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Homilía en la festividad del nacimiento de San Juan Bautista

Corrientes, 24 de junio de 2016


  Hay tres motivos que le dan un realce muy especial a nuestra fiesta patronal. El primer motivo es el Año de la Misericordia con el lema “Misericordiosos como el Padre”; el segundo, el Congreso Eucarístico, inspirado en el lema: “Jesucristo Señor de la Historia, te necesitamos”; y el tercero: San Juan Bautista, declarado recientemente como Patrono tradicional de la Ciudad de Corrientes. La fe nos ayuda a ver la estrecha relación que hay entre los tres motivos: Dios rico en Misericordia revela su rostro misericordioso en Jesucristo, a quien necesitamos cada vez más, y a quien precedió y anunció nuestro Santo Patrono. San Juan Bautista, desde que nacimos como pueblo, nos viene anunciando que miremos a Jesús porque en Él está toda la misericordia de Dios: “Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”.

Con la feliz noticia de la proclamación de nuestro santo como Patrono tradicional de la ciudad, se agrandó la fiesta, por una parte; y por otra, a partir de ahora, la parroquia San Juan Bautista tendrá que asumirse como una comunidad misionera de la extraordinaria figura de este santo por toda la geografía de nuestra ciudad. Estamos muy agradecidos al gobierno municipal por este merecido y oportuno título tomara estado oficial; y, sobre todo, damos gracias a esta comunidad que conservó, cuidó y acrecentó la devoción a su santo patrono. Agradecidos por ello, hoy podemos recuperar la memoria histórica de este patronazgo, y estar muy atentos para conservarla y desarrollarla con fidelidad y creatividad.

Al mencionar la memoria de este santo fundador, nos estamos refiriendo a la matriz cristiana que le dio identidad de este pueblo. Por consiguiente, para que este pueblo pueda continuar siendo él mismo y desarrollar sus mejores potencialidades, tiene que cuidar que sus raíces no se sequen, o que vengan otros y les propongan cortarlas, para entregarse en las manos de unos desconocidos que los modelen de acuerdo a quien sabe qué extraños intereses. Por eso, es trascendental el hecho de que rescatemos el patronazgo tradicional de San Juan Bautista. Celebrar un doble nacimiento: el del santo y el de nuestro pueblo que está bajo su advocación, es una invitación a abrazar de nuevo la propia historia con una actitud agradecida. No existiríamos como pueblo si no cultiváramos y recreáramos lo que hemos recibido. Por consiguiente, cuanto más conocemos nuestros orígenes, mejores posibilidades tenemos de recrear nuestro presente y proyectarnos con esperanza hacia el futuro.

San Juan Bautista nos recuerda que Dios se hizo visible en la encarnación del Verbo en el seno purísimo de María de Nazaret. Él fue quien lo señaló cuando dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Y Él, su predecesor, es quien da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios. Esta es la Buena Noticia que hemos recibido, que es –como dice el papa Francisco– «lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario (…) porque «nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio» (Amoris laetitia, n. 58). Por eso la Iglesia celebra el nacimiento de Juan, quien tuvo el privilegio de bautizar a Jesús en el Jordán y ser testigo de la voz que vino del cielo durante ese bautismo extraordinario: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Mc 1,11).

Gracias a ese anuncio aprendimos que la dignidad de todo ser humano es inviolable; que nacimos libres para amar y que nuestro destino es llegar a la plenitud de ese amor que está en Dios, a cuya imagen y semejanza fuimos creados. Somos peregrinos con vocación de cuidarnos unos a otros, especialmente a los más frágiles, como son los pobres y los enfermos, de formar familias y criar a nuestros hijos, de progresar espiritual y materialmente, atentos a que nadie esté privado de los bienes necesarios para vivir con la dignidad que corresponde a los hijos de Dios. Esto lo hemos escuchado, podríamos decir, desde la cuna en la que se gestó este pueblo, gracias a San Juan Bautista que vela sobre la memoria cristiana que heredamos de nuestros mayores.

Recuperar a San Juan Bautista con el merecido título de Patrono tradicional de la Ciudad, nos compromete a vivir de acuerdo con la Buena Noticia que hemos recibido. Hoy, esa Buena Noticia se nos brinda como gracia en el Año de la Misericordia. Ser devotos de nuestro Santo Patrono, es renovarnos espiritualmente en el baño refrescante del perdón y en el abrazo del Padre misericordioso, haciendo realidad en nuestra vida cotidiana las obras de misericordia que nos recomienda la Iglesia, especialmente en este Año jubilar.

Si nos hemos sentido impulsados por el Espíritu Santo a participar de la novena al Santo Patrono, a tomar parte en esta celebración, y a asistir a alguno de los gestos tradicionales que acompañan todos los años esta festividad –como por ejemplo la quema del muñeco, el tatá yesahá y las luminarias–, también debemos hacernos la pregunta con quién y en qué momento debemos dar el primer paso para ser misericordiosos; dónde nos reclama esa obra de misericordia que está dentro de mis posibilidades y tal vez la esté demorando innecesariamente. Preguntarnos, por ejemplo, cuáles son las ‘brasas’ que debo atravesar para convertirme más a Dios y cumplir con sus mandamientos; y cuáles son los ‘muñecos’ que debo quemar en mi vida, no en la vida de los otros, para ser más paciente y misericordioso. Entonces, te aseguro que si respondés con prontitud y generosidad al llamado del Espíritu, podés tener la certeza de que la bendición de Dios te colmará con su paz, y multiplicará aún más las bendiciones en tu vida y en la vida de tu familia y tus amigos.

Que la festividad del nacimiento de San Juan Bautista nos alcance la bendición de renacer a la vida nueva de la gracia; en ser valientes, como lo fue él, para dar testimonio alegre de nuestra fe cristiana; en amor a la Iglesia y al Papa, con una especial atención a los más pobres; y, sobre todo, con la ayuda de Dios, en ser coherentes en nuestra vida con la práctica cotidiana de las obras de misericordia. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes

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