Homilía en la Eucaristía con Admisión de candidatos a las Sagradas Órdenes,
ordenación de candidatos al Diaconado permanente,
y décimo aniversario del gobierno pastoral del Arzobispo
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Homilía en la Eucaristía con Admisión de candidatos a las Sagradas Órdenes,
ordenación de candidatos al Diaconado permanente,
y décimo aniversario del gobierno pastoral del Arzobispo

Corrientes, 16 de diciembre de 2017

  Varios son los acontecimientos que convergen en esta Eucaristía: la Admisión de tres seminaristas a las Sagradas Órdenes, la administración del Orden Sagrado a cuatro candidatos al Diaconado permanente, y el décimo aniversario del inicio de mi ministerio episcopal en esta querida Iglesia particular, que coincide a su vez con los 10 años de fiel colaboración de Mons. José Billordo, como Vicario general en el gobierno de la diócesis. También hoy recordamos el aniversario de ordenación sacerdotal de los presbíteros Ramón Billordo, párroco de la Cruz de los Milagros, y Epifanio Barrios, párroco de San Luis del Palmar. Sin embargo, lo primero y lo más importante que sucede ahora entre nosotros es la celebración de la Eucaristía. La Misa no es una especie de contexto piadoso que queremos darle a los eventos mencionados, se trata del momento mayor y culminante de nuestra fe.

En las actas de los primeros mártires cristianos, que se reunían los domingos para celebrar la Eucaristía, transgrediendo el decreto del Emperador que prohibía esas reuniones, leemos el siguiente interrogatorio al presbítero Saturnino: «¿En tu casa han tenido lugar reuniones contra el decreto de los emperadores?». Un tal Emérito, lleno de Espíritu Santo, dijo: «En mi casa hemos celebrado la Eucaristía dominical». Y el procónsul: «¿Por qué les permitís entrar?». Replicó: «Porque son mis hermanos y no hubiera podido impedirlo». «Sin embargo– retomó el procónsul– tú tenías el deber de impedírselo». Y él: «No hubiera podido porque nosotros, los cristianos, no podemos estar sin la Eucaristía dominical». Acto seguido, unos cuarenta cristianos fueron martirizados. Para el creyente en Jesús, la celebración de la misa es una cuestión vital.

Por eso afirmamos convencidos de que la Admisión, el Orden Sagrado, y los aniversarios, adquieren verdadero sentido solo si los vivimos desde el Misterio Pascual, es decir, desde la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que se actualiza en la celebración eucarística. Además, hoy estamos celebrando esta Eucaristía en el camino del Adviento, ya muy próximos a la Navidad. En medio de tanto ajetreo, que se hace intenso con la finalización del año, no perdamos el norte de nuestra vida espiritual: es Jesús que viene, preparemos su venida con un corazón atento y bien dispuesto para recibirlo.

En este contexto eucarístico, los seminaristas que hoy serán admitidos a las Sagradas Órdenes, Oscar A. Luna, Horacio A. Villasanti y Gabriel Vallejos, luego de varios años de discernimiento y de formación espiritual y académica, fueron confirmados y juzgados idóneos por sus pastores y maestros responsables de la formación para acceder, progresivamente, al Lectorado, Acolitado, Diaconado y Presbiterado. Hoy se los encuentra, por así decir, en buen camino para continuar su formación, a fin de que un día se los juzgue preparados para presidir la Eucaristía y guiar a la comunidad. Toda la formación sacerdotal apunta hacia la comprensión, la vivencia y la celebración del Misterio Pascual. Luego, las otras tareas pastorales que deberán desempeñar, deberán tender siempre hacia el Altar y partir de allí siempre.

Por otra parte, tenemos entre nosotros a los cuatro candidatos al Diaconado permanente: Luis A. Berdún de la parroquia Inmaculada Concepción de Itaibaté; Evaristo R. Navarro de la parroquia santuario San Pantaleón; José Manuel Echavarría, de la parroquia Jesús Misericordioso; y Juan Carlos Cuva, de la parroquia del Niño Jesús. Todos ellos también hicieron un camino de discernimiento, formación y experiencia pastoral, acompañados por sus formadores. Luego de ese período de formación, que duró aproximadamente siete años, se los encontró preparados para ejercer este ministerio en la comunidad cristiana. El Diácono permanente, tanto por el sacramento del matrimonio, cuanto por el sacramento del Orden Sagrado, está orientado hacia el Misterio pascual. Su servicio está estrechamente ligado al Altar, para aprender allí la caridad de Jesús Servidor, de tal modo que se lo reconozca como discípulo de aquel no vino a ser servido sino a servir.

También el aniversario que me toca celebrar, hunde sus raíces en el Misterio Pascual, en el cual fuimos sumergidos cuando nos bautizaron. Por eso, el primer sentimiento que deseo compartir con ustedes, es la alegría por ser, como ustedes, un bautizado, hecho hijo de Dios y miembro de la Iglesia, peregrino con ustedes en el Santo Pueblo Fiel de Dios, una expresión muy querida por el papa Francisco. En ese pueblo, todos los bautizados estamos llamados a ser santos, cada uno por el camino por el que Dios lo llama: el casado, como el soltero, el consagrado como el sacerdote, el niño, el joven y el anciano, el pobre como también el rico, el obrero, el empresario el sindicalista y el político. Llamados a ser santos, no perfectos, a convertirnos cada día y ponernos al servicio de los otros de acuerdo a la vocación de cada uno.

Mi primera escuela cristiana fue mi familia. Luego, no dejo de sorprenderme por la gracia inmerecida de la vocación religiosa y sacerdotal. Más tarde, Jesús, Buen Pastor, me llamó a través de su Iglesia para suceder a los Apóstoles, primero en Reconquista y luego, como broche de oro, en esta Iglesia de Corrientes, comunidad profundamente piadosa, cálidamente acogