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Homilía en el Centenario del Movimiento de Schoenstätt

Corrientes, 18 de octubre de 2014.


  Iglesia vive hoy la Jornada Mundial de las Misiones, con el lema que inspira la colecta que se realiza por las misiones en todo el mundo: “Por una Iglesia solidaria y misionera”. La misión de la Iglesia y, por consiguiente, de cada cristiano nace de una experiencia de alianza. Esa alianza de amor no es iniciativa de los hombres, sino de Dios, como lo acabamos de escuchar en la primera lectura, donde se relata el encuentro de Dios con Abrám: “Yo haré una alianza contigo…”
Dios decidió hacer una alianza con el hombre. Él nos sorprendió con su decisión y continúa sorprendiéndonos. El mismo Jesús nos advierte que: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn 6,44). El Padre es quien nos atrae con lazos de amor para enviarnos luego a la misión. No puede haber misión, si no hay quien envíe. Y tampoco puede haber envío si antes no se experimenta la atracción de aquel que luego envía.
El Movimiento de Schöenstatt, que hoy está celebrando su primer centenario, nace de una experiencia de alianza, de una Alianza de Amor. Un día como hoy, hace exactamente cien años, en el valle de Schöenstatt, en Alemania, el P. José Kentenich selló la primera Alianza de Amor con un grupo de jóvenes que él dirigía espiritualmente. Ese acontecimiento providencial fue la semilla que germinó y se convirtió luego en un árbol frondoso de carismas que enriquecen a la Iglesia.
Esa Alianza es iniciativa del Padre. El Dios de Jesús, el Padre misericordioso como él mismo nos describe en aquella hermosa parábola del hijo pródigo, no es la de un Padre que vigila, sino la del Padre que permanece en vela y espera el regreso de su hijo. Es un Padre de mirada tierna y misericordiosa que vela sobre nosotros para que todo lo que nos suceda no nos dañe sino que sirva para nuestro bien. Ese Dios es el que atrae con lazos de amor y desea establecer su alianza con los hombres.
El P. Kentenich, fundador del movimiento que hoy cumple el primer centenario de su existencia, supo irradiar los principales rasgos paternales de Dios: la misericordia y la bondad. En un mundo que en gran parte ha perdido la imagen y la experiencia del padre, los hombres se sienten huérfanos, sin las principales referencias de paternidad y maternidad, que son el fundamento insustituible para que los hombres podamos proyectarnos como familia humana, convivir como hermanos y hacernos cargo del lugar que habitamos, cuidarlo y embellecerlo. Sin un padre y una madre, no hay hijos y donde no hay hijos, tampoco puede haber hermanos. La ausencia del padre y de la madre, lleva a que los hijos no se reconozcan como tales y se desconozcan como hermanos.
En el cuerpo de la Iglesia no cabe hacer una alianza que no tenga en cuenta la carne de Cristo. La Alianza de Amor que empieza con María, nos recuerda que Jesús no es una bella idea, tampoco se reduce a un mero sentimiento por más intenso que sea. María es la señal más clara de que Dios no es un concepto, es Jesús, el Verbo hecho carne. Por eso, tampoco la Iglesia es un programa de vida, ni se reduce a un encuentro entre los que nos entendemos, sentimos y pensamos lo mismo. La Iglesia es la carne de Cristo que se hace visible en los hermanos. A esos hermanos los elige y los llama Jesús. En Él fuimos elegidos y llamados a amarnos los unos a los otros. Y solo en Él es posible vivir la verdadera alianza del amor a Dios y al prójimo.
¿Cuál es la tentación más frecuente para los que celebran la alianza? La confusión que luego lleva a la división. La estrategia del maligno es dirigir sus ataques al centro del poder y producir pequeños sacudones al principio, hasta lograr que el edificio se debilite y preparar su último asalto. El primer síntoma es la confusión: dejamos de escucharnos, prolifera la murmuración, empiezan los celos y las envidias. El camino hacia la división y el enfrentamiento ya está en marcha.
También María tuvo que soportar los ataques del maligno, desenmascarado por sus actitudes soberbias, a quien Dios dispersó desplegando la fuerza de su brazo, como escuchamos en el Evangelio. María de Nazaret nos enseña que no hay remedio más eficaz para superar los males que ponerse inmediatamente al servicio de los otros, como lo hizo ella con su primera Isabel. La enseñanza de María, la servidora del Señor, es superadora de conflictos, precisamente porque adopta la actitud de ponerse al servicio del otro. El amor hecho servicio se convierte luego en fiesta y en gozo compartido.
“Ante el conflicto –afirma el Santo Padre– algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9). De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda” (EG, 227-228).
La celebración del centenario del nacimiento del P. Kentenich es una ocasión extraordinaria para volver a lo esencial, al fundamento de nuestra fe, que no es otro que Cristo Jesús. Por eso San Pablo advierte: ¡Mire cada cual como construye! (cf. 1Cor 3,10-11). El P. José Kentenich recomendaba a los miembros del Movimiento que rezaran todos los días y todas las horas…, especialmente cuando la desilusión, el desánimo, las dificultades, nuestro temperamento rebelde y altivo no encuentra respuestas ante injusticias y desolación, la siguiente oración: “Madre: en tu poder y en tu bondad fundo mi vida; en ellos espero confiando como niño; Madre Admirable, en ti en Tu Hijo en toda circunstancia creo y confío ciegamente. Amén.” Eso significa volver a lo esencial.
Desde el campo concentración de Dachau escribió dirigiéndose a Dios Padre: “Nos contemplas con mirada paternal y nos participas de la felicidad de tu Hijo; dispones todo cuanto nos acontece para nuestra salvación”,…para nuestro bien… confianza en la alianza que Dios Padre nos propone en el Bautismo, al incorporarnos a su Hijo y al hacernos miembros de la Iglesia.
Caminemos, profesemos y edifiquemos nuestra vida en Cristo Jesús, confiados en la alianza que Dios Padre nos propone en el Bautismo, al incorporarnos a su Hijo y al hacernos miembros de la Iglesia. Queridos hermanos y hermanas schöenstattianos: entréguense, con alma y vida a vivir la Alianza en las diversas propuestas vocacionales que les brinda el Movimiento. Intégrense con gusto a la comunidad eclesial para enriquecerla con el carisma propio y para sentirse confirmados en el camino espiritual que inició el P. Kentenich para el bien de la Iglesia y del mundo.
Y que la Madre, tres veces Admirable, les alcance la gracia de una profunda renovación espiritual, los proteja de todos los peligros, especialmente de las acciones del maligno que siempre buscan confundir, enfrentar y dividir, y los lance con renovado entusiasmo a la misión de testimoniar con sus vidas que el Padre Dios nos contempla con mirada paternal, nos hace participar de la felicidad de su Hijo y dispone todo cuanto acontece para nuestro bien y nuestra salvación.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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