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Homilía en la festividad patronal de San Juan Bautista

Corrientes, 24 de junio de 2015

  Durante los días de la novena estuvieron reflexionando sobre dos grandes acontecimientos que estamos viviendo en la Iglesia. El primero se refiere a la preparación de la Asamblea Arquidiocesana. A esa Asamblea, que se va a realizar el próximo 7 de diciembre, vamos a llevar el pensamiento de toda la comunidad diocesana sobre la “Iniciación a la Vida Cristiana, una Iniciación a la Comunión y a la Misión”. Y el otro momento sobre el que se detuvieron durante la novena fue el Congreso Eucarístico Nacional, que se realizará el año próximo en Tucumán, bajo el lema “Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos”, y para el cual ya empezamos a prepararnos.

En el centro de esos dos temas está la fiesta patronal en honor a San Juan Bautista, que fue el primer patrono tradicional de la Ciudad de Corrientes. Luego, en la segunda mitad del siglo XVII, fue oficialmente proclamada como patrona Nuestra Señora de la Merced, como consta en las actas capitulares de la época. A partir de entonces, el precursor del Mesías ocupó cortés y modestamente su segundo lugar como patrono de la ciudad. Esta referencia a los orígenes no quiere ser algo meramente ilustrativo. Hacer memoria es reconocer de dónde venimos y quiénes somos: nuestras raíces se hunden felizmente en la buena tierra que recibió la semilla del Evangelio y que ahora, mediante la novena y fiesta patronal, queremos que se renueve y dé buenos frutos.

Entre esos dos grandes momentos: la preparación de la Asamblea y del Congreso Eucarístico, cae la festividad de San Juan Bautista. ¿Qué nos dice la vida de nuestro santo a esos dos acontecimientos? Lo primero que observamos es que la vida del Bautista está toda entera orientada hacia Jesús. Ningún obstáculo o duda, ni aun cuando se jugó la vida por decir la verdad, lo apartaron de ese camino. Anunció con valentía la venida del Salvador, orientando su vida entera en referencia a Él, prácticamente desde que saltó de alegría en el vientre de su madre en aquel gozoso encuentro entre las primas. Podríamos decir que desde ese momento comenzó el camino de iniciación hacia el encuentro con el Mesías. Tranquilamente podemos poner en sus labios el lema del Congreso Eucarístico: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”.

Hagamos nuestra la súplica del Congreso dándole un sello personal: “Jesucristo, Señor de mi vida, te necesito”. Ante todo, te proclamo Señor de mi vida y de mi historia. Te necesito como necesito el aire para respirar, el agua para calmar la sed; necesito tu presencia amorosa en mi matrimonio, en mi familia, en mi trabajo, en mi estudio, en el trato con los que me caen mal, a los que no soporto, a los que me ofenden. Necesito tu amor para perdonar y amar a los que me hicieron o hacen daño. Necesito sentir de nuevo que me llamas y pronuncias mi nombre desde el vientre de mi madre (cf. Is 49,1), como lo experimentó el profeta Isaías y más tarde el mismo Juan Bautista, cuando ya al final de su carrera decía: “Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene Aquél a quien yo no soy dingo de desatar las sandalias” (Hch 13,25).

Por otra parte, la Asamblea a la que nos estamos preparando, nos está ayudando a pensar sobre el camino que debemos transitar para ser mejores discípulos de Jesús, y la responsabilidad que tenemos de iniciar a otros el camino de su seguimiento. En cierto modo, estamos tratando, con la gracia de Dios, de cumplir en el mundo que nos toca vivir la misión de anunciar a Jesús, como lo hizo San Juan Bautista. Y acompañar a los que acogen ese llamado, desean conocer más el Evangelio y se disponen a vivir su vida de acuerdo con su mensaje. Por eso hablamos de una iniciación a la comunión y a la misión. El que se encuentra con Jesús, busca integrarse a la Iglesia y vivir en comunión con otros. Pero no para quedarse allí cómodamente como en un refugio, sino para salir juntos a la misión, a anunciar que es hermoso encontrarse con Jesús y anunciar a otros la Buena Noticia.

En todas las épocas hubo fuerzas hostiles al mensaje cristiano. También hoy las hay. En algunos lugares del mundo se manifiestan con una crueldad que excede todo límite. Por el solo hecho de profesar la fe, hoy son muchos los cristianos que pierden su vida en forma violenta, y miles y miles deben huir con lo puesto para salvar sus vidas, entre ellos hay familias enteras con sus niños, sus enfermos y sus ancianos. Pero también entre nosotros hay señales de indiferencia y aun hostilidad hacia los valores cristianos, basta con ver las leyes que venimos sancionando sobre temas esenciales de la vida, el matrimonio y la familia, que modifican sustancialmente el modo cristiano de concebir la persona humana y la sociedad. Con San Juan Bautista estamos llamados a iniciarnos más profundamente en la vida cristiana, para poder dar testimonio de ella con la misma confianza y valentía con la que lo hizo nuestro santo patrono.

Prepararnos al Congreso Eucarístico nos lleva a iniciarnos más intensamente en la vida cristiana. Dijimos que queremos hacerlo subrayando la comunión y la misión. Damos un paso hacia una mayor comunión cuando nos acercamos, perdonamos y superamos desencuentros con aquellos que estamos distanciados. No lo olvidemos, nos recuerda el Papa Francisco: la omnipotencia de Dios se revela sobre todo en la misericordia y el perdón. El perdón de las ofensas resulta la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Qué difícil es perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Despojarse del rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Jesús mismo lo asegura: «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7).

La fe cristiana supone dar un salto a un modo diferente de vivir y de pensar. Por ejemplo, en lugar de vengarse, perdonar; en vez de maldecir, bendecir; o resistir al deseo de acumular para sí y ser generoso en compartir con los demás. Es costumbre en la noche de San Juan pasar por las brasas y quemar muñecos, para expresar el profundo anhelo que tenemos de cruzar el umbral de los antivalores y alcanzar la meta de todo lo que es bueno, bello y verdadero. Pero hay que animarse a pasar por las brasas y superar los sentimientos de rencor por la ofensa recibida y estar dispuestos a perdonar. Hay que tener coraje para quemar los muñecos de la venganza, del odio, de los celos, de la calumnia, de la mentira y tantos otros que nos hunden en la tristeza y nos aíslan de los otros. San Juan Bautista nos señala hacia dónde tenemos que mirar para no perdernos en ese camino: al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, a Jesús, el Pan de Vida, que vino para fortalecer nuestros pasos hacia una vida cristiana más alegre y más comprometida.

Para los que participaron de la novena y la fiesta, que tuvieron la gracia de rezar y de pensar iluminados por la Palabra de Dios y la vida del Santo Patrono, es ahora el tiempo de la misión. Llevemos a nuestra vida cotidiana la alegría del Evangelio, el mensaje de la misericordia y el perdón, la cercanía cordial y el gesto fraterno a los que más lo necesitan, sobre todo a aquellos con los que nos hemos distanciado. Encomendemos a San Juan Bautista nuestra ciudad, a los que nos gobiernan y a todos los habitantes, para que comprendamos que es mucho mejor para todos si nos esforzamos sinceramente en querernos más y tratarnos bien unos a otros, y ocuparnos con mayor diligencia de los más frágiles y de los pobres, y así poder gozar todos de bienestar y de paz.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

NOTA:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto completo como HOMILIA SAN JUAN 2015, en formato de word.


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