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Homilía en la Misa de la festividad de Nuestra Señora de La Merced

Corrientes, 24 de septiembre de 2016


   Nos hemos reunido en esta plaza, como lo hacemos todos los años cumpliendo ancestrales disposiciones de sucesivos gobiernos provinciales y de esta Ciudad, los cuales se comprometieron desde 1660 a celebrar solemnemente a la declarada patrona de la ciudad y su contorno: a Nuestra Señora de la Merced, nombrada luego patrona y generala del Ejército Argentino.

El testimonio de fe y devoción a la Virgen de nuestros mayores nos impulsan hoy a nosotros, pueblo y autoridades, a renovar el compromiso cristiano y las responsabilidades ciudadanas. Recordemos que la identidad de un pueblo posee analogías con el desarrollo de la identidad de una persona. Así como los diversos rasgos que conforman la identidad del recién nacido está determinada por sus padres, por el pueblo donde nace, y por lo que sucede durante los primeros años de vida, sobre todo por el modo en que experimenta sus vínculos primarios, así acontece con los pueblos: los rasgos distintivos hay que buscarlos en sus orígenes. Por eso, nos hará mucho bien preguntarnos de dónde nos viene esa sed de paz y de fraternidad, de independencia y libertad; del sentido de justicia y de solidaridad; el respeto por el otro y el espíritu de fiesta; y, sobre todo, esa profunda religiosidad que distingue el alma correntina, ¿de dónde le viene? ¿Quién le transmitió esa herencia tan preciosa y de incalculable valor? Es importante que sepamos respondernos a esas preguntas, porque la persona que no conoce su historia personal -y dígase lo mismo de un pueblo- es muy difícil que sepa realmente quién es y qué misión tiene en la vida. En esas condiciones, se corre el peligro de ser colonizado y sometido a esclavitudes culturales que nos hacen hacer cosas que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia.

La “merced” de Nuestra Señora
La buena noticia del Evangelio, que recibimos hace más de cuatro siglos en nuestra región, fue conformando un universo de valores, que explican de dónde nos vienen esas profundas aspiraciones que acabábamos de nombrar. La advocación que hoy conmemoramos en esta imagen, nos remite a la persona de María, en la que esas aspiraciones se realizaron plenamente, convirtiéndola así en esperanza y modelo de la humanidad. El breve texto del Evangelio de San Juan nos la muestra junto a la cruz de su Hijo. Muchas imágenes de la Merced la representan con el Niño Jesús en sus brazos. Les propongo que, brevemente, nos detengamos en el hermoso título de La Merced que lleva nuestra Señora, contemplándola estrechamente ligada a su Hijo Jesús, al que llevó en su seno, acompañó junto a la cruz y veló en oración junto con los apóstoles en Pentecostés.

Recordemos que esta advocación la trajeron los Padres Mercedarios, que hoy ya no están en Corrientes, pero nos han dejado la mejor herencia: la presencia de la Madre de Jesús, bajo ese sugestivo título de Nuestra Señora de la Merced. Es importante desentrañar su significado: merced quiere obsequio, favor, compasión, indulgencia, misericordia; es decir, todo lo contrario de castigo, condena, venganza, crueldad. El título de La Merced que ostenta esta hermosa Señora, ¿tendrá algo que ver con la realidad cotidiana de nuestra vida personal, familiar y social? Preguntémonos, ¿cuál sería “la merced” de esta Señora?, o bien ¿en qué se manifiesta esa su merced, es decir, su obsequio, su favor, su misericordia? Los invito a que contemplemos la imagen. ¿Qué hay en ella que nos sugiera esa “la merced”? Ciertamente no es la corona, ni la banda, ni el bastón de mando, aun cuando todos esos atributos le pertenezcan y honran al pueblo correntino y a todos los argentinos. La respuesta está en descubrir que ella no brilla por sí misma, sino que es iluminada, su resplandor es causado por la criatura que llevó en su vientre y que luego acompañó, muchas veces perpleja y con enormes sufrimientos, hasta la cruz. Es realmente asombroso lo que a través de ella se nos revela: a Dios mismo, pequeño, vulnerable, cercano, totalmente confiado a los brazos humanos de una madre que representa a toda la humanidad. Esa criatura es Dios, el Verbo hecho carne en el seno de la Virgen María. La merced de esta Señora está en el Hijo que nos entrega y hacia esa merced quiere que dirijamos toda nuestra atención.

