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Homilía en la Misa de la fiesta en honor a San Antonio de Padua

Mburucuyá, 13 de junio de 2017

  Seguramente la gran mayoría de los presentes aquí estaremos de acuerdo en afirmar que las dos fiestas mayores de Mburucuyá son, ante todo y la más antigua, esta solemne conmemoración de San Antonio, patrono de esta comunidad, que estamos celebrando hoy; y, en segundo lugar, la Fiesta Provincial y Nacional del Auténtico Chamamé, que concurre cada año durante los primeros días de febrero, la que está próxima a cumplir su jubileo de oro. Las dos, cada una en su propio género, tocan fibras muy íntimas en el corazón de todos los que nacieron en este bendito pueblo y parajes aledaños. Ambas, pero cada una a su manera, recogen y transmiten valores, convicciones, sentimientos nobles y profundos, en pocas palabras, afianzan un modo propio y original de vivir la vida, de relacionase y cuidarse mutuamente, de ser solidarios y organizarse, de trabajar y de celebrar las fiestas.

Nosotros, a diferencia de otros pueblos, tenemos un estilo de vida que llamamos cristiano y católico en su inmensa mayoría. Esto no nos extraña, porque nos hicieron cristianos por el bautismo, y luego nos educaron en esa fe cristiana. Además, nacimos en un pueblo de raíces cristianas, porque junto a los primeros pobladores de esta región y luego las sucesivas inmigraciones, escucharon el anuncio del Evangelio de Jesucristo, lo aceptaron y de esa manera fueron construyendo un estilo de vida cristiano. Los pobladores de este lugar se fueron haciendo pueblo en torno a la figura y al mensaje de San Antonio de Padua, un cristiano ejemplarísimo, a través del cual fueron descubriendo al amor a Jesús, a la Virgen, a la Iglesia y a todos los hermanos, sin distinción, pero con una especial predilección por los más pobres y vulnerables.

Como lo hacemos todos los años, también hoy colocamos en un lugar destacado de nuestra fiesta, a San Antonio de Padua. Es imposible imaginarse Mburucuyá sin su santo patrono. Es parte fundamental de nuestra historia y de nuestra identidad. ¿A quién se le ocurriría suprimir el festival del Chamamé y reemplazarlo por un festival de música rock o de música clásica? Con el respeto debido a estas expresiones musicales, lo que identifica a este pueblo es su poesía, su música, su danza y hasta su idioma guaraní. Es muy importante cuidar y cultivar las propias raíces. Las dos cosas: cuidar y cultivar. Cuidar, que quiere decir estar atento a los valores que hacen a la propia identidad; y cultivar, significa que esos valores no deben ser letra muerta, sino que se deben expresar en nuestra conducta cotidiana. Para no perder la memoria de nuestra identidad cristiana, y al mismo tiempo, para retomar las fuerzas que necesitamos para vivir hoy de acuerdo con esa identidad, hemos colocado la imagen de San Antonio en un lugar destacado.

San Antonio, como hombre cristiano y católico, que ha vivido con extraordinaria intensidad su amor a Jesús, a la Iglesia y a los hermanos, es para nosotros una memoria permanente, que nos recuerda que Dios debe ocupar el primer lugar en nuestra vida, en nuestras familias y en la sociedad, que queremos construir sobre los valores cristianos de la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Demás está decir que, ni este santo, ni a ningún otro, ni aún a la Virgen María, le rendimos adoración. No adoramos imágenes, sino que las veneramos, porque el recuerdo ejemplar de su vida cristiana nos anima a vivir la nuestra. Y, además, por la certeza que nos da la Iglesia de la cercanía y amistad que los santos viven con Dios, ellos nos ayudan y socorren en nuestras necesidades. Los santos y santas son, junto con nosotros y en comunión con nosotros, la familia de Dios, unida por la poderosa corriente de amor que brota de la cruz de Jesús. Con ellos, por la fe y la esperanza que nos da Jesucristo muerto y resucitado, peregrinamos hacia la plenitud de Amor.

