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Saludo a Nuestra Señora de Itatí

Itatí, 00.00 horas del 16 de julio de 2015

Entre las experiencias humanas más sencillas, cercanas y cálidas, está el saludo. Hay tantas maneras diferentes de hacerlo, pero todas quieren manifestar lo mismo: cercanía, confianza, aprecio, buenos deseos, en fin, tantas cosas que quisiéramos brindar a la persona que saludamos.

María, aquella jovencita de Nazaret, recibió el saludo del Ángel, mensajero de Dios. Fue como si Dios mismo la saludara. El saludo fue muy breve: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Fue como si le dijera: Dios se te da todo, te abraza toda, y vos estás toda en Él. O dicho de otro modo: Dios quiere ser Dios en tu vida. Y esa jovencita le dijo que sí. Le dijo sí para siempre, y no fue defraudada.

Después de ese saludo, Ella ¿qué hace? No se queda encerrada, sino que, saludada por Dios, sale a saludar. Sale a entregar lo que recibió: a Jesús, a su Divino Hijo Jesús. Él llena de alegría su corazón y quiere que también llene de felicidad nuestra vida. María quiere que descubramos y sintamos lo que ella misma recibió del Mensajero de Dios: que Dios sea Dios en nuestra vida y no solo alguien a quien recurrimos cuando lo necesitamos.

Que Dios sea Dios en nuestro corazón, en nuestras Familias, en nuestra Patria. Que Dios sea Dios y sólo Él el dueño de la vida y de la dignidad de todo ser humano; que Dios sea Dios en corazón del varón y de la mujer, y en el proyecto amoroso que él les propone; que Dios sea Dios en la escuela y en la calle, en la empresa y en el comercio, en la vida pública y en la privada, para que en él podamos reconocernos y tratarnos con la dignidad que solo podemos tener si aceptamos que Dios sea Dios tanto en el cielo como en la tierra.

Dios te Salve, María. Dios te salve esta noche en la que nos hacés sentir que Dios es Dios y que nos ama, nos perdona y nos abraza a todos. Gracias por darnos a Jesús y no dejes de acompañarnos y mostrarte tierna Madre de Dios y de los hombres, para que también nosotros podamos saludarnos unos a otros y desearnos mutuamente que Dios sea realmente Dios ahora y siempre.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


 

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