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Homilía en la Misa de clausura del Año de la Vida Consagrada

Itatí, 29 de noviembre de 2015

  
  Hoy nos hemos reunido en la Casa de nuestra Madre de Itatí para celebrar la Eucaristía e iniciar el Adviento. Este es un tiempo muy especial, en el cual la Iglesia nos invita a renovar la fe y la esperanza en la venida de Jesús. Al mismo tiempo, vamos a concluir el Año de la Vida Consagrada y lo quisimos hacer en este lugar tan amado y frecuentado por nuestra gente. Peregrinos, junto con ellos, queremos experimentar la inmensa ternura de Dios que María de Itatí derrama en nuestros corazones y, al mismo tiempo, agradecer la hermosa vocación a la que nos llamó Jesús. Si a mí me tocara empezar de nuevo y tuviera hoy, por ejemplo doce o dieciséis años, no dudaría un solo instante en decidir mi vida por seguir a Jesús en la vida consagrada. Por eso, con ustedes, queridos consagrados y consagradas, doy gracias a Dios porque nos eligió, nos llamó y con su amor nos sostiene cada día en el camino de ser fieles a esta hermosa vocación.

Pero antes de continuar con esto, retomemos el Adviento. Jesús viene para todos, para los consagrados y para todo el mundo. Debemos preparar su venida. La Iglesia nos brinda cuatro semanas para prepararnos a la Navidad. Como toda preparación, también ésta exige que le prestemos una especial atención para que la Navidad no nos sorprenda con el corazón distraído y aturdido por cosas que no tienen mayor importancia. Fíjense con qué ternura nos advierte la Palabra de Dios sobre la necesidad de prepararnos: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa…, estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir”. Hay mucha delicadeza y atención en estas palabras. En ellas se muestra el desvelo de Jesús por cuidarnos, un desvelo similar al que sentimos cuando una mamá o un papá se dirigen a su hijo y le advierten cariñosamente: “Cuidado, eso te puede hacer mal” o, “No, no toques eso”.

Es cierto, queridos hermanos, como a hijos muy queridos nos trata Dios. Por eso, escuchémoslo para que el Señor nos haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia los demás, como nos exhorta hoy San Pablo en la segunda lectura, y añade luego que su Palabra nos fortalezca en la santidad, nos ayude a hacer mayores progresos y nos haga irreprochables el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos (cf. 1Tes 3,12-13). Jesús vino en la humildad de nuestra carne, viene hoy en la carne sufrida de nuestros hermanos y hermanas, y vendrá al final de los tiempos para culminar esta historia por la victoria del Amor, que es más fuerte que el pecado, la muerte y el mal, como rezamos en la oración ante la Cruz de los Milagros. Ésa es la fuente de nuestra esperanza, de nuestro consuelo y de donde recibimos la fortaleza para perseverar en el camino del bien.

María, la Madre de Jesús nos enseña cómo debemos prepararnos para recibir a Jesús. Aprendamos de ella a poner atención en la Palabra y animarnos a decirle sí a Jesús y comprometer nuestra vida entera en esa decisión y hasta el final. Después de ese conmovedor encuentro de María con el Ángel Gabriel, encuentro que la habrá llenado de mucha paz y alegría, ella no se quedó mirando al cielo sin hacer nada, ni se sintió la reina intocable, sino que inmediatamente se puso al servicio de su prima vieja y embarazada, posiblemente también molesta por su condición algo extraña para su edad y por lo tanto quién sabe con qué genio. Sin embargo, ahí estuvo María, respondiendo al reclamo de servicio que necesitaba su prima. Decir sí a Dios es, entonces, ponerse al servicio de los otros sin poner condiciones, especialmente de los que más lo necesitan.

En este espíritu de expectación y preparación a la venida de Jesús, estamos concluyendo el Año de la Vida Consagrada. Entre los numerosos peregrinos y devotos de la Virgen que colmamos hoy este templo, están con nosotros también los consagrados y consagradas que viven y trabajan en nuestra arquidiócesis. Ellos pertenecen a diversas familias religiosas que enriquecen nuestra Iglesia particular con sus propios carismas. Algunas presencias de estos hermanos y hermanas son más visibles, otras menos, pero todas importantes. Los encontramos presentes en los barrios, en los hospitales, en las escuelas, en las parroquias; están allí donde hay dolor y donde la gente experimenta carencias de todo tipo, brindando contención, esperanza y con frecuencia aún ayuda material; los religiosos y religiosas enriquecen con sus peculiares carismas la vida pastoral de nuestras comunidades y parroquias; Además, hay un número considerable de mujeres que pertenecen al Orden de las Vírgenes y otras que se están preparando para ese extraordinario y hermoso estilo de vida consagrada en la Iglesia; y también personas que viven su consagración en forma privada. Todo este caudal de vida evangélica es una gracia inmensa para nuestra comunidad diocesana. Hoy queremos agradecer y alabar a Dios, porque su infinita bondad y misericordia se hace visible y cercana en estos hermanos y hermanas que peregrinan con nosotros.

Una feliz coincidencia con la clausura del Año de la Vida Consagrada es el jubileo que está viviendo el Instituto de las Hijas de San Pablo. Ellas están concluyendo la celebración del primer centenario de su fundación. Las felicitamos y agradecemos la enorme tarea que realizan como consagradas dedicadas al mundo de las comunicaciones, explorando nuevas fronteras en el mundo digital en Internet, las redes sociales, sitios Web, en fin, los nuevos areópagos para anunciar y testimoniar a Jesucristo, siguiendo el ejemplo de María Reina de los Apóstoles e inspiradas por el gran comunicador apostólico que fue San Pablo.

Cuando se abrió el Año de la Vida Consagrada, el Papa Francisco –que vivió la mayor parte de su vida como religioso jesuita en la Compañía de Jesús–, invitó con mucha fuerza a todos los consagrados y consagradas a que ‘despierten el mundo’, sean una señal profética que anuncia la dignidad sagrada de toda persona humana; sean expertos en comunión hacia adentro de sus propias comunidades y hacia afuera donde las comunidades eclesiales esperan y necesitan de la espiritualidad de comunión; y hacia las periferias donde la realidad sufrida de tantos hermanos y hermanas reclaman la cercanía y el abrazo del consagrado.

Y por último, recuerdo otra frase del Papa Francisco: «Donde hay religiosos hay alegría». Es verdad, el corazón habitado por Dios se llena de alegría y de paz. Somos testigos de que Dios es capaz de hacer feliz y llevar a su máxima realización los anhelos más profundos del corazón de una mujer o de un varón que se consagra totalmente a Él. Él es nuestra esperanza y no los números, ni las obras, ni nuestros proyectos pastorales. Sólo Jesús hace plena y fecunda la vida de toda persona, y de un modo único y peculiar la que renuncia a todo y se entrega toda a Él y a los demás.

Concluyo recordando con todos Ustedes el deber que tenemos como creyentes de rezar por los nuevos gobernantes, para que conduzcan los destinos de nuestro pueblo buscando siempre el bien de todos mediante la sabiduría del diálogo, la transparencia en la gestión, la confianza y la amistad social. El Jubileo de la Misericordia que inauguraremos Dios mediante en los próximos días será una ocasión extraordinaria para abrir nuestros corazones al perdón y a la misericordia de Dios, para sembrarla sobre todos en los ambientes donde reina la inseguridad, la violencia y cada vez más el terror. María, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres nos sostenga y acompañe en camino de ser instrumentos de paz y misioneros alegres y cercanos a todos. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes

NOTA:
A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como CLAUSURA AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA, en formato de word. 



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