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Homilía en la Misa de apertura del Año de la Vida Consagrada

Corrientes, 30 de noviembre de 2014


   Hoy convergen varios acontecimientos importantes que nos reúnen en el anfiteatro José Hernández de nuestra ciudad. En primer lugar, el solemne inicio del Año de la Vida Consagrada, que proclamó el Papa Francisco, y que se prolongará hasta el 2 de febrero del año 2016. En segundo lugar, esta apertura coincide providencialmente con el primer Domingo de Adviento, tiempo intenso en el que nos preparamos para la venida del Señor en la Navidad. Y en tercer lugar, tenemos entre nosotros la imagen de la Cruz, que el Papa Francisco había entregado a los jóvenes argentinos en Río de Janeiro con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, y con el mandato de que recorriera todas las diócesis del país.
Esta cruz, conocida en la historia y espiritualidad franciscana como la Cruz de San Damián, llegó desde Posadas para recibirla en Itatí el pasado lunes 24 de noviembre. Pasó luego por San Miguel, Santa Rosa, Mburucuyá, Saladas, San Lorenzo, Bella Vista, Paso de la Patria, San Cosme, San Luis y Laguna Brava, llegando anoche al Santuario de la Cruz de los Milagros, acompañada siempre por la fe y el entusiasmo sobre todo de los jóvenes.
El Año de la Vida Consagrada, el tiempo de Adviento y la Cruz peregrina del Papa Francisco, tres realidades aparentemente diversas, pero en las tres la misma urgencia: Dios está cerca, llama a cada uno por su nombre y quiere que respondamos con prontitud a su llamada. “Estén atentos”, es la recomendación que el evangelista San Marcos nos dirige para prepararnos al encuentro con Jesús. Él viene hoy al corazón de cada consagrado y consagrada, al corazón del niño, del joven, del adulto y del anciano. Su presencia renueva, fortalece, llena de alegría y de esperanza. Su presencia es promesa de vida nueva.
Estén atentos –es decir, no se distraigan ni entretengan con cosas sin importancia–estén alertas y precavidos, porque no saben a qué hora llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche o por la mañana. Con esa invitación, la Palabra de Dios no pretende infundirnos temor, al contrario, nos advierte de que se trata de algo muy importante, muy bello y, en realidad, lo único que verdaderamente vale la pena. Es necesario estar siempre listo, porque se trata nada menos que de estar preparado para el encuentro con el Señor que viene, y de estar dispuesto a recibirlo y a quedarse con él.
La experiencia de la persona consagrada es, fundamentalmente, la experiencia del que se ha encontrado con Jesús y no lo cambia por ninguna otra cosa, porque la alegría de ese encuentro llena su corazón y la vida entera. Pero es necesario estar atentos, para que esa alegría no se corrompa y dé lugar a satisfacciones pasajeras, que no tienen nada en común con la alegría del evangelio. Así como en el matrimonio cristiano todos sus gestos deberían reflejar el amor de Jesús, así también los sentimientos, las palabras y los gestos de la persona consagrada, está llamada a irradiar el amor de Jesús. Es fascinante esta vocación y dichoso o dichosa al que le toca.
Decíamos que era providencial que inauguráramos el Año de la Vida Consagrada acompañados por la Cruz peregrina del Papa Francisco. En realidad, la señal inequívoca de la verdadera alegría la encontramos en la sabiduría de la Cruz. Todos los santos y santas fundadores retomaron la radicalidad de la vida evangélica, partiendo del amor que se reveló en Jesús crucificado. De esa fuente bebieron ellos la alegría del encuentro y la constancia en la misión. Esa es la fuente de la memoria, de la profecía y del anuncio para la persona consagrada: el amor entregado hasta las últimas consecuencias.
Por eso, los nuevos brotes de vida consagrada en la vida de la Iglesia nacieron en la periferia. Allí se hacía visible el rostro sufriente de Jesús en el enfermo, en el encarcelado, en el drogadicto y en toda clase de marginación a la que son arrojados los hermanos y hermanas, que no caben dentro de los criterios sustentables sobre los que se construye la sociedad. Francisco de Asís, a quien le habló el Crucificado representado en la imagen que ha peregrinado entre nosotros, pidiéndole que reparara la Iglesia porque amenazaba a ruinas, interpretó en un comienzo que se trataba de capillas abandonadas y convertidas en taperas, hasta que el encuentro con el leproso le hizo comprender que se trataba de la Iglesia viva y sufriente, que necesita de cercanía, de curación y de abrazo.
La sabiduría del amor, revelado en la cruz liberadora de Jesús, es punto de partida y punto de llegada. Por eso, se convierte también en trayectoria y desafío para la iniciación cristiana a la vida cristiana. Es cierto, esa trayectoria es fatigosa, sacrificada –o dicho con más precisión: crucificada–, porque son muchas las resistencias y demasiado frecuentes las tentaciones de mirarse a sí mismos. Esas resistencias y miradas autocomplacientes nos instalan y paralizan. Levantemos la mirada y dejemos que el corazón se ilumine con el amoroso y firme llamado de ‘estar atentos’, porque el Señor Jesús viene.
Dejémonos conducir dócilmente por el Espíritu Santo como lo hizo María en la Anunciación, y dispongámonos a vivir con prontitud y alegría del adviento del Señor. Esa alegría y pronta disposición nos hacen misioneros cercanos y generosos, como María con su prima Isabel, o como el Apóstol Andrés, cuya memoria recordamos también hoy, quien luego de haber estado con Jesús, no dudó en ir a buscar a su hermano Pedro para presentarlo a Jesús. Sintámonos especialmente unidos en oración al Papa Francisco, pidiendo por la delicada misión que está cumpliendo con su visita a Turquía, para que su presencia y su mensaje fructifiquen en acciones que tiendan a la paz, frenen la irracionalidad de la violencia y de la guerra, y afiancen la comunión con los hermanos de las diversas Iglesias de Oriente.
Preparemos ahora la mesa del Altar, lugar del memorial, del sacrificio y del banquete. Aquí fuimos convocados por el Espíritu Santo para compartir a Jesús Eucaristía, renovar nuestro entusiasmo por Él y llevarlo como anuncio gozoso a nuestros hermanos y hermanas. Dios quiera que muchos, especialmente los jóvenes, descubran y se entusiasmen con el seguimiento fiel y alegre de Jesús y se conviertan en fervorosos misioneros suyos. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA:  A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto completo como "Homilía inicio Año VC", en formato de word.



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