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Homilía en la Misa del 116º Aniversario de la Coronación de Nuestra Señora de Itatí

Itatí, 16 de julio de 2016

   Estamos conmemorando un nuevo aniversario de la Coronación de Nuestra Señora de Itatí. Un día como hoy, hace 116 años, en el atrio del Santuario de la Cruz de los Milagros, en la ciudad de Corrientes, y ante una multitud de peregrinos y devotos, el obispo colocaba la corona sobre la hermosa imagen de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. Sin embargo, la devoción a la Virgen de Itatí se remonta hasta los orígenes de la evangelización, cuando los misioneros anunciaron por primera vez la Buena Noticia a los pobladores de estas tierras. Esa bendita memoria nos marca el camino para el presente y el futuro de nuestra fe cristiana.

Hoy estamos nosotros junto a nuestra Madre, felices de estar aquí por el solo hecho de encontrarnos frente a Ella. ¡Cuánta y ternura y bondad irradia su mirada! ¡Qué emoción responderle con una mirada nuestra llena de amor y de confianza! En el Año de la Misericordia, queremos contemplarla como a aquella que nos abre la puerta de la misericordia, y nos conduce a su Hijo Jesús. Él es la misericordia del Padre, una misericordia que no conoce límites, no pone condiciones y se entrega gratuitamente. A Ella, que nos mira con ojos de misericordia, le imploramos que no deseche ahora las súplicas de sus hijos, que humildemente confiamos en su maternal intercesión.

¿Cuál es la súplica que le dirigimos a nuestra Madre en el Año de la Misericordia? Ante todo, que nos conceda un gran amor a su divino Hijo Jesús, como se lo pedimos en la oración “Tiernísima”. Que en ese amor nos ayude a descubrir cada vez más la maravillosa verdad de que somos hijos en el “Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gál 4,6), como lo escuchamos en la lectura del Apóstol san Pablo. ¡Ese es el ‘avío del alma’ que tanto necesitamos! Dejemos que esos ojos misericordiosos de María penetren con su mirada en nuestro corazón, y nos hagan experimentar la infinita bondad y compasión que Dios Padre tiene por cada uno de sus hijos.

Así, quien se siente amado, ama; porque lo que ha recibido gratuitamente, también gratuitamente lo comparte con todos. María se sintió profundamente amada por Dios, por eso, toda ella es amor y servicio. Jesús aprendió a amar en la escuela del amor con María y con José. Luego, ya de grande, Jesús no tuvo problemas en aclarar que los vínculos más profundos que se establecen con él no son los de la carne y de la sangre, sino los que se construyen haciendo la voluntad de Dios (cf. Mt 12.46-50).

La misericordia de Dios –como dijo el papa Francisco– no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Se trata de un amor que proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón (cf. MV, 6). Por eso, en este Año Jubilar, todos estamos invitados a atravesar la Puerta Santa, puerta de la misericordia y el perdón, para que en ese gesto exterior, realizado con humildad y buena disposición interior, se abra la puerta de nuestro corazón. Allí necesitamos imperiosamente que entre la luz del amor, disipe las tinieblas del odio, y el agua del perdón lave la suciedad del pecado.

La semana pasada concluíamos las celebraciones del Bicentenario de nuestra Patria. Hemos reflexionando sobre la necesidad de cuidarla, sobre todo de algunos males que la amenazan. Entre los principales males que nos amenazan, el primero en gravedad que señalamos en el documento del Bicentenario, es el “desencuentro que no nos deja reconocernos como hermanos. Ese desconocimiento corre el riesgo de convertirse en desprecio del otro, a lo que sigue la corrupción generalizada, la plaga del narcotráfico –en la que lamentablemente se ve involucrado cada vez más este nuestro querido pueblo de la Virgen–, y el descuido de la casa común”. Nadie puede desentenderse de esa responsabilidad, ciudadanos, gobernantes, y todas las instituciones que conforman la sociedad civil.

Necesitamos salir del letargo en el que nos sumerge el individualismo de pensar cada uno en sí mismo y para sí mismo. Porque, así adormecidos y paralizados, el mal que no da tregua, nos encuentra debilitados e insensibles ante los urgentes desafíos que nos exigen cuidarnos unos a otros. La fe en la Virgen, tiene que despertarnos y ayudarnos a descubrir que somos un pueblo de hijos y de hermanos, peregrinos con los ojos bien abiertos para detectar los peligros que nos acechan en el camino, en el cual los más expuestos e indefensos son nuestros niños y nuestros jóvenes. No nos recluyamos en la falsa seguridad de pensar que el problema está fuera.

Como le decíamos anoche, saludándola con mucha alegría y una profunda emoción: ¡Míranos, Madre, con esos tus ojos llenos de ternura y misericordia! ¡Cuánta necesidad tenemos de esos ojos! Míranos a nosotros que humildemente recurrimos a vos; mira, tiernísima Madre, a nuestros enfermos y ancianos; a los que viven en la indigencia, a los presos, a los que se sienten solos, los que no tienen trabajo, a las víctimas de la trata y del comercio humano; a los menores víctimas de abuso, y a tantos jóvenes que sufren el flagelo de la droga, el vacío de la educación, la ausencia de empleo.

¡Míralos, tiernísima Madre! Son nuestros hermanos y hermanas, por eso te imploramos: danos ojos para ver sus desdichas y necesidades, y un corazón lleno ternura para que nadie de los que hoy estamos aquí, nos vayamos sin un propósito firme de hacer algo por ellos. Enséñanos a ser misioneros de la misericordia siempre y en todas partes; a sembrar esperanza y a infundir esa fortaleza que nos viene de tu Hijo Jesús, para que nadie tenga que bajar los brazos ante la adversidad. Te pedimos, Virgencita de Itatí, que mires con ojos de misericordia y protejas a este pueblo itateño que te custodia con amor y fidelidad a lo largo de tantos siglos.

Hoy queremos renovar nuestra confianza filial en poderosa intercesión de María, bajo la hermosa advocación de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, y le encomendamos el destino de nuestra Patria. Dales, Madre querida, sabiduría a nuestros gobernantes, fortaleza y gran sensibilidad por los pobres y marginados, que padecen las consecuencias del duro momento económico por el que estamos atravesando. Danos a todos todos “un corazón puro, humilde y prudente” para ser más misericordiosos y pacientes en la propia familia, dispuestos siempre a dar el primer paso para acercarnos al otro, porque fuimos también los primeros en ser amados y perdonados por Dios; que los devotos y promeseros de María de Itatí nos distingamos por cuidarnos unos a otros, con una especial atención a los niños, los ancianos y los enfermos; y que el peregrino de la Virgen manifieste con su conducta que ama y cuida la casa grande que habitamos todos. Vayámonos con la firme decisión de ser más misericordiosos con todos.

Para concluir, dirijamos piadosamente nuestra mirada hacia nuestra Madre: Ella nos mira con ojos de misericordia; dejemos que su mirada ablande las durezas de nuestra alma y nos dé la gracia de partir hacia nuestros hogares renovados interiormente, limpios y pacificados por el perdón, como el mejor “avío” para el alma que la Virgen nos regla. Amén.
 
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


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