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Homilía en la Misa de la Fiesta de la Cruz de los Milagros

Corrientes, 3 de mayo de 2015


   Hoy concluimos las celebraciones del mes de Corrientes, que habíamos iniciado el pasado 3 de abril conmemorando 427 años de la fundación de nuestra ciudad. Nos hace bien recordar de dónde venimos y contar nuestra historia. Eso afianza nuestra identidad, nos fortalece como familia, y nos proyecta hacia el futuro. El que aprende a contar su historia, crea lazos de amistad y se siente agradecido de pertenecer a un pueblo. Es bueno decir esto, sobre todo en una cultura cada vez más centrada en el individuo y en la satisfacción de sus propios, y cada vez menos sensible a la persona que tiene al lado. Pertenecer a una familia o a un pueblo, exige cultivar vínculos, valorar la palabra, conservar los signos, apreciar el canto y la danza, en fin, asumir gozosamente todo aquello que nos une, nos identifica y proyecta con esperanza hacia el futuro.

La Cruz, relato de una memoria que salva
También los cristianos tenemos una historia para contar: hechos reales que sucedieron y de los cuales dan fe los testigos. Los sucesos más importantes que contamos son los que están vinculados en torno a la cruz de Jesús. La cruz es la victoria del amor de Dios sobre el odio y la barbarie humana. Desde que fue abrazada por Jesús libremente y por amor, se convirtió, de un signo que hasta ese momento representaba lo más aberrante de lo que es capaz la crueldad del ser humano, al signo más admirable y eficaz de vida y de salvación para todos los hombres. Aunque nos desconcierte, debemos admitir que sólo el amor llevado hasta el extremo de dar la vida, es amor que salva. Y la cruz es el símbolo inequívoco de ese amor.
El signo de la cruz se convierte así en vocación y misión para cada creyente. La cruz es memoria agradecida, presente que nos desafía y futuro que nos llena de vida y de esperanza. El sentido cristiano de nuestra gente lo intuye y por eso pide la bendición: “Bendígame, Padre”. En su corazón se encienden sentimientos de piedad, de cercanía y de paz, por eso comparte la bendición y persigna con la señal de la cruz la frente de su hijos. Es muy hermoso ver que también los hijos hacen la señal de la cruz sobre sus padres. Son gestos que nos ayudan a conservar viva la memoria, renacer a la vida nueva y fortificar buenos hábitos para la misión. Se trata del mismo signo que fue plantado en los comienzos de la fundación de nuestra ciudad.
Les dejaríamos un legado angustiante a las próximas generaciones si les entregáramos lecturas contrapuestas de nuestra historia: como por ejemplo, un determinado relato contado por la madre y otro, diferente y discordante contado por el padre. Es enorme la responsabilidad que tenemos de transmitir bien la memoria a nuestros hijos. Pero para ello, es indispensable sanar espíritus y mentes, buscar caminos que nos ayuden a superar indiferencias, resentimientos y odios. Una persona resentida debería abstenerse de contar la historia hasta tanto no se libere de la ceguera que le producen sus resentimientos. No es una utopía proponernos el perdón y la reconciliación como horizonte para alcanzar la amistad social y la paz. El Año Santo extraordinario de la Misericordia, que anunció el Papa Francisco, tiene que ayudarnos, como lo dijo él mismo, a “encontrar la alegría de hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo”.

La Cruz: camino hacia encuentro con Jesús
El lema que acompañó la novena de preparación a esta fiesta hace referencia a una frase de la Primera Carta del apóstol Pedro: Cristo nos llamó de las tinieblas a su admirable luz (1Pe 2, 9). ¿A cuáles tinieblas se refiere? A las tinieblas del pecado que se encarnan en la maldad de los hombres, cuyas horribles consecuencias continúan sumando nuevas crucifixiones. ¿Quién nos llamó de las tinieblas? Cristo, porque solo Él es capaz de rescatarnos de las tinieblas del mal y devolvernos la imagen de hijos y hermanos que hemos desfigurado por nuestra maldad. Abrazados a Él, podemos salir de la oscuridad del pecado y pasar a su admirable luz.
Hoy estamos llamados a ser discípulos del crucificado y alegres misioneros de la misericordia que mana de la cruz, como de una fuente viva. Durante los días de la novena, los que han tenido la gracia de asistir a las celebraciones, fueron repasando los rasgos que identifican a los seguidores de Jesucristo. El buen discípulo se entusiasma con la sabiduría del maestro, incorpora su enseñanza, la hace suya y se esfuerza por aplicarla a la vida. Pero en el discipulado de Jesús, hay algo más y absolutamente nuevo. Ya no se trata solamente de asimilar su enseñanza, sino de establecer un vínculo real con su persona.
Por eso, el rasgo principal del discípulo le viene del encuentro personal con Jesús vivo, con el mismo que murió y resucitó y que ahora vive junto al Padre y está presente en medio de nosotros. Por eso el Papa Francisco afirma con entusiasmo y convicción: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte (…) Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a otros” (EG 121). Este discípulo desborda de gozo y no desea otra cosa que muchos puedan compartir su alegría de conocer y encontrarse con Jesús. El discípulo se convierte así en un alegre misionero de la misericordia.

La Cruz: iniciación a la comunión y a la misión
¿Qué hay que hacer para iniciarse en ese camino? El primer paso para responder a esa pregunta es hacerla propia: ¿qué tengo que hacer yo para iniciarme en ese camino? La condición básica es desear sincera e intensamente conocer a Jesús y estar dispuesto a seguirlo, cambiando de vida. La experta en el arte de iniciar a sus hijos en ese camino es María, la tierna Madre de Jesús y nuestra madre. En el mundo que nos toca vivir, todos estamos llamados a la conversión y a profundizar nuestro camino de iniciación hacia un mayor encuentro con Jesús y con nuestros hermanos.
Como ustedes saben, estamos trabajando en la preparación de la Primera Asamblea Arquidiocesana precisamente sobre el tema de la “Iniciación a la Vida Cristiana, una iniciación a la comunión y a la misión”. Estamos contentos con la generosa respuesta y dedicación que muestran los responsables de las diversas áreas de la pastoral, las comunidades parroquiales, instituciones y movimientos, en las actividades que vamos realizando en vista de la Asamblea que, Dios mediante, realizaremos en el próximo mes de octubre.
Antes de concluir, contemplemos el madero de la Cruz y dejemos que desde allí nos mire con amor Jesús crucificado y nos transforme por dentro. Él es la Víctima que superó toda la venganza y el odio de la que es capaz la brutalidad del hombre. Contemplando ese misterio, comprendemos que la salvación del mundo viene desde los victimizados que no recurren a la lógica de devolver mal por mal, sino que creen firmemente en la fuerza del amor, de la misericordia y del perdón. Definitivamente, por Él, con Él y en Él, el amor vence al odio y el bien es más fuerte que el mal. Por eso, Jesucristo es vida y esperanza nuestra.
A María, junto a la Cruz, le suplicamos que nos muestre a su Divino Hijo Jesús, nos ayude a encontrarlo en los rostros desfigurados de nuestros hermanos y hermanas y nos enseñe a estar cerca de ellos, a curar sus heridas, devolverles la dignidad y la esperanza, y compartir con ellos y con todos la alegría de saber que la Cruz, abrazada por amor, es camino seguro de alegría y de resurrección. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes



NOTA: a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto completo como HOMILIA LA CRUZ, en formato de Word.


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