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Corrientes, 25 de mayo de 2015

 Te Deum

 Que sus palabras sean siempre buenas
y hagan bien a aquellos que los escuchan (Cf. Ef 4, 29).


    Como lo hacemos todos los años, también hoy nos encontramos aquí para agradecer a Dios el don de la Patria, conmemorando un aniversario más de la Revolución de Mayo. En continuidad con los hombres y mujeres de mayo, agradecemos aquel histórico acontecimiento a la luz de la fe. Esa fe que ilumina la inteligencia del hombre y le hace comprender que el Creador lo hizo libre, y que solo en el verdadero ejercicio de esa libertad encamina su vida hacia la plenitud humana para la que fue creado.
Para agradecer el don de la Patria, utilizamos las hermosas palabras del himno Te Deum Laudamus, un himno cristiano del siglo V, que se utilizaba como canto de acción de gracias por una victoria, por la cesación de una epidemia o por alguna circunstancia extraordinaria que motivaba al pueblo de Dios a darle gracias. En esa fe cristiana y católica, la Generación de Mayo agradeció a Dios la gesta patriótica con un solemne Te Deum, gesta que seis años después maduró en el grito de independencia.
Al iniciar el período de conmemoración del Bicentenario, decíamos que en nuestro país, desde el primer gobierno patrio, se celebra el Te Deum todos los 25 de mayo, agradeciendo a Dios por el surgimiento del Estado Argentino. La Patria es un don que hemos recibido, la Nación una tarea que nos convoca y compromete el esfuerzo de todos y de cada uno. Asumir esta misión con espíritu fraterno y solidario es el mejor modo de celebrar el Bicentenario de nuestra Patria.

La Patria, lugar de gratitud y de encuentro
¡Es hermosa la patria que hemos recibido! ¡Y muy bella la porción correntina de la patria que nos tocó en gracia! Amarla es sentirla como don y agradecerla. Forjar el hábito de dar gracias educa para el encuentro y la amistad entre las personas, y asegura un futuro de prosperidad y de paz para todos.
En cambio, el que no agradece empieza a poseer y acumular, alimentando la fantasía del hombre rico de la parábola a quien Jesús califica de insensato. Insensato porque al final pierde lo acumulado y, además, termina aislado de todos. Al contrario sucede con la persona que es agradecida: busca el encuentro con sus semejantes y se preocupa por cultivar un estilo solidario con todos, especialmente con los más pobres.
Sin embargo, para que ese encuentro se funde sobre bases firmes y tenga persistencia en el tiempo, superando enfrentamientos, contratiempos y adversidades, es necesario tener un punto de apoyo real y sólido que trascienda a las partes. Los cristianos creemos que ese ‘punto de apoyo’ firme y seguro es Jesucristo. La fe en Jesucristo revoluciona cualquier intento de clausurarse en sí mismo, y abre las puertas de par en par a Dios y a los otros.
A pocos meses de asumir el pontificado, el Papa Francisco, afirmaba que “La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección que, como le gusta recordar a Benedicto XVI, ha sido la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo”. Es fascinante el desafío de los que creemos en Jesús: jamás podríamos escondernos del compromiso que tenemos con Él y con la sociedad, sin caer en una grave infidelidad a nuestra vocación y misión.
Tanto para el creyente como para el agnóstico, la vida y la patria son dones que se reciben, porque nadie se los dio a sí mismo. La diferencia entre uno y otro está en la dirección hacia dónde se dirigen los sentimientos de gratitud. El agnóstico construirá fatigosamente desde sí mismo el objeto de su gratitud. En cambio el creyente, sobre todo el que profesa la fe cristiana, se sorprenderá continuamente ante Dios Padre y Creador, que lo invita a colaborar con Él en la maravillosa obra de la creación.

La Patria, lugar de trabajo y de responsabilidad
A propósito de un año marcado por una serie de actos electorales, en el reciente mensaje que compartimos los obispos con toda la ciudadanía, decíamos que el proceso electoral debería ser una oportunidad para fortalecer un mayor compromiso de todos los ciudadanos con lo público; una preciosa oportunidad para un debate cívico acerca del presente y el futuro que deseamos para la Argentina.
En consecuencia, añadíamos que las elecciones no habrían de encender violencias o generar enfrentamientos irreductibles, sino ser ocasión para un sano ejercicio de las libertades políticas y civiles. Si bien estas consideraciones éticas tienen un carácter universal, afectan de un modo muy especial al ciudadano y al candidato que se profesan cristianos.
Con un fuerte llamado al compromiso en la función pública, en el mencionado mensaje exhortábamos a los ciudadanos a un ejercicio de elección responsable, donde se evalúe a los candidatos no por su imagen mediática sino por la honestidad e integridad de las personas; por la capacidad y la idoneidad para la función; por las propuestas y las ideas; y por la voluntad y capacidad de diálogo. Es importante reconocer que los otros también tienen algo que decir y aportar, y estar dispuestos a trabajar juntos por el bien común.
El turista que viene a visitarnos, queda deslumbrado por la belleza de nuestros paisajes y la riqueza cultural de nuestro pueblo. Miremos también nosotros con ojos nuevos este hermoso suelo, y valoremos la espléndida herencia cultural y religiosa que heredamos de las generaciones que nos precedieron. Pero al mismo tiempo, sintamos que sobre nuestras espaldas pesa la responsabilidad de entregarla mejor trabajada y más hermosa a las próximas generaciones.
Agradecer se aprende, como se aprende a saludar, a ceder el asiento, a dialogar, a respetar al otro, a trabajar, a tener paciencia, etc. Si disminuimos la exigencia en el aprendizaje de estas conductas básicas de convivencia, no esperemos buenos resultados en los demás órdenes de la vida, como por ejemplo: en el matrimonio, en la familia, en la gestión de un proyecto, en una competencia deportiva, o en el ejercicio de una función pública. La patria se hace todos los días y en cada instante de nuestra vida.
Ante la venerada imagen de Nuestra Señora de la Merced, comprometamos todo nuestro esfuerzo en promover el encuentro y la amistad social, convencidos de que podemos caminar juntos y seguir construyendo una patria para todos.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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