PRENSA > HOMILÍAS

Homilía en la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista

Corrientes, 24 de junio de 2017


  Estamos aquí para conmemorar el nacimiento de San Juan Bautista, declarado patrono de la Ciudad de Corrientes y protector de esta comunidad parroquial, que está bajo su advocación. Esta conmemoración nos pertenece a todos los que vivimos en esta hermosa geografía del noreste argentino, cuya población empezó a desarrollarse desde fines del siglo XVI, y se fue convirtiendo muy pronto en un punto de referencia para las sucesivas poblaciones de la región.

La memoria de San Juan nos convoca a todos

Decíamos que nos pertenece a todos, a los más originarios, a aquellos que tienen varias generaciones a sus espaldas, a los que han venido después y se arraigaron en esta región; y muchos otros como, por ejemplo, los estudiantes que de algún modo están de paso, y a los que tenemos la gracia de vivir y servir a esta comunidad. Pertenece a todos, aun a aquellos que viven y piensan distinto, y a los que poseen otras raíces culturales y religiosas. Sin embargo, unos y otros estamos llamados a valorarnos en las diferencias. Al mismo tiempo, en la convivencia social, todos nos beneficiamos con las fuentes primarias que dieron lugar al nacimiento de este pueblo. Por lo cual, todos estamos comprometidos a colaborar y sumar en el desarrollo armónico de la identidad correntina.

Todo organismo vivo se desarrolla y crece, también lo hace una comunidad, un pueblo, y la familia humana en su totalidad. El cuidado que se debe tener, es que en ese progreso no se introduzcan factores que provoquen un cambio tal, que ya no se pudieran reconocer sus orígenes. Si eso sucediera, estaríamos en presencia de un cuerpo que se deforma, o que se está convirtiendo en una cosa que no se sabría bien qué es. Vamos a decirlo de otro modo: lo más normal es que ningún correntino quiera convertirse en entrerriano, o chaqueño; lo más razonable es que crezca y progrese desarrollando su propia identidad. Pero para eso es necesario cuidar y cultivar los valores de la correntinidad, valores que están indisolublemente unidos a los valores cristianos. Éstos se expresan de muchas maneras, entre otras, mediante la fe en Dios, con el entusiasmo por la peregrinación, en la poesía y el canto, en la danza y la fiesta; en un modo propio de sentir, de hablar, de relacionarse, de trabajar, etc.

Por ejemplo, sentimos una gran alegría cuando superamos algo que amenace con dañar o destruir la vida. Y expresamos esa alegría mediante ritos ancestrales como la quema de muñecos, que representan la muerte; las luminarias que hacen retroceder a las tinieblas; o el Tatá yehasá, que desafía el peligro de caminar sobre las brasas y lo festeja con gran satisfacción aquel que sale airoso. Son expresiones mediante las cuales celebramos la vida. La fe nos hace ver, a través de esos signos, la victoria de Jesús sobre la muerte. Solo Él nos salva del pecado, de la muerte y del mal. En la fiesta de San Juan todo nos remite a Jesús. Todo esto hace a nuestra identidad cristiana, debemos cuidarla y hacerla progresar, sin poner en riesgo los valores fundamentales que la conforman.

Así como cada uno de nosotros fue bautizado, es decir sumergido en la vida luminosa del Espíritu Santo y liberado del poder de la muerte, también nuestra ciudad fue “bautizada”. En las actas de su fundación encontramos escrito que “En el nombre de la Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo tres personas y un solo Dios verdadero y de la Santísima Virgen María su madre (…) yo el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón (…) asiento y pueblo la ciudad de Vera en el sitio que llaman de las Siete Corrientes, provincia del Paraná y Tape”. A los tres días de su fundación, en actas firmados por escribano público, leemos que “todos de común acuerdo y conformidad, nombraron y situaron el sitio para la iglesia mayor y le dieron por advocación Nuestra Señora del Rosario, de lo cual yo el escribano doy fe que en señal de posesión pusieron una cruz a la cual todos adoraron”.

A los pocos años de su fundación (1599), leemos en el acta de una reunión del Cabildo “que el regidor de primer voto alférez de esta ciudad celebre el día del señor patrón San Juan Bautista”, lo cual se explica porque era costumbre que los adelantados colocaran en nombre de su santo a la ciudad que fundaban. Se le añadió luego el nombre del paraje donde estaba fundada: de las Siete Corrientes, lo que terminaría conformado el nombre de esta ciudad: San Juan de Vera de las Siete Corrientes. Recordemos que el año pasado el Consejo Deliberante declaró a San Juan Bautista Patrono tradicional de nuestra ciudad.

Hacemos memoria para mirar hacia adelante
No hacemos memoria de los orígenes solo para ilustrarnos. Debemos conocerlos para descubrir que este pueblo fue creciendo en torno a la Cruz, plantada en los inicios de la fundación; que este pueblo fue puesto bajo la protección de la Madre de Jesús, invocada como Nuestra Señora del Rosario y bajo el patronazgo de San Juan Bautista. Entre luces y sombras, gracia y pecado, encuentros y desencuentros, se fue conformando un pueblo que adoptó para sí una cosmovisión cristiana de la vida.

