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 Homilía para el Viernes Santo de la Pasión del Señor

 Corrientes, 25 de marzo de 2016

 Acabamos de escuchar el relato de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Nuestro corazón creyente se conmueve profundamente ante el misterio del sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios. Pero al mismo tiempo, no deja de inquietarnos la pregunta dónde está la misericordia del Padre que permitió que su único Hijo padeciera el escarnio de una muerte tan ignominiosa. De igual forma, uno se pregunta por qué tiene que morir un inocente y qué sentido tiene el sufrimiento del que no tiene ninguna culpa.

El mismo Jesús de Nazaret no estuvo exento de la perplejidad y desconcierto que crean esas preguntas. Sin embargo, precisamente en este punto extremo de la existencia se revela la absoluta confianza que tenía Jesús en Dios su Padre, sabiendo que a pesar de tener que cargar sobre sus espaldas los pecados de la humanidad entera y atravesar la oscuridad de la muerte, su Padre no lo iba a abandonar. Y al mismo tiempo, el Padre que aparece sin decir palabra, sostiene con su brazo poderoso y lleno de misericordia a su Hijo, para que él pueda atravesar la prueba y vencer el pecado, la muerte y el mal.

Recordemos la palabra que proclamamos en la segunda lectura: “Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión”, es decir, por su confianza total y obediencia a la voluntad del Padre. Por eso, en esa misma lectura se recomienda: “permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe (…) Vayamos, entonces, confiadamente al trono de gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno”.

Ya el antiguo testamento prefiguraba el misterio de la redención del género humano anticipándose a los hechos que hoy conmemoramos. En efecto, el profeta Isaías escribía así: “Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca (…) Mi Servidor justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes”.

Queridos hermanos: para comprender el plan de salvación que Dios, en su infinita misericordia pensó para los hombres, es imprescindible que aceptemos una verdad fundamental: el hombre no puede salvarse solo, no puede darse la vida a sí mismo, por sus propias fuerzas no puede atravesar la muerte y alcanzar la vida plena. Dios salva, así lo quiso desde siempre, y lo realizó de una vez para siempre resucitando su Hijo Jesús. Esa historia de salvación continúa hoy a través de hombres y mujeres que confiesan que Jesús es el Señor y conforman su vida de acuerdo a sus enseñanzas, y también a través de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan sinceramente al Señor y orientan su vida hacia el bien y la verdad.

El tiempo que nos toca vivir coloca al ser humano en una disyuntiva existencial, cuyas consecuencias individuales y sociales son totalmente divergentes: o se vive la vida de acuerdo

a la voluntad de Dios, o se la vive de acuerdo a la voluntad propia. Nosotros, hoy, ante la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, confesamos nuestra fe y pedimos humildemente la gracia para que nuestro modo de pensar, nuestros sentimientos, y nuestra conducta sea conforme a las enseñanzas de Jesús, y al mismo tiempo, suplicamos que esa fe nos integre más a su Cuerpo que es la Iglesia.

Al finalizar esta celebración, acompañaremos en procesión la imagen del Cristo yacente por las calles de nuestra ciudad, dando testimonio de nuestro amor a Jesús y a su Madre, la Virgen María, en la esperanza de que el Padre resucitó a Jesús y por él nos resucitará también a nosotros. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA VIERNES SANTO 2016, en formato de word.

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