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Homilía en la celebración de la Pasión del Señor
Corrientes, 14 de abril de 2017
Dios ha muerto. En el relato de la pasión, que acabamos de escuchar, resonaron sus últimas palabras: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). Y en seguida el final: “E inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Es verdad, Dios ha muerto y fuimos los hombres los que le dimos una muerte humillante. Él la aceptó libremente, perdonó a sus asesinos y continúa perdonando hoy a los que lo ofendemos. Es tremendo tomar conciencia hasta dónde puede llegar el mal que se apodera del hombre. Y, por otra parte, conmueve profundamente darse cuenta de la incondicional y gratuita misericordia que Dios tiene por sus criaturas.
Al contemplar el trágico espectáculo de Jesús muerto en una cruz, entre dos ladrones crucificados con él, se nos estremece el corazón. “Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre Él y por sus heridas fuimos sanados” –escuchamos en la lectura del profeta Isaías–. Coloquémonos piadosamente junto a los pocos testigos que lo acompañaron: María, que estaba junto a la cruz de Jesús, con el discípulo a quien Jesús amaba, y dejémonos abrazar por tanto amor que brota del corazón de Dios. Desde allí mana la fuente inagotable de la misericordia y el perdón que Dios quiere derramar sobre nosotros. No le cerremos las puertas de nuestro corazón. Él desea ardientemente perdonar, limpiar y transformar nuestra vida.
Muchos vamos a realizar el piadoso ejercicio del Via crucis; otros, además, harán la tradicional Visita a las siete iglesias y meditarán las Siete Palabras. Que estos piadosos ejercicios nos ayuden a renovar nuestra fe y nuestro amor a Jesús, muerto y crucificado por nuestros pecados. Y al mismo tiempo, renueven en nosotros la esperanza de resucitar con Él a la Vida nueva. Las señales por las que reconocemos esa vida en las personas son las que contemplamos en Jesús: gestos concretos de perdón y de misericordia hacia nuestros semejantes; disponibilidad pronta para el servicio humilde a los otros; renuncia a todo trato ofensivo, violento o injusto con las personas, en particular con las que convivimos a diario; desapego total del negociado, de la codicia, de la usura y del fraude; adhesión incondicional a la verdad, a la transparencia y a la solidaridad, especialmente con los más necesitados.
Es deslumbrante la luz y enorme el consuelo que nos da la fe. Gracias a ella, experimentamos qué profundo y qué inmenso es el amor que Dios nos tiene, y hasta dónde llega su misericordia por cada una de sus criaturas. Por eso, con el salmista también nosotros exclamamos: “Yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi Dios», mi destino está en tus manos”. De la mano de María, la Madre de Jesús, dolorosa y fiel compañera en su pasión y muerte, nos disponemos a vivir este gran misterio de la muerte de Jesús, en piadosa espera de su resurrección, que se convierte en vida y esperanza para nosotros y para todo el mundo. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispado de Corrientes
NOTA
: a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA VIERNES SANTO 2017, en formato de word.
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