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 Homilía en la Misa de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

 Itatí, 8 de diciembre de 2015

   
   La imagen de la Virgen que veneramos en este templo, además de ser una de las más bellas que he visto, es una imagen que representa a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, así como sucede con las imágenes de la Virgen de Luján, la del Valle de Catamarca, la de Caacupé de nuestros hermanos de Paraguay, la del Milagro de Salta, por nombrar sólo algunas. Pero, ¿por qué llamamos a María Santísima ’Inmaculada Concepción’? ¿Y eso qué tiene que ver con nuestra vida?

Lo primero que debemos decir es que un 7 de diciembre, exactamente hace 400 años, gracias a las gestiones de Fray Luis de Bolaños, franciscano, se fundó este pueblo con el nombre de “Pueblo de indios de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí”. No existe otro acontecimiento en los orígenes de este pueblo que tenga raíces tan hondas. María de Itatí es definitivamente la memoria de este pueblo. Si se olvidara esta raíz, sería tan trágico como si un itateño dijera: “Este no es mi pueblo; yo no soy fulano de tal; esa no es mi familia…”. Seguramente sentiríamos compasión de él. ¡Qué importante es conservar la memoria! ¡Y mucho más aún la memoria de nuestro bautismo! ¡Es necesario cuidarla y mantenerla saludable! Aquellos primeros pobladores sabían por qué fueron bautizados y qué significaba para la vida de ellos el orgullo de pertenecer al “Pueblo de indios de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí”.

Recordemos que por esos años del 1615, aún no se celebraba a María con el título de Inmaculada Concepción, pero las notas de ‘pura’ y ‘limpia’ que se le atribuían ya entonces, era una devoción generalizada en el Pueblo de Dios desde hacía muchos siglos. Fueron sobre todo los franciscanos los que promovieron la devoción a la Inmaculada Concepción y por eso este pueblo fue bautizado con ese hermoso nombre y su devoción se extendió luego a toda la región, arraigándose profundamente en el alma de nuestra gente.

La Inmaculada Concepción de la Virgen María es un dogma que fue solemnemente proclamado el 8 de diciembre de 1854, es decir, hace un poco más de siglo y medio. Escuchemos las palabras con las que se describe el misterio de la Inmaculada Concepción el mismo día que fue proclamado: «La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

Digámoslo ahora con palabras más simples. María, por gracia de Dios, nació sin esa inclinación al pecado, con la que nacemos todos. Desde que María fue concebida por su madre Ana y su padre Joaquín, fue preservada del pecado original. Por eso, el Ángel Gabriel en el momento de la Anunciación, la saludó con esas hermosas palabras: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28), como escuchamos en el Evangelio de hoy. Llena de gracia, es decir, toda de Dios, sin ninguna sombra de egoísmo que la apartara de Él.

El poder de Dios la convirtió a María en ‘Puerta del Cielo’, una puerta que se abrió generosamente para que el Verbo del Padre se hiciera hombre y nos salvara del abismo de la muerte al que nos condujo el pecado. Es razonable pensar que si Dios la hizo llena de gracia –es decir, totalmente suya– no necesitaría de nadie más para que María concibiera al Salvador. Ahí están esas palabras que desconcertaron a la jovencita de Nazaret pero no lograron apartarla de Dios: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Aún sin ella comprender totalmente el significado de esas palabras, las acogió obedientemente: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38).

La devoción a María de Itatí es anterior a la fundación de este pueblo. La tierna presencia de la Pura y Limpia Concepción, acompañó a los primitivos pobladores que vivían a orillas de este majestuoso río varias décadas antes de que se fundara Itatí. Ellos habían escuchado asombrados el anuncio de la Buena Noticia del Evangelio, que se les descubría en la bondad y ternura de esta hermosa imagen. No es extraño que las manos artesanas de esos aborígenes hayan plasmado en madera de timbó y de nogal esa belleza que experimentaban en su corazón al escuchar quién era esa Señora, a la que cariñosamente ellos llamaban Tupasy Itatí, porque la sentían suya, tierna y cercana, que vino como una Madre buena a reunirlos como a hijos muy queridos; una Señora Tupasy que les enseñaba la dignidad sagrada de hijo de Dios que poseía cada uno de ellos, asegurándoles, además, que un día su Hijo Amado los reuniría a todos en el cielo. ¡Cómo no la iban a sentir así como la sentimos también nosotros: Ñandé Tupasy Poraité!

Muy queridos hermanos, sobre todo los itateños, que tienen la extraordinaria misión de conservar esta memoria y transmitirla, no sólo a sus hijos, sino también a los peregrinos de tantos lugares que los visitan. Ustedes tienen una misión tan clara y tan trascendental con la presencia de la Virgen en este Santuario, que además de darles de comer a ustedes y a sus hijos, los hace misioneros de la Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, sobre todo con el testimonio de acogida que deben dar a los peregrinos y con la indelegable tarea de transmitirles la fe y la devoción a la Tupasy Itatí. Queridos itateños: conserven la dignidad que recibieron de sus antepasados y háganla fructificar en buenas obras, esas que dignifican la vida de ustedes y los convierten en un mensaje de paz y de fraternidad para los visitantes, peregrinos y devotos. ¡Cuídense de la tentación de convertir a este pueblo en un antro de perversión donde solo se ofrezca diversión, juego de azar, droga y sexo!

Es una feliz providencia que hoy, transcurridos cuatro siglos de la fundación de este pueblo, el papa Francisco esté inaugurando el Año Santo de la Misericordia, invitándonos a atravesar la Puerta Santa “a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza”. Otra vez, en ambas orillas del río Paraná, a los pies de la Tiernísima Madre de Dios de los hombres, así como lo han hecho los primeros pobladores de estas tierras, también nosotros escuchamos el consolador anuncio de que no estamos solos en la vida, que las entrañas de Dios se estremecen de ternura por sus hijos, que nos espera con los brazos abiertos y desea intensamente que “sintamos plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado, que continúa sosteniendo nuestra peregrinación”.

Antes de concluir, quisiera pedirles en nombre del papa Francisco que colaboremos generosamente con la colecta de hoy. Lo que recojamos aquí, en las parroquias de todo el país y en todo el mundo, será destinado a las comunidades cristianas de Siria e Irak y a los refugiados en el Líbano, que están sufriendo toda clase de penurias y privaciones, para que este gesto concreto de amor hacia ellos ayude a construir una paz auténtica.

Para concluir, ampliemos nuestra mirada desde este Santuario de nuestra Madre y dirijámosla hacia todo nuestro país. Con Ella invocamos a su divino Hijo Jesús y le decimos: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”. Queremos caminar hacia un mayor encuentro entre todos los argentinos y superar enfrentamientos y divisiones que nos paralizan, y que como siempre hacen sufrir a los más pobres. “Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

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