cerca y hoy nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y los aliviaré”. Él tiene la respuesta sobre lo que somos como personas humanas. Cuando más lo conocemos y nos acercamos a Él, mejor nos conocemos a nosotros mismos.
De Jesús aprendemos cuánto vale cada uno de nosotros para Él y cualquier ser humano en la tierra, independientemente de que sea bueno o malo. Jesús no se fija en las cosas exteriores, sino que mira el corazón y nos ama a cada uno por lo que somos. En el Evangelio lo vemos profundamente conmovido cuando se dirige a Dios su Padre y lo alaba exclamando: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños”.
¿Cuáles son esas cosas que Dios ha ocultado a los sabios y a los prudentes y se las ha revelado a los pequeños? La respuesta es una sola: el Reino del Padre. Y, ¿en qué consiste el Reino del Padre? En el Amor de Dios que Él quiere derramar en nuestros corazones. Para recibirlo, es necesario ser pequeño y humilde. Pequeño y humilde se contrapone a sabio y prudente. Sabio y prudente, en la mentalidad de Jesús, es el que juzga a los otros por las apariencias, es decir, por lo que tiene y no ve el corazón. En cambio, para Jesús el pequeño es el paciente y el humilde, el que se esfuerza por escuchar y estar abierto a los otros, el que se coloca en el lugar del otro y está siempre dispuesto a dar una mano. A esos, Jesús los invita a unirse estrechamente a Él, a llevar con Él las dificultades y sufrimientos de cada día, y a ser pacientes y humildes como Él. A esos Jesús les asegura que “así encontrarán alivio, porque mi yuyo es suave y mi carga ligera”.
Es cierto entonces que en la escuela uno aprende a sumar y a restar, pero también descubre algo que es mucho más importante: se da cuenta qué sentido tiene aprender tantas cosas y por qué hay que esforzarse todos los días para ir a clase, ser buen compañero y tener paciencia con sus semejantes, a veces también con los profesores, y siempre con los alumnos; aprende a valorar porqué es mucho mejor ser humilde, que es la virtud de los fuertes. Humilde en las relaciones entre los educadores, sean directivos, docentes, administrativos o personal auxiliar. Las personas humildes emprenden grandes cosas que luego benefician a toda la humanidad. Porque la persona humilde es paciente y la paciencia es la savia que hace crecer al ser humano. En cambio la persona soberbia es intolerante y aunque aparentemente haga grandes cosas, todo lo que emprende es inconsistente, no tiene duración, es todo apariencia.
San Pablo nos aporta unos pensamientos muy luminosos sobre el vínculo que debemos tener con Dios y, en consecuencia, cómo debemos tratarnos unos a otros. Ante todo, nos recuerda que fuimos perdonados por Dios y por eso nos alienta a que hagamos lo mismo con nuestros hermanos. Y se explaya aún más: “revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros”. De Jesús aprendemos lo que somos: hijos de Dios, amados y perdonados por Él. Por eso, termina deseando que la paz de Cristo reine en los corazones de los que formamos una sola familia con Él y nos exhorta a que vivamos dando gracias.

Humildad y paciencia en los comienzos
Hoy damos gracias porque un 23 de septiembre de 1974 se colocó la piedra basal sobre la que se levantaría el establecimiento secundario, al que se puso el nombre de Mons. Roubineau, en reconocimiento a su generosa dedicación a la labor educativa. Pero el P. Roubineau no estuvo solo en esa tarea. La señora Elisa Domínguez con un grupo de padres fundadores, el P. Paniagua y el entonces gobernador de la provincia, dieron inicio a este trascendental emprendimiento educativo, del que hoy celebramos el cuadragésimo aniversario de su fundación.
Hace poco me llegó el testimonio de una madre y docente fundadora, que hace referencia a los orígenes de este Instituto, y que decía así: “Todo era muy precario, pero había tantas ganas de sacarlo adelante, de poder hacer realidad el colegio que no importaban las incomodidades”. Paciencia y humildad son la fortaleza de los que emprenden grandes cosas en la vida, esas que benefician el espíritu y hacen crecer a las personas y a la comunidad toda.
Sin embargo, el reconocimiento profundamente agradecido va a la fundadora de esta comunidad educativa, constituida por El Patito Feo, el Colegio Sagrado Corazón y al Instituto Monseñor Roubineau, Elisa Ángeles Domínguez Harfuch. Ese reconocimiento tuvo su máximo galardón hace pocos días, cuando el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) reconoció con gratitud la trayectoria y vocación educativa al servicio de la Educación Católica a la Sra. Elisa Ángeles, otorgándole la Distinción Divino Maestro 2014.

Humildad y paciencia para continuar y perseverar
A nosotros nos toca hoy continuar esta obra, que tiene como objetivo principal colaborar para que todos los que estamos implicados en la tarea educativa de esta comunidad, desarrollemos al máximo los talentos que Dios nos regaló por su infinita bondad, nos distingamos por un excelente nivel de conocimiento que se imparte en estas aulas, y aprendamos a tratarnos unos a otros como hermanos con humildad y paciencia.
A María de Itatí, Madre y educadora de su Hijo Jesús, le suplicamos humildemente que nos enseñe a alabar a Dios por habernos manifestado su amor durante tantos años, que venga a nosotros su Reino de Amor, de Justicia y de Paz, y que se haga su voluntad, en la tierra como en el cielo. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes



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