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Homilía en la Misa de Consagración de Vírgenes

Corrientes, 22 de abril de 2016

Reunidos alrededor del Altar, el Señor Jesús nos convoca hoy a celebrar un acontecimiento que nos es habitual, sino más bien extraordinario: cuatro mujeres bautizadas, fieles laicas de varias de nuestras comunidades parroquiales, respondieron al llamado de consagrar su vida entera exclusivamente a Jesús y a la Iglesia. Se trata de un carisma tan luminoso y fecundo a los ojos de la fe, como oscuro e inútil a los ojos del mundo, dijo el papa Benedicto sobre esta vocación. No es algo que a ellas se les ocurrió, por así decir ayer, sino que es un llamado que vienen escuchando, discerniendo y profundizando hace ya varios años.
Llegado el tiempo de una primera claridad de ese llamado, se presentaron al obispo y manifestaron el deseo de consagrar sus vidas por entero y para siempre. A partir de allí comenzaron un largo camino de preparación, hasta que ellas mismas, acompañadas por personas idóneas y por el obispo, comprobaron que, efectivamente, ese llamado no era una ilusión, tampoco un refugio, sino una invitación auténtica de Jesús que llama a los que él quiere. Jesús llama para manifestar que él es el Señor y que tiene el poder de atraer de tal manera a los que él ama, que es imposible resistir a su amor.

Decíamos al inicio que estamos asistiendo a un acontecimiento que no es muy común. Tampoco tiene porqué serlo. La vocación a una entrega total en las diversas formas de consagración que hay en la Iglesia es más bien para pocos, los suficientes para que sean testigos en el mundo de que Jesús es el Señor, y que por él vale renunciar aún a las realidades buenas que él ha creado, como es el matrimonio y la familia, los cuales, como sabemos, son también una verdadera vocación, es decir, un auténtico llamado de Dios.

Cuando el Señor llama a dedicar la vida entera a él, lo que desea manifestar con ello es que solo él basta, y que su presencia colma de sentido todas las dimensiones de la persona humana. El consagrado o la consagrada están llamados a ser un verdadero testimonio de que Jesús está vivo y que su presencia es tan adorable y tan profundamente abarcadora que no hay ninguna realidad humana que pueda reemplazarlo.

Decíamos también que las candidatas que van a realizar esta consagración para toda su vida son bautizadas. Este dato, que parece tan obvio es, sin embargo, fundamental: porque estas hermanas nuestras, precisamente porque han experimentado y madurado el enorme potencial que posee la vida bautismal, es que ahora responden con un sí total y para siempre a Jesucristo.
Cuando decimos que por el bautismo fuimos sumergidos en la muerte y resurrección de Jesús, estamos afirmando que se ha realizado una profunda transformación en nuestro ser: somos realmente criaturas nuevas, fuimos incorporados a la misma vida de Jesús resucitado e insertados en su Cuerpo que es la Iglesia. Ellas descubrieron que Jesús las llama a vivir esa vida nueva, que recibieron en el bautismo y luego fueron madurando en la comunidad eclesial, con una radicalidad propia y original. Recordemos todos la vida nueva que recibimos en el bautismo se nutre mediante la lectura asidua de la Palabra de Dios, la participación en los Sacramentos, especialmente mediante el sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, y con la práctica cotidiana de las obras de misericordia.

En el Evangelio escuchamos que Jesús se presenta ante nosotros como Camino, Verdad y Vida. ¡Cuántas veces hemos oído esta presentación que hace Jesús de sí mismo! Pero ¿nos damos cuenta de lo que significa aceptar a Jesús como Camino, Verdad y Vida? Esta Palabra de Dios resonó de un modo particular y único en el corazón de estas hermanas nuestras, a tal punto que Jesús se convirtió para cada una de ellas en un verdadero seguimiento, en una realidad que las abarca por entero y las transforma profundamente. Nada puede temer el que se entrega totalmente a él, sea en esta forma extraordinaria de consagración, sea en cualquier otra forma de vida a la que él nos llama, con la condición de que lo dejemos actuar y nosotros estemos dispuestos a hacer su voluntad y no la propia.

Es maravilloso, queridos hermanos, descubrir que Jesús, el mismo que padeció y murió a causa de los pecados de los hombres, está vivo y que aquellos que lo ven y se adhieren a él por la fe, poseen su misma vida, vida que ya no está sujeta al poder de la corrupción, sino que tiene la potencia de superar todos los males, angustias y aun la misma muerte. En eso consiste la vida cristiana: en anunciar que Jesús está vivo y que su presencia ilumina y da sentido a toda la existencia. Así lo oímos en la primera lectura: “Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. Él se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hch 13,30-31).

Estas hermanas nuestras harán pública su fe en Jesús muerto y resucitado, consagrándose totalmente a él y a su Cuerpo que es la Iglesia. ¿Qué será de ellas a partir ahora y en adelante? Aparentemente, no cambiará nada. Mañana cada una de ellas continuará con su trabajo para sostenerse económicamente, seguirán con el apostolado que hacían hasta ahora, continuarán frecuentando sus amistades… Sin embargo, en todas esas actividades y vínculos deberán actuar de tal manera que todo en ellas irradie la misericordia, la alegría y la paz, que provienen de un corazón entregado totalmente a Jesús. En todo hombre o mujer consagrados, los más pobres y vulnerables deberán encontrar en ellos siempre un corazón magnánimo y amable, junto con un amor entrañable a la Iglesia. Que la vida de cada una de ustedes sea un testimonio de caridad signo del Reino futuro, como leemos en el Ritual de la consagración de vírgenes.

Alegrémonos todos por este don extraordinario que recibimos de Jesús resucitado en la vida de estas hermanas que harán ahora su consagración. Recemos por ellas y por todos los consagrados y consagradas de nuestra comunidad eclesial: que el Señor Jesús las colme del gozo con su presencia y ellas sean esposas fieles de tan bello e inigualable Esposo. Amadísimas hermanas, la alianza que van a recibir sea un signo del amor inquebrantable de Jesús hacia cada una de ustedes y, al mismo tiempo, una respuesta fiel de ustedes hacia él, que las ha elegido para que lo anuncien vivo y presente en medio de los hombres, dando testimonio de su inmenso amor y compasión por todas sus criaturas. Las encomendamos a María, Madre de la Misericordia, para que las acompañe y proteja siempre.
 
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes

NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA CONSAGRACION en formato de word.


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