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Homilía en la festividad de Nuestra Señora del Rosario

Corrientes, Iglesia Catedral, 7 de octubre de 2014


  Toda fiesta patronal es una ocasión providencial para agradecer los dones que hemos recibido de Dios; renovar el compromiso de hacerlos fecundos; y proyectarnos hacia nuevos horizontes de esperanza. Agradecer, renovarnos y proyectar hacia adelante, nos invita a tener tres miradas: hacia el pasado con gratitud; al presente con el realismo que nos da la fe; y hacia el futuro con la confianza puesta en Dios.

Memoria agradecida y esperanza confiada

Mirar hacia atrás, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para recordar de dónde venimos, es fundamental para saber dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. La memoria de un pueblo es mucho más que el folklore y las tradiciones, aun con todo lo bello que allí se atesora y que debemos cuidar con esmero. Aquí se trata de la memoria viva que recuerda agradecida las maravillas que Dios realiza en la historia de los hombres y de los pueblos. Sólo la memoria agradecida se abre a la esperanza confiada. Como María de Nazaret que guardaba en la memoria las cosas que iban sucediendo a su Hijo y las meditaba en su corazón. También nosotros debemos contemplar los acontecimientos y descubrir en ellos las señales de cercanía, de bondad y de misericordia que Dios manifestó a lo largo de nuestra historia.
Por eso, nos hace mucho bien recordar que el día mismo de la fundación de nuestra ciudad se designó a Nuestra Señora del Rosario como patrona de la iglesia matriz. Eso sucedía el 3 de abril de 1588 y está registrado en el acta de la fundación de la Ciudad de Vera, en el sitio que llaman de Las Siete Corrientes. Es así que con fundamento histórico se afirma que Nuestra Señora del Rosario es fundadora de nuestra ciudad. ¿Cómo no agradecer a Dios el inmenso don que fue la presencia de la Virgen Madre en el mismo instante que nuestra ciudad veía la luz? ¿Cómo no sentirla Madre de nuestro pueblo? Con toda razón podemos afirmar que el pueblo correntino es un pueblo mariano desde la cuna. Hoy queremos agradecerlo de corazón a Dios, porque se ha manifestado tan providente y bondadoso con nosotros desde los primeros instantes de nuestra existencia como pueblo.
La devoción a Nuestra Señora del Rosario se fue extendiendo rápidamente por toda la región. Ya a mediados del siglo XVIII es Patrona de General Paz. Más tarde un diminuto pueblo de Goya es elevado a rango de Villa de Nuestra Señora del Rosario; la misma devoción se encuentra luego en los pueblos de Monte Caseros y traspasando los actuales límites de la provincia, se la encuentra en diversos lugares de la provincia de Misiones. Hoy son innumerables los pueblos, ciudades y asociaciones del país que tienen a la Virgen del Rosario como patrona. Nosotros, además de la parroquia de Caá Catí, que está bajo su advocación, recordamos también a la Sociedad de peregrinos de la Virgen del Rosario, que este año celebran sus 80 años de vida. ¡Cuánta gracia se ha derramado en nuestro pueblo por intercesión de la Madre de Dios a lo largo de estos siglos!

María: ejemplo de gratitud y confianza en Dios
Ella continúa presente en medio de su pueblo, como lo narran los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura de hoy. Luego de que Jesús subió al cielo, los apóstoles regresaron del monte de los Olivos a Jerusalén (…) Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús”. Hace un momento dijimos que María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, estuvo presente en el acto fundacional de nuestra ciudad. Es propio de María, la Madre de Dios, generar hijos para su pueblo. Ella acompañó la gestación de la Iglesia, en la paciente espera de Pentecostés. Ella continúa su misión acompañando a su pueblo y sosteniéndolo en la esperanza. Ella, como buena Madre, al reunirnos bajo su manto, nos advierte de la amenaza de perder la memoria y del peligro de desconocernos como hermanos. A Ella le suplicamos que nos cuide a todos, nos dé sabiduría para no caer en la tentación de enfrentarnos unos contra otros, y nos enseñe a socorrer a los más débiles y excluidos, para que no les falten los bienes necesarios para vivir dignamente.
La grandeza de María de Nazaret estuvo en su fe y total disponibilidad al querer de Dios: “Aquí está la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. María sabía que lo mejor para ella y para la humanidad era lo que Dios quería. Comparto con ustedes una hermosa reflexión del Papa Francisco, sobre la acción que realiza el Espíritu Santo en María porque es dócil y se deja llevar por él: “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica” (EG, 286).
María sabe lo que Dios quiere porque reza y medita la Palabra y las acciones de Jesús. Era una mujer atenta, una mujer a quien no se le escapaba nada, pero no era chismosa. La persona chismosa se entretiene con cosas intrascendentes que no llevan a ninguna parte. María estaba atenta a las cosas importantes de la vida, esas que son útiles para asumir responsabilidades y enfrentar adversidades. Esa exquisita docilidad al querer de Dios que nos muestra la Virgen, ilumina el camino que debemos transitar hoy nosotros.

La oración crea amistad y fortaleza en Dios
La hermosa advocación de Nuestra Señora del Rosario es una señal que despierta nuestra conciencia sobre la necesidad de la oración. A principios de este año, cuando estuve con el Papa Francisco en una audiencia privada, acompañado de un obispo amigo, y luego de conversar sobre diversos temas, el Papa dijo: “Hoy todavía no recé el rosario, ¿lo rezamos?”. Y empezamos a rezarlo. El Santo Padre lo reza todos los días. El año pasado, en la peregrinación de las familias a Roma por el Año de la Fe, el Papa Francisco dijo en la homilía de la misa que “para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es algo singular: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar aun el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración”.
Nosotros podemos añadir que esa fortaleza que da la oración es indispensable para todo cristiano. La oración nos une a Dios y Él nos hace ver cuál es el verdadero camino que nos lleva a la verdad y al bien que todos anhelamos. El que se deja conducir por el Espíritu de Dios descubre cuál es su misión, qué le corresponde hacer y qué es lo mejor para él y para los demás. La oración, ese trato diario y familiar que debemos tener con Dios, sea mediante las oraciones que hemos aprendido, sea en un diálogo espontáneo y personal, es indispensable para cumplir bien con la misión que tenemos en la vida. Necesitamos la fortaleza que nos da la amistad con Jesús, sobre todo, cuando fuimos llamados a desempeñar responsabilidades importantes en la comunidad, como por ejemplo, la fidelidad en el matrimonio, la educación de los hijos y el cuidado de la propia familia; la honestidad en cualquiera de los oficios o funciones que nos toca desempeñar en la sociedad, en particular si se trata de funciones públicas. El cristiano debe buscar siempre la amistad y la convivencia respetuosa con los vecinos y los compañeros de trabajo. Hoy es particularmente urgente que los cristianos demos testimonio consciente y responsable del cumplimiento de las normas urbanas de convivencia, sobre todo cuando se está en un vehículo detrás de un volante, sobre una moto, o en un transporte público.
Con un corazón profundamente agradecido a Nuestra Señora del Rosario por ser fundadora de nuestra ciudad y Madre de nuestro pueblo, le suplicamos que nos proteja de todos los peligros, y nos alcance la gracia de vivir la fe con alegría y responsabilidad, sumándonos de buen grado a toda iniciativa que promueva el diálogo, el encuentro y la amistad, para que podamos vivir una vida digna y en paz con todos. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes




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