Entonces, la Merced, con mayúscula, que nos obsequia Nuestra Señora, es Jesucristo: él es la revelación de la “merced” de Dios, nuestro Padre. Esto lo sabían muy bien los cabildantes de Corrientes que la habían jurado como patrona en dos ocasiones. Esto lo venían rezando y creyendo las generaciones que nos precedieron en esta región por más de cuatro siglos, aun cuando en los orígenes no la hayan invocado con ese título, pero la reconocían como la Madre de Dios y de los hombres, y sentían que ella los miraba con ojos de misericordia y atendía con ternura de madre las súplicas de sus hijos.

La “merced” es Jesús, el rostro de la misericordia del Padre
La matriz cristiana que dio origen a nuestros pueblos, les confirió también su identidad propia. La misericordia, con el antiguo nombre castellano de la merced, constituye uno de los rasgos genuinos de la identidad cristiana del pueblo correntino, inserto con su originalidad propia en el concierto armónico de los demás pueblos que conformamos la nación argentina, a pesar de que en muchas ocasiones no hayamos actuado con misericordia, ya sea en el trato respetuoso y compasivo que nos debíamos en la pareja y en la familia, ya sea en la vida social y política, en la que lamentablemente nos dejamos ganar por intereses mezquinos, que nos alejan y hacen insensibles a las miserias y privaciones por las que atraviesa la gente. La merced, podríamos decir, es esa cualidad cristiana, hondamente arraigada en el alma correntina, que se expresa en el deseo de que todo paisano se halle. Buscar que todos los paisanos se hallen, especialmente los que no se hallan a causa de las privaciones por las que atraviesan, debería convertirse en un verdadero programa social. Hallarse, como ustedes saben, es sentirse a gusto, poder dar y darse, recibir y compartir.

Este modo de ser ‘obsequioso’, dispuesto a convertirse en ‘merced’ para el otro, es necesario reconocerlo y cultivarlo, porque es un rasgo distintivo de la identidad cristiana de este pueblo. Por su parte, la “merced”, vivida como misericordia, obsequio, favor, de parte de Dios para con los hombres, nos abre nada menos que a lo más íntimo del misterio divino, que es amor y que se manifestó a los hombres como misericordia. Quien se encuentra con esta “merced” de Dios, no puede sino vivir su vida como obsequio, como merced, convertidos en obras de misericordia hacia sus hermanos. La “merced”, la misericordia, es todo lo contrario a la venganza, a la crueldad, a la ley del talión, que es la vieja y arraigada ley del “ojo por ojo, diente por diente”, que con frecuencia rige las relaciones entre los cónyuges, en los vínculos familiares, en la vida social y en el ejercicio de la política. Allí no hay lugar para la “merced”, es decir, para la gratuidad del perdón y la misericordia. Dios, al revelarse a los hombres nos ofrece su perdón y no renuncia jamás a esa merced, no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza y a la muerte del pecador.

La “merced” se refleja en obras de misericordia
La misericordia es la virtud que ayuda a restaurar, a recomponer, a recuperar lo que se ha dañado o roto en los vínculos entre las personas y de estás con Dios. Ésa es la lógica de la misericordia de Dios, la lógica, podríamos decir, de su “merced”. Esa lógica va en contra de la mentalidad corriente del usar y tirar, comentaba hace poco el predicador del Papa. En los vínculos entre las personas, desde los básicos que se establecen en la pareja humana, en la familia y luego en todas las expresiones de la vida social, debemos redescubrir el arte olvidado de nuestras madres y abuelas: ¡el remiendo! En lugar de usar y tirar: ¡usar y remendar! No es necesario explicar la sabiduría que significa remendar los desgarros y las crisis en la vida de pareja, en nuestra convivencia social y en el modo de ejercer la función pública. El secreto de esa sabiduría consiste en saber comenzar siempre de nuevo. Igual que la vida comienza cada mañana y a cada instante. La merced de Dios hacia el hombre actúa con esa sabiduría: nos brinda siempre una nueva oportunidad.

¡Dios te salve Reina y Madre de La Merced!, íntimamente ligada a la historia y a la piedad de nuestro pueblo, danos ojos para ver a Jesús en los hermanos y hermanas que sufren toda clase de pobrezas materiales y espirituales, como son tierra, techo y trabajo; educación y salud; consejo y cercanía fraterna; danos también oídos para escuchar y manos para estrechar y levantar; y sobre todo, un corazón misericordioso para con todos, que refleje esa “merced” de Dios que hoy contemplamos en los tiernos brazos que María, Madre de Dios y de los hombres, extiende hacia nosotros, para entregarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.

Arzobispo de Corrientes


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