PRENSA > HOMILÍAS

Homilía en la festividad de los Santos Miguel, Gabriel y Rafael

San Miguel, 29 de septiembre de 2017


   Como lo hacemos año tras año, hoy nos hemos congregado para celebrar la festividad de San Miguel, el ángel protector de este antiguo y hermoso pueblo, cuyas raíces están impregnadas de las aguas del bautismo. La historia nos cuenta que los primeros pobladores de estas tierras bajaron del norte para salvar sus vidas, y para ello pusieron toda su atención en salvar las imágenes de sus patronos celestiales, con la convicción de que su fe era indispensable para la vida y que, sin ella la vida carecía de sentido. Así, por un camino jalonado de mucho esfuerzo y sacrificios, llegó hasta nosotros la hermosa imagen del San Miguel Arcángel.

¿Qué son los ángeles? Son criaturas de Dios puramente espirituales, que tienen inteligencia y voluntad. No son corporales, son inmortales y normalmente no son visibles. Viven constantemente en la presencia de Dios y transmiten a los hombres la voluntad y la protección de Dios. Esto, es en síntesis, lo que nos enseña la doctrina católica sobre los ángeles. Hoy la Iglesia honra en la liturgia a tres arcángeles, que han tenido misiones específicas en la historia de la salvación. No nos vamos a detener en ello ahora, sin embargo, es muy importante recordar que estos seres están siempre al servicio del bien, porque la voluntad de Dios es nuestro bien y el bien de todas sus criaturas. Por consiguiente, los ángeles buenos que aparecen en la Biblia, nada tienen que ver con los que propaga la nueva era y otras sectas peligrosas. Es necesario distinguir lo que proviene de Dios, de aquello otro que proviene del espíritu del mal.

El espíritu del mal, que con frecuencia se disfraza para aparecer atractivo y poder seducir a las personas, se lo detecta porque siempre busca separar, aislar, engañar y confundir. Todo lo contrario de lo que aparece hoy entre Jesús y Natanael. Lo primero que Jesús ve en ese hombre es a un verdadero israelita, es decir, un hombre sin doblez. Esto nos enseña que la primera mirada que tenemos que cultivar hacia los demás es la de descubrir en ellos ante todo algo bueno. Si sucede lo contrario, esa mirada revela que tenemos el “ojo enfermo” y el alma sucia. Ese modo de ver crea distancias y es caldo de cultivo para las diversas formas que adopta violencia. Natanael se vio, podríamos decir, “bien mirado” por Jesús. Jesús, al verlo llegar, lo miró con amor, dice la Escritura. Por eso, también Natanael respondió con amor: “Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Como podemos ver, donde hay presencia de Dios, también hay encuentro, amistad y comunión.

El encuentro con Jesús, y, en realidad todo encuentro auténtico entre las personas, tiene consecuencias positivas en todas las dimensiones de la vida: nos ayuda a cuidarnos, a estar atentos a los más débiles, a cumplir con nuestras obligaciones, a progresar juntos sin excluir a nadie, y, además, nos abre las puertas del cielo, tal como lo prometió Jesús luego de la profesión de fe de Natanael: “Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”. Es hermosa la imagen que nos sugiere Jesús sobre los ángeles: ante todo, están estrechamente vinculados a Él y, por consiguiente, también a nosotros; transmiten cercanía y bondad de Dios; su presencia abre los cielos para que ellos suban y bajen; infunden confianza, nos dan esperanza, y nos muestran que nuestra peregrinación terrestre tiene un final feliz. Y aun cuando tengamos que atravesar muchas tribulaciones, en ellas no estamos solos, porque los ángeles nos protegen de las fuerzas del mal, si nos dejamos conducir por el espíritu de Dios y confesamos, como lo hizo Natanael, que Jesús es el Hijo de Dios, nuestro Redentor y Salvador.

Volvamos un instante a los primeros pobladores que llegaron a estas tierras. Ellos sabían que esas imágenes no tenían fuerza por sí mismas, sino en tanto en cuanto les ayudaban a representar la realidad viviente que se manifestaba a través de ellas. La foto de un ser querido, la imagen o un busto, son representaciones, una especie de peldaño para la memoria, un auxilio para no olvidar a esa persona y el vínculo que nos une a ella. Así sucede con las imágenes de los santos. Cuando nos acercamos a ellas y las tocamos para “recibir gracia”, sabemos que la fuerza vital no está en la imagen, sino en la realidad invisible pero poderosa que se representa en ella. Por ello, celebro la iniciativa de inaugurar el museo, donde estarán expuestas, entre otros elementos de la historia de este pueblo, las imágenes de los santos, entre las cuales se destaca la imagen de San Miguel Arcángel, que acompañaron y protegieron a nuestros antepasados durante la dura y peligrosa travesía que debieron realizar para salvar sus vidas.

De allí que el museo no es solo un espacio donde se conservan cosas del pasado, es mucho más. De poco nos serviría si fuera algo solo para entretenerse un rato y luego pasar a otra cosa. El museo guarda la historia viviente de un pueblo, es un mensaje permanente de la fe, de la sabiduría y de las esperanzas que sostenían la vida de nuestros antepasados. De ellos aprendemos a apreciar el valor que tiene una imagen, y la potencia que irradia por lo que allí se representa. Eso les ayudaba a renovar la gracia y el poder que les había sido otorgado en las aguas del bautismo: se sentían un pueblo en camino, un pueblo de hijos y de hermanos, un pueblo que cuida de los más débiles, ancianos y enfermos. Esto es memoria, identidad y actitud de un pueblo que no se deja contaminar con propuestas blandas y atractivas, que siempre son para unos pocos.

Nuestros antepasados nos enseñan, además, que cuando arrecia la adversidad y peligra la vida misma, es necesario salvar y proteger lo esencial. Ellos sabían que lo más importante en la vida era la fe, porque la fe es vida y su ausencia abre la puerta a la muerte. Eso fue lo que aprendieron las generaciones pasadas de los primeros evangelizadores, cuando escucharon el anuncio de que Dios salva, que ese Dios no es alguien que está lejos e indiferente a lo que le sucede a los hombres; es su Dios, Creador y Padre, que camina y sufre con el pobre, el perseguido, el enfermo. Ese Dios se nos ha revelado en Jesús: él nos muestra el rostro y las entrañas de misericordia del Padre.

Las imágenes que pueblan nuestros altares familiares, la capilla histórica que es un testimonio de los orígenes católicos de este pueblo, y la presencia viva de la Iglesia que se manifiesta en la fe de sus feligreses, nos recuerdan las cosas que son esenciales para poder superar las pruebas de la vida. La legendaria imagen de San Miguel Arcángel es una prueba irrebatible del poder de la humildad y de la cercanía de Dios a su pueblo. Encomendamos a nuestro pueblo y a sus gobernantes a la protección de nuestro Santo Arcángel, y le pedimos que nos ampare de los peligros y nos sostenga en el compromiso cotidiano de entregar todas las energías de nuestra vida a hacer el bien siempre y a todos.

 
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes



NOTA: a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto comoHOMILIA SAN MIGUEL 2017 en formato de word.


ARCHIVOS