Lo primero que debemos pedirle a nuestro santo es que nos alcance la gracia de aumentar nuestra fe. Eso quiere decir colocar a Dios en primer lugar, como lo hizo San Antonio. Y, en segundo lugar, la fortaleza para vivirla en nuestra vida cotidiana, iluminados también por el ejemplo de la vida de nuestro santo. En otras palabras, le pedimos que nos enseñe a ser discípulos de Jesús, atentos a su palabra, abiertos a recibirlo y dispuestos a que el Espíritu de Jesús resucitado nos transforme, y “cambie nuestro corazón de piedra en un corazón de carne”, y lo haga sensible a las necesidades de nuestro prójimo, sobre todo de aquellos que más lo necesitan.

La fe crece por la predicación. Creemos porque escuchamos el mensaje y creímos en él. San Antonio fue un insigne predicador de la Palabra de Dios. Predicar la palabra es anunciar que Jesucristo murió por nosotros, resucitó y nos abrió las puertas de cielo, para que peregrinemos en esperanza y juntos hacia Dios, que es todo amor, perdón y misericordia. Escuchemos un pasaje de la predicación que nuestro santo hizo en la fiesta de Pentecostés. “El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras las que hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y por esto el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. «La norma del predicador –dice san Gregorio– es poner por obra lo que predica.» En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras”. Hasta aquí nuestro santo.

Hoy, nosotros, como lo hizo en su momento San Antonio, escuchamos el mandato de Jesús a un numeroso grupo de discípulos: “¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos (…) y digan a la gente: el Reino de Dios está cerca de ustedes”. Sabemos cuál fue la respuesta de san Antonio a ese mandato de Jesús. ¿Cuál será hoy la de cada uno de nosotros? El favor, con mayúscula, que le debemos pedir a nuestro santo es la gracia de creer en la bondad de ese envío y la fortaleza para cumplirlo. San Antonio nos da las coordenadas para que no erremos el camino, porque la peregrinación está llena de peligros. Esas coordenadas son: creer en Dios y colocarlo en primer lugar; y la otra: amar y servir a nuestro prójimo. Quien camina orientado por estas coordenadas, no será confundido y llegará a la meta a la que llegó nuestro santo.

El domingo confirmé a un grupo de 40 adolescentes. El primer compromiso que asumieron juntos como confirmados fue realizar una misión en su propio barrio. Eso me recuerda el mandato de Jesús: “¡Vayan!”, pero también la advertencia: “Los envío como a ovejas en medio de lobos”. ¿Cuáles podrían ser las armas de las ovejas para defender de los lobos? La tentación sería armarlas hasta los dientes. Sin embargo, Jesús, a continuación, propone ir desarmados: ni dinero, ni provisiones, ni calzado… Nada de violencia, ni de ostentación de fuerza, ni de prepararse para la guerra: “Al entrar a una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. Esto significa anunciar a la gente que “el Reino de Dios está cerca de ustedes”.

Para concluir, recordemos a los santos pastorcitos de Fátima: Jacinta y Francisco. Eran niños de condición muy humilde y profundamente piadosos –reflexionó el papa Francisco durante la canonización–. Sin embargo, piadoso no quiere decir débil o miedoso, sino todo lo contrario: el piadoso auténtico es fuerte y valiente, como lo fueron estos niños ante las adversidades, que tuvieron que soportar en su propia familia y de parte de las autoridades. Ellos fueron capaces de vivir tanto las contrariedades como los sufrimientos en actitud de ofrecimiento al Señor. La misma capacidad de soportar la adversidad la encontramos en San José Gabriel del Rosario Brochero, argentino, canonizado recientemente; y de María Antonia de Paz y Figueroa, llamada cariñosamente Mama Antula, también beatificada hace poco.

Durante una de las visiones que tuvieron los pastorcitos, la Señora de Fátima les preguntó: «¿Quieren ofrecerse a Dios?». La respuesta de ellos fue: «¡Sí, queremos!». Esa pregunta que hizo la Virgen María hace cien años, la podemos escuchar hoy nosotros, como conclusión de nuestra novena y fiesta patronal: «¿Quieren ofrecerse a Dios?». ¿Cuál será nuestra respuesta? Miremos a San Antonio, y pidámosle que nos alcance la gracia de la perseverancia en nuestro servicio a Dios y al prójimo, en las buenas y en las malas, en medio de las adversidades y también en las alegrías. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


Foto gentileza Nolito Ybarra

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