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Homilía en la Misa de oración por el Sínodo para la Familia
y del encuentro del Papa Francisco con los abuelos y ancianos del mundo


Corrientes, 28 de septiembre de 2014

Nos hemos reunido alrededor del Altar del Señor, acompañados de los abuelos y ancianos, para responder con sentimientos filiales al pedido del Papa Francisco, que hoy todos rezáramos por el próximo Sínodo sobre la Familia, una realidad de trascendental importancia para la Iglesia y para el mundo. Y también queremos unirnos espiritualmente a la Primera Jornada de Abuelos y Ancianos, que convocó el Santo Padre en el día de hoy, bajo el lema “La bendición de una larga vida”.
Vayamos primero a la Palabra de Dios, porque en ella encontramos luz para comprender el tiempo que nos toca vivir y también para iluminar estos dos grandes acontecimientos que nos convocan. Las tres lecturas nos hablan de la verdadera santidad. ¿En qué consiste esa santidad? El Evangelio nos dice que consiste en “cumplir la voluntad del Padre”. Es precisamente la primera petición del Padre Nuestro: “hágase tu voluntad”, “que venga tu reino”. Por lo tanto, la verdadera santidad consiste en reconocerse hijo y vivir como hermano. Pero para ello es preciso convertirse, salir del pecado que nos saca del camino de ser hijos y hermanos.
En la primera lectura, el profeta Ezequiel, nos recuerda que somos libres y que si usamos mal de la libertad, no es culpa de Dios sino nuestra. En cambio, si nos apartamos del mal cometido, Dios nos devuelve la vida. La vida de hijos y de hermanos, podríamos añadir nosotros. San Pablo dirá luego que esa vida es la misma de Jesús, exhortándonos por eso a tener los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús. La verdadera santidad, es por tanto vivir con la mente y el corazón de Cristo, que es la mente y corazón del Hijo y del Hermano.
En el Evangelio Jesús nos advierte sobre el peligro de la formalidad exterior: decir “sí” y luego hacer otra cosa. Se trata de la apariencia. Para las personas religiosas, la apariencia es siempre una tentación. Que los demás me vean y poder dominar un espacio en la Iglesia –observa el Papa Francisco–. En ese corazón, Jesús no tiene lugar, porque el espacio interior está completamente ocupado por el yo. La verdadera santidad es salir de sí mismo y convertirse a Jesús, para ver todo como él lo ve, sentir como él lo siente y para actuar como actuaría él. Porque sólo si estamos estrechamente unidos a Jesús, podemos buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama. Entonces en el rostro del otro se ilumina el rostro de Jesús.
El Matrimonio cristiano y la familia tienen su origen y su fundamento en el amor de Dios. Por eso, la belleza del sacramento del matrimonio y de la familia cristiana se puede ver sólo si se los mira con los ojos de Dios. Sin esa mirada, todo cambia. El Sínodo para la Familia quiere mostrar la propuesta fascinante y hermosa que Dios tiene para el varón y la mujer que desean realizar juntos un proyecto de vida en el amor. Ese proyecto está bellísima expresado en la oración que compuso el Papa Francisco para que hoy la rezara todo el mundo.
En esa oración, la primera mirada va hacia Jesús, María y José. En ellos contemplamos el esplendor del verdadero amor. Las tres estrofas que siguen empiezan nombrando a la Santa Familia de Nazaret. La familia es un verdadero camino de santidad, por eso, lo primero que pedimos es que las familias sean un lugar de comunión, de oración y auténticas escuelas del Evangelio. Seguidamente, suplicamos que nunca más haya en las familias episodios de violencia y división; y si alguien fue herido o escandalizado, que pronto sea consolado y curado. Y por último, nos dirigimos a Santa Familia de Nazaret por el próximo Sínodo de los Obispos, para que nos haga tomar conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia y de su belleza en el proyecto de Dios.
Qué providencial es el hecho de que recemos por la familia el mismo día en que el Papa se encuentra con los abuelos y ancianos del mundo. Una familia sin abuelos es como un árbol sin raíces. No recibe la savia indispensable para que se desarrolle y adquiera la fortaleza necesaria para dar fruto y para hacer frente a las adversidades. Los abuelos y los ancianos son parte irreemplazable de la familia y de la sociedad. El Papa dijo hace poco que los jóvenes son nuestras alas y los ancianos nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales no sabemos quiénes somos y mucho menos hacia dónde vamos.
Hoy vemos con preocupación la marginación y silenciamiento a la que fueron relegados los abuelos y ancianos en nuestra sociedad. A esa expulsión social del anciano y en muchos casos también expulsión del contexto familiar, corresponde proporcionalmente también la expulsión de la sabiduría. Porque, no olvidemos, los abuelos y los ancianos son tesoros vivientes de la verdadera sabiduría de la vida. Ellos, por experiencia propia, poseen el conocimiento de aquello por lo que realmente vale la pena vivir. Si les prestáramos más atención, escucharíamos de sus labios auténticas palabras de vida y de orientación, que difícilmente podríamos escuchar en otra parte.
Los abuelos y los ancianos ya no pueden hacer muchas cosas y se mueven cada vez menos. Sin embargo a esa inactividad e inmovilidad, la reemplazan dos fortalezas: la presencia y la palabra. Con la presencia y la palabra ellos tienen una misión insustituible en la familia y también en la sociedad. Ellos siempre están, los hijos y los nietos pueden contar con su presencia, con su paciencia y buen humor, tan necesarios para una convivencia saludable. La palabra sabia y oportuna de la abuela o del abuelo es un verdadero capital espiritual para los hijos y los nietos. Abuelos y abuelas: enseñen a rezar a sus nietos y busquen momentos para hacerlo también con sus hijos y con toda la familia. No se cansen de insistir en eso y sean testigos alegres de la fe y la confianza que les inspira la Santa Familia de Nazaret.
Quisiera, para concluir, invitar a que valoremos el inmenso patrimonio espiritual que son los abuelos y ancianos en nuestras parroquias, capillas, movimientos de espiritualidad e instituciones. ¡Cuántos de ellos oran con fervor y constancia, ofrecen sus sufrimientos, soledades y limitaciones en estrecha intimidad con Jesús crucificado, con una fe inquebrantable y verdaderamente ejemplar! Busquemos el modo de valorarlos e integrarlos más activamente a la vida de la Iglesia y de crear espacios para que puedan decir su palabra y comunicar su sabiduría. Nuestros abuelos y ancianos están llamados a ser verdaderos discípulos y misioneros en nuestras familias, en la Iglesia y en la sociedad.
Jesús, María y José, junto con los abuelos, Joaquín y Ana, les pedimos por el Papa y por el próximo Sínodo de la Familia; y para nosotros la gracia de valorar la fe que nos transmiten nuestros abuelos y ancianos, y la capacidad de escucharlos y darles el lugar de preferencia que les corresponde y se lo merecen. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA, en formato de word.

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