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Homilía en la festividad de San Pantaleón

Corrientes, 27 de julio de 2015


   San Pantaleón es santo del siglo IV, una época de fuerte persecución a hombres y mujeres que profesaban la fe cristiana. Entre ellos estaba nuestro Pantaleón, de padre pagano y madre cristiana. Su madre falleció pronto y su padre lo educó a su modo. Siendo ya médico, se encontró con un sacerdote que le mostró que el verdadero médico de los hombres era Cristo, ya que les proporciona nada menos que la vida eterna. Y a continuación, el hombre de Dios le explicó el contenido de la fe cristiana. Pantaleón quedó muy impresionado de la belleza del cristianismo, que luego practicó en su vida de un modo ejemplar y heroico, al punto de dar su vida por Cristo en el martirio.

Al descubrir que era cristiano, el César lo mandó llamar y le pidió la apostasía. Como Pantaleón no accedió al pedido del César, este lo mandó a torturar para alejarlo de la fe. Como no pudo lograrlo, lo mandó decapitar. Para este médico joven y muy bien posicionado con los poderosos de su tiempo, le hubiera sido muy fácil decir que abjuraba de la fe cristiana y así conservar la vida, el prestigio, el ejercicio libre de su profesión, en fin, un futuro de bienestar y, además, la satisfacción de vivir como médico en el servicio a los demás. Sin embargo, él todo eso lo consideró mucho menos importante que su fe en Jesús y el amor a su Iglesia. Sabía que si perdía la vida por Cristo, la ganaba en una medida muy superior que aquella que se le ofrecía renegando de la fe.

Mirémonos ahora a nosotros y confrontemos nuestra fe con la de aquel médico del siglo IV con un futuro brillante pero que ante ese futuro prefirió jugarse como cristiano y morir. ¿Se acuerdan la pregunta que se le hace al que se va a confirmar? Es decir, a aquel joven, aquella joven o a un adulto, se le pregunta: ¿Estás dispuesto a vivir y a morir alegremente en esta vocación cristiana? Y también: ¿Estás dispuesto, con la fuerza del Espíritu Santo, a dar testimonio de Jesús en todas partes, aunque tengan que sufrir por eso desprecio y persecución?

A nosotros no nos tocan vivir situaciones en las que tenemos que optar entre la vida y la muerte, al menos no entre retener la vida física o perderla. Pero, ¡cuántas veces, aun en el término de las 24 horas que tiene la jornada, nos encontramos en situaciones en las que debemos dar testimonio de Jesús! Por ejemplo, preguntémonos cómo nos comportamos en la familia; cuántos gritos, ofensas, maltratos físicos ocasionamos a diario. A todas esas cosas tenemos que morir y morir cuesta, pero es el único camino para renacer a la vida de la gracia, a la paz interior y a la felicidad que nos promete Jesús en las bienaventuranzas.

Si miramos bien, nos vamos a dar cuenta que Dios sigue la dinámica del grano de trigo, que si cae en tierra y muere, da mucho fruto. A la vista humana, el grano se destruye, sin embargo, sólo si entrega su vida se multiplica, podríamos decir, milagrosamente. En otra ocasión, Jesús utiliza la imagen de lo más pequeño en el grano de mostaza, para enseñarnos el valor, la dignidad y hasta la eficacia de lo pequeño, de lo insignificante, de lo que pasa inadvertido. Jesús no piensa como nosotros, piensa como Dios, queriéndonos dar a entender que la verdadera fuerza de Dios no se realiza en lo espectacular, sino en la pequeñez y en la aparente insignificancia, pero que vivida en el amor sincero y generoso tiene una fuerza de transformación que ninguna potencia humana pude destruir. Pero hay que creer y confiar, como lo hizo San Pantaleón.

Esa es la dinámica del amor de Dios, que vivió nuestro santo patrono. Contemplándolo hoy, también nosotros quisiéramos entrar en ese maravilloso misterio del amor y del servicio, morir a nosotros mismos y vivir para Dios y para los otros. Además, nosotros somos bendecidos por esta tierra donde hemos nacido, tierra sembrada por la semilla de la Palabra de Dios que trajeron los evangelizadores hace más de cuatro siglos. Aquella fue una verdadera Iglesia en salida, Iglesia que cruzó los mares, misioneros que arriesgaron sus vidas y sembraron la Buena noticia de Jesús, que llega hasta nosotros.

Ese impulso misionero de los primeros tiempos, necesita hoy un nuevo vigor para hacer frente a un estilo de vida que simplemente prescinde de Dios y es indiferente a cualquier propuesta religiosa. Esto impacta especialmente en las generaciones jóvenes, que son las más sensibles y vulnerables. Un mundo sin Dios, es un mundo que se vuelve contra el hombre. San Pantaleón nos recuerda que Dios hace más plena y feliz la vida del matrimonio, de la familia y de la sociedad.

San Pantaleón, con el ejemplar testimonio de su vida cristiana, nos habla de que es posible alcanzar esa felicidad, aun en medio de las dificultades y sufrimientos que trae consigo la vida. Nuestro Santo es un mensaje muy fuerte para todos, pero especialmente para los jóvenes. Ellos están mucho más expuestos a ser seducidos por los que lucran con sus anhelos de felicidad y los engañan con propuestas fáciles y seductoras, como son la droga; el sexo sin responsabilidad; la diversión sin control; la pornografía en la palma de la mano; el juego de azar a la vuelta de la esquina; y el dinero sin trabajo. Hoy hay que estar muy atento para no quedar atrapado y sin salida en cualquiera de esas posibilidades.

La fiesta patronal que estamos concluyendo es una ocasión para decir de nuevo y desde lo más profundo del corazón: “Creo, creo Señor, pero aumenta mi fe”. Volvamos a una parte de la pregunta anterior: ¿Estás dispuesto, con la fuerza del Espíritu Santo…? Ahí está el secreto: la fuerza para convertirnos y ser testigos del amor de Jesús nos viene de Dios y no de nosotros mismos. Por eso, renovar la fe es decirle a Jesús, confío, a pesar de mis debilidades, quiero empezar de nuevo, poniéndome en tus manos, como lo hizo San Pantaleón, en los momentos de tribulación y angustia, y no fue defraudado.

Para finalizar, ante todo damos gracias por el maravilloso testimonio de vida cristiana que tenemos en San Pantaleón, profundamente agradecidos porque podemos contarnos entre sus devotos. Y nos acogemos a su poderosa intercesión para que nos alcance la gracia de renovar profundamente nuestra vida en la lógica del amor de Dios, comprometiéndonos a ser alegres misioneros del perdón y de la misericordia de Dios, empezando por sanar los vínculos más cercanos y diarios que vivimos en el matrimonio y la familia, y luego en el trato que tenemos con nuestros semejantes. Así sea.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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