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 Homilía en la Misa de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

 Corrientes, 7 de junio de 2015



     La Iglesia nos enseña con claridad de maestra y ternura de madre el fascinante misterio de la “Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Para ello, nos congrega hoy para celebrar el la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Lo hace luego de haber conmemorado el misterio central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Para que contemplemos el gran misterio de la Pascua cristiana, desde ángulos diversos, hoy la liturgia nos invita a mirar la Última Cena, y pide que la enfoquemos sobre sobre el pan y el vino. Jesús los tomó en sus manos y pronunció sobre ellos la bendición diciendo tomen y coman, tomen y beban, este mi Cuerpo, esta es mi Sangre, hagan esto en memoria mía. Pero lo que sucedió la noche de la Última Cena se torna impresionante y conmovedor cuando lo contemplamos desde la Cruz del Viernes Santo, y llega a su culminación en la mañana de la Resurrección.

El Pan de Vida, el pan del perdón y de la misericordia de Dios, se entrega en nuestras manos para que lo comamos y compartamos con todos. Les propongo que pensemos esta fiesta en el espíritu de las Orientaciones Pastorales, donde se nos muestra la Eucaristía como fuente de la misericordia, la alegría y la misión.

Recordemos también que nos empezamos a preparar para el próximo Congreso Eucarístico Nacional, que se celebrará el año próximo en Tucumán. Mencionar el Congreso Eucarístico evoca en nosotros sentimientos de mucha emoción al recordar el anterior Congreso que se llevó a cabo en nuestra ciudad en el año 2004. También el Congreso Eucarístico nos ayuda a centrar nuestra atención en la Eucaristía y descubrir en ella la fuente de la misericordia, de la alegría y de la misión.

La Misericordia
En las Orientaciones decimos que en la Eucaristía nos encontramos con el gran amor que Dios nos tiene. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El amor misericordioso de Dios Padre nos perdona, reconcilia, sana y salva en su Hijo Jesucristo. Ese amor se hace alimento para todos y nos alienta a vivir en el servicio a los demás.

Es profundamente consolador saber que Dios no renuncia jamás a un amor entrañable por sus hijos. Frente al mal y en concreto ante el pecado del ser humano y del pueblo, la misericordia ofrece una palpitante imagen del amor que es compasión, ternura, consuelo y magnanimidad. Ese rostro misericordioso de Dios se ha hecho visible en las palabras, en los gestos de Jesús y en la entrega de su vida.

La gran novedad que enseña Jesús en las bienaventuranzas, es la misericordia: “Felices los misericordiosas, porque obtendrán misericordia” (Mt 5, 7). ¿Cómo podemos expresar esa misericordia en nuestra vida cotidiana y en el trato con los demás? La solemnidad de hoy nos da la clave: ante todo, identificándonos con la vida del Hijo de Dios que da la vida.

Contemplando a Jesús, hace crecer en el corazón el deseo de dar la vida, en especial estando cerca de los que sufren y de los más pobres. De allí que una cultura del encuentro se puede desarrollar desde la experiencia del amor y la misericordia, que tiene como fruto la construcción de la paz.

La misericordia, el perdón y el sacramento de la Reconciliación van de la mano. En la Confesión, recibimos como regalo el perdón y así crece en nosotros la experiencia del Padre “rico en misericordia”. La alegría y la paz, que son fruto de esa experiencia, no se comparan con nada en el mundo.

La alegría
El que se encuentra con Jesús vive la alegría y la paz en su corazón. Esa fue lo que vivieron los discípulos al estar junto al Señor Resucitado: ellos “se llenaron de alegría cuando vieron al Señor”; lo mismo les pasó a los discípulos de Emaús: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Jesús mismo nos asegura esa alegría: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”. ¿En qué consiste la misión del cristiano? Consiste precisamente en compartir esa alegría. La alegría del cristiano se convierte en misión.

En el año de la Vida Consagrada, recordemos la hermosa frase que les dijo el Papa Francisco a los Consagrados: “Donde hay religiosos hay alegría”. Es verdad, el amor de Dios es capaz de colmar el corazón del hombre y de la mujer a tal punto que no necesitan buscar la felicidad en otro lado. La entrega total a él y a los hermanos, especialmente a los pobres, realiza plenamente la vida de la persona consagrada.

La misión
Jesús viene en cada Eucaristía para enviarnos: “Vayan, Yo los envío”. Por eso, al concluir la celebración eucarística, el celebrante nos despide diciendo “Vayan con alegría y en paz”, pero no solo para que se retiren y se acuerden de volver el próximo domingo, sino para que vayan y compartan lo que han vivido con sus hermanos, sobre todo en gestos de cercanía, de servicio y de fraternidad con todos.

El Espíritu Santo está impulsando con mucha fuerza a que seamos una Iglesia en salida misionera. La mayor ruina de una comunidad es acomodarse y creer que ya ha dado todo de sí misma. A veces eso se manifiesta cuando no permitimos que ingresen nuevos miembros al grupo, porque nos sentimos cómodos los que estamos. Así vamos envejeciendo y muriendo, es decir, no comunicamos vida a otros.

Una Iglesia en salida, o una comunidad, un movimiento, una asociación, es la que está dispuesta a perder la seguridad y se anima a dejarse transformar por el espíritu de la misión, que nos mueve constantemente a salir, acercarnos a todos, compartir y celebrar la vida nueva que suscita el Espíritu Santo.

El Cuerpo de Cristo que contemplamos en la Eucaristía continúa padeciendo violencia y ultrajes en el rostro de muchos hermanos y hermanas privados de los derechos más elementales de respeto a su dignidad de hijos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo, y reclama nuestra cercanía y nuestro compromiso misionero.

Delante de Jesús Maestro, que no tiene reparos en inclinarse ante sus discípulos para lavarles los pies, la Iglesia se redescubre siempre discípula, siempre en camino de iniciación y conversión. Para predicar la misericordia, la Iglesia tiene que ser misericordiosa y esto lo aprende solo a los pies del Maestro Jesús, para poder luego iniciar a sus miembros en la vida cristiana y sean misioneros de la misericordia y el perdón. Sigamos preparando con generosidad y entusiasmo la primera Asamblea Arquidiocesana sobre la Iniciación a la Vida Cristiana en todas las comunidades, movimiento e instituciones.

Al finalizar nuestra celebración llevaremos en procesión la Santísima Eucaristía por las calles de nuestra ciudad. Que la presencia de Jesús eucarístico despierte en todos los hombres y mujeres deseos sinceros de acercarnos, de perdonarnos y de ser más generosos y estar más disponibles a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos, especialmente con los más pobres y también con los más necesitados de la misericordia de Dios. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispado de Corrientes


NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", como HOMILIA CORPUS el texto en formato de word.


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