Las bases para esta cosmovisión las encontramos en la Biblia. La primera de ellas, la misma que escucharon los primeros pobladores de esta ciudad, es ésta: Dios es Padre y Creador, Él ha creado al hombre en esa maravillosa diversidad y complementariedad que es la mujer y el varón, iguales en su dignidad, libres para amar y abiertos a la vida, de cara a Dios de quien recibieron la misión de cultivar y embellecer la creación, o la casa común, como la llama el papa Francisco. Al mismo tiempo, en ese anuncio se nos advierte sobre el grave peligro al que se expone el hombre cuando niega a su Creador, y pretende convertirse en dueño absoluto de todo. Sin embargo, a pesar del daño que el hombre ha provocado y sigue provocando mediante el uso errado de su libertad, Dios no lo deja solo y abandonado a su suerte. Él mismo se hace cargo de la desgracia, cargando sobre sí mismo las consecuencias de tanta irracionalidad y torpeza con la que actúa el ser humano. El Evangelio, es decir, la gran noticia, la buena nueva, es precisamente aquella de la que fue precursor nuestro Santo Patrono. Él señaló al Mesías, para que nosotros lo reconociéramos y recibiéramos como el Camino, la Verdad y la Vida, Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Él es la fuente desde la que fluye y se renueva constantemente el modo cristiano de vivir la vida.

Juan Bautista no es un personaje mítico o una leyenda. De su existencia y su misión hay suficiente documentación y testigos que la acreditan. Por su parte, los cuatro evangelios lo nombran como mensajero y enviado a preparar el camino del Señor. Él anuncia a otro, su grandeza está en dejarle lugar al que ha de venir, y exhortar a la conversión de vida para poder reconocerlo y aceptarlo. El mensajero fiel es el que se preocupa de que el mensaje llegue a destino. Luego el mensajero desaparece. Así sucedió con Juan Bautista, de quien, junto con aquel de quien anunció su inminente llegada, celebramos el nacimiento: Jesús y Juan el Bautista.

El lema que fue iluminado los días de la novena dice así: “Misericordiosos como el Padre, por una cultura del Encuentro”. ¿Cuál es la enseñanza que nos deja nuestro Santo Patrono? ¿Qué deberíamos hacer para promover esa cultura tan indispensable para sobrevivir como pueblo? ¿Por dónde empezar para que la cultura del encuentro dé mejores frutos de los que hasta ahora vemos? La historia que hemos vivido hasta el presente ¿nos brinda la confianza suficiente para seguir apostando a esa cultura? O debemos tirar todo por la borda y empezar algo nuevo, totalmente distinto, que no tenga nada que ver con la Sagrada Escritura, ni con nuestras tradiciones vivas, ni con los valores que conformaron nuestra identidad. Hay quienes piensan así y militan ferozmente para imponer una nueva ingeniería a la condición humana, cuyo axioma básico consiste en que el ser humano es absolutamente libre para construirse a sí mismo como mejor le parezca.

Sin embargo, el camino que hemos realizado desde la fundación de la ciudad, inspirada en los valores del Evangelio, que tienen su fuente en Jesucristo muerto y resucitado, nos engendraron como gente que se reconocía en su dignidad de hijos de Dios, independientemente del origen guaraní, hispano y luego de otros grupos humanos que se fueron incorporando a esta peregrinación, conformando así un pueblo cada vez más afianzado en su identidad. Mirando nuestro pasado, nos corresponde como a todo hijo bien nacido, dar gracias a Dios y reconocer sus beneficios. Somos realmente un pueblo bendecido. Nuestro Patrono, con su actitud humilde al reconocer que anuncia un bien mucho mayor que él, nos enseña, ante todo, a reconocer los dones y ser agradecidos por ellos.

Deseo sincero de buscar el encuentro

Al reconocer que hemos sido tan misericordiosamente bendecidos por Dios, nos damos cuenta de la enorme tarea que aún nos queda. Nos apremia curar las heridas de las profundas divisiones y enfrentamientos que arrastramos, y que nos disminuyen y paralizan. Bien podríamos acelerar el progreso espiritual y material, si acogiéramos con mayor generosidad el llamado a la conversión y a la fe que predicó Juan Bautista. Una vez más, él nos señala a Jesús. Jesús es la misericordia del Padre. Jesús nos enseña que el Padre perdona si estamos dispuestos a perdonar a los que nos ofendieron. Y la disposición interior para perdonar es una gracia que debemos suplicar humildemente. Sin esa gracia, el ser humano se revuelve en su sed de venganza y, en esa lamentable condición, se aleja cada vez más de la verdad y la justicia. El requisito indispensable para alcanzar la verdad, la justicia y la reparación del daño, causado por los enfrentamientos, es el deseo sincero del buscar el encuentro. Sin esta premisa, que necesariamente debe preceder la búsqueda de la verdad y de la justicia, cualquier intento de alcanzarlas está destinado a fracasar y a fomentar aún más el desencuentro.

Nuestro Santo Patrono es identidad y actitud: nos lleva a Jesús, para que aprendamos de Él que solo la misericordia puede salvar al mundo, a la familia y a cada ser humano que nace en esta tierra. Este mensaje constituye el eje en torno al cual estamos llamados a construir nuestra vida, nuestras familias y nuestra sociedad. Que San Juan Bautista proteja a todos los que habitamos esta bendita ciudad. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


ARCHIVOS