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Homilía del Miércoles de Ceniza

Corrientes, 10 de febrero de 2016


   Iniciamos hoy con toda la Iglesia el santo tiempo de la Cuaresma. La ceniza es, tal vez, uno de los signos litúrgicos que más impacta, sobre todo cuando lo esparcimos sobre nuestras cabezas. Se trata de un antiguo signo de penitencia, mediante el cual queremos expresar nuestra condición de pecadores delante de Dios y también frente a los demás. Por otra parte, la ceniza nos recuerda que somos polvo, y que al final, ante nuestros ojos, lo único que queda de la propia existencia es un puñado de tierra. Ese momento final que nos tocará a todos, pone en evidencia el ridículo que hacemos cuando nos dejamos llevar por la soberbia y la vanagloria. En ese sentido, los agnósticos en cierto modo tienen razón, cuando manifiestan su escepticismo frente a la existencia humana: al final, con un soplido desaparece ante nuestra mirada todo lo que éramos.

Sin embargo, precisamente ante ese límite absoluto que tiene la vida de todo ser humano, Dios habla. Él es el que da la vida, él es el dueño de la vida. Tenemos vida porque la hemos recibido del Creador. Nadie puede dársela a sí mismo: ni la vida física, ni la vida espiritual. La ceniza es un signo elocuente para expresar que por sí mismos, no somos más que polvo. Pero Dios no nos abandonó a la desaparición ni tampoco a una especie de evaporación en el cosmos, sino que nos abrazó con su amor hasta el extremo de darnos su propia vida. ¡Qué importante es darse cuenta de esto! Y, además, tomar conciencia de que es necesario cuidar la vida que recibimos, no dañarla ni exponerse a perderla.

El signo de la ceniza es, entonces, un recurso pedagógico que nos recuerda que solos no podemos salvarnos. Aun cuando esto es una obviedad, con frecuencia no actuamos como seres racionales y nos empantanamos en nuestros pecados dañando nuestra alma, de la misma manera que nos enviciamos perjudicando nuestro cuerpo. La Cuaresma nos invita renovar la confianza en Jesús que quiere y puede sacarnos de ese pantano y hacernos renacer a una vida nueva. Este tiempo que se nos brinda, es un gesto más de Dios que se muestra misericordioso con sus criaturas. Nuestra mirada se dirige confiadamente a Dios, a quien arrepentidos de corazón le suplicamos: ¡Ten piedad, Señor, porque hemos pecado! Caer en la cuenta de lo grande que es la misericoria de Dios, nos llena de esperanza.

La lectura del profeta Joel que hemos escuchado nos invita a volver a Dios“…vuelvan al Señor, su Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en amor”. No nos resistamos a su invitación y empecemos confiados y decididos este tiempo de conversión que nos prepara para celebrar la Pascua. El Año Santo que estamos viviendo es una oportunidad extraordinaria para abrir las puertas de nuestro corazón a Dios, que es clemente y rico en misericordia.

También San Pablo, en la segunda carta a los Corintios, nos exhorta a volver a Dios: “Déjense reconciliar con Dios”, como diciendo, no se excusen con justificaciones y no pongan obstáculos para acercarse humildemente a Él. Solo si estamos reconciliados podremos ser misioneros de reconciliación en nuestros ambientes. No desaprovechemos, entonces, la gracia que se nos brinda, aceptando de buen grado la recomendación del Apóstol Pablo: “Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación”.

Vayamos al Evangelio de hoy. Allí Jesús pone en evidencia una conducta sumamente peligrosa y maligna, a la que suele darse poca importancia: se trata del mal de la apariencia. Aparentar es mentir, engañar, falsear, todo lo contrario a ser verdadero. Este falso comportamiento puede arraigarse en el individuo como también en la sociedad. Se trata de un gusto extraño y perjudicial por querer aparecer lo que no se es, una tendencia que conduce a la hipocresía. Tengan cuidado, advierte Jesús, de no hacer las cosas para que la gente los vea. Esa conducta es sumamente nociva para la propia persona y, a la vez, provoca un enorme daño a los demás, como todo aquello que no es verdadero. Aparentar es pretender que los demás se conviertan en aplaudidores, con lo cual, dice Jesús, el hipócrita ya recibió su recompensa.

Tenemos que estar muy atentos para no caer en el mal de la apariencia y la hipocresía. Esas tentaciones seducen preferentemente a las personas que tienen responsabilidades públicas, como son los que cumplen funciones civiles o religiosas, porque les endurece el corazón para el servicio y la misión, haciéndolos insensibles a las necesidades de los otros.
La indiferencia, dice el papa Francisco, es el mal que causa grandes injusticias en el mundo. Pero miremos el mundo que está a nuestro alrededor y descubriremos que la insensibilidad es el mal que mantiene en el sufrimiento a muchas personas a las que podríamos ayudar. Si observáramos con atención nuestro lenguaje, nos daríamos cuenta de lo arraigada que está la indiferencia en nuestra cultura. Por ejemplo, el ‘qué me importa’; que ‘cada uno se las arregle como pueda’; o que, en todo caso, ‘ese es tu problema’. Rompamos la cultura de la indiferencia y seamos sensibles al dolor de nuestros hermanos. Pero no olvidemos, despojarnos de la insensibilidad, es un don de Dios y para recibirlo es imprescindible suplicarlo con un corazón humilde y arrepentido.

Ante el llamado apremiante de esta Cuaresma a dejarnos reconciliar por Dios, vivamos este tiempo con mayor intensidad: volver a Dios es vencer la indiferencia por los hermanos que sufren, es acercarse hacia aquellos con quienes estamos distanciados, es, también, darnos tiempo para meditar los gestos de misericordia de Jesús, tan bellamente presentadas en los Evangelios, para descubrir en Él más profundamente el rostro misericordioso del Padre.

Que María, Madre de la Misericordia, nos lleve durante estas semanas que nos separan de la Pascua, por el camino que nos enseña su Hijo Jesús, y nos alcance la gracia de vivir la alegría de una vida nueva. Amén.

+ Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto completo como HOMILIA MIERCOLES DE CENIZAS 2016, en formato de word.


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