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Homilía para el Te Deum
San Ramón de la Nueva Orán, 31 de agosto de 2017
Nos hemos reunido en este lugar para dar gracias a Dios. Te Deum significa “A ti, oh Dios”, y son las primeras palabras de un antiguo canto de alabanza: “A ti, oh Dios te alabamos y te bendecimos”. Quisiéramos que estas palabras salieran desde lo más profundo de nuestro corazón y no fueran solo parte de un protocolo que debemos cumplir. Si fuera así, de nada nos serviría ocupar el tiempo en estas cosas. Sin embargo, el hecho de que nos encontremos aquí, nos dispone para pedir humildemente a Dios la gracia que nos otorgue tener hondos sentimientos de gratitud, así como nos exhortaba la respuesta a las estrofas del Salmo: “Den gracias al Señor, porque es bueno”.
Su bondad es manifiesta: el hecho de estar conmemorando 223 años de la fundación de esta ciudad, es una prueba de que Dios no nos ha abandonado a lo largo de estos años. Por el contrario, a pesar de nuestros olvidos, indiferencias y rechazos a su presencia, Dios ha sido bueno con nosotros, y por eso estamos alegres y agradecidos. La mayor riqueza de un hombre es tener un corazón agradecido, porque experimenta que todo lo que tiene y lo que es proviene de Dios. Y el que es agradecido a Dios, crea lazos de fraternidad con todos, no excluye a nadie y colabora en todo lo que puede para el bien de todos.
En cambio, el desagradecido, es irremediablemente envidioso, propenso al arrebato agresivo, y al despojo vulgar o sofisticado tanto de la fama como de los bienes ajenos. Así como la mayor riqueza de un hombre es tener un corazón agradecido, así también la mayor pobreza es la de no reconocer la presencia bondadosa de Dios en su vida. Nos hace mucho bien hacer memoria de la Buena Noticia, que vienen escuchando las sucesivas generaciones desde los orígenes de esta ciudad: que Dios, en quien creemos no es alguien lejano e indiferente a lo que nos sucede, sino tan cercano, humilde y comprometido con nuestra historia, que cargó sobre sí mismo toda la inmundicia que provocamos con el maltrato hacia los demás, sobre todo hacia los más indefensos. Y, aun así, Jesús, el Hijo de Dios no condena, sino que suplica desde la cruz diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
La buena noticia de Jesús –cuya ejemplaridad testimonial contemplamos en la vida de San Ramón Nonato– la venimos escuchando en esta región mediante la predicación de los franciscanos y otros misioneros. Ese Evangelio está en las raíces de nuestra identidad como pueblo y nos fue acompañando a través de períodos dolorosos y conflictivos de nuestra historia. Por eso, la gratitud por lo que hemos recibido y el humilde reconocimiento de nuestros errores, nos dispone para renovar nuestro compromiso de fomentar la cultura del encuentro, la práctica perseverante del diálogo, y el disciplinado esfuerzo por ejercer el poder como servicio, dirigido ante todo hacia los grupos más desprotegidos y postergados de nuestra comunidad. Nos enseña que la justicia y la verdad no se pueden alcanzar si no se parte de un corazón que desea sinceramente la misericordia y el perdón, porque de lo contrario se cae inevitablemente en el odio y la venganza.
La Palabra de Dios, en la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, nos advierte que la verdadera piedad, es decir, la autenticidad de la conducta creyente, se verifica si va unida al desinterés, solo entonces reporta grandes ganancias. Invita a una vida sobria que evita el derroche y se contenta con lo necesario para vivir dignamente. Y, al final, alerta sobre la avaricia, declarando que es la raíz de todos los males y la que ocasiona, además de la pérdida de fe, innumerables sufrimientos.
Y en el Evangelio, Jesús enseña cómo comportarse para no quedar asfixiado en un círculo de amigos que se recompensan entre ellos, y permanecen insensibles a “los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos”, categorías de personas que en el tiempo de Jesús eran los descartados de la sociedad. La promesa de felicidad, esa que todos anhelamos, la asegura Jesús: “Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos”. Vale aclarar que Jesús no está en contra de tener amigos y reunirse con ellos; sino que advierte del peligro que corren si construyen muros en torno a ellos y se vuelven insensibles a las necesidades de los más pobres y sufrientes.
Hoy invocamos la protección de Dios sobre nuestra ciudad y, de un modo muy especial sobre sus ciudadanos y gobernantes. Nuestro pueblo es el bien superior al que deben estar subordinados y disponibles todos los demás bienes de la creación, como decíamos, utilizados con sobriedad, cuidado por la casa común, y administrados de tal modo que lleguen a todos. Gracias a Dios y a la predicación del Evangelio, nos fuimos conformando como un pueblo amalgamado por diversas procedencias étnicas, culturales y religiosas. Esta diversidad es un inmenso don de Dios, que debemos reconocer y dar gracias por ello. Sin embargo, vemos que hay mucho por hacer para que respetemos, incluyamos y promovamos a todos, sobre todo a las personas y familias que sobreviven como pueden; y para prevenir y cuidar a los que cayeron en el abismo de la droga y aun a aquellos que han perdido la esperanza y se dedican a traficar con la muerte.
La fe cristiana abre la mente, ensancha los horizontes y humaniza el corazón de los hombres. La luz de la fe orienta la racionalidad humana hacia todo aquello que es bueno para el hombre, le ayuda a desarrollarse material y espiritualmente, y le brinda caminos de paz, de fraternidad con todos. Cuidemos el don de la fe, se trata de un bien no solo individual, sino también público, porque todo lo que es bueno y verdadero para la persona, lo es también para toda la comunidad.
Encomendemos a nuestro pueblo y a los que lo gobiernan a la protección de Dios, por intercesión de San Ramón, patrono de esta ciudad de la Nueva Orán. Demos gracias a Dios porque es bueno y porque desde los orígenes nos viene acompañando y mostrando, por medio de su Hijo Jesús, el camino que debemos transitar, para que nadie quede al margen y menos aún fuera de esta peregrinación de hombres y mujeres, agradecidos por haber nacido en esta tierra y deseosos de hacerla cada vez más bella y habitable para todos. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Administrador Apostólico
de la Diócesis de San Ramón de la Nueva Orán
NOTA:
a la derecha de la página, en "Otros archivcos", el texto como HOMILIA TE DEUM EN ORAN - SALTA, en formato de word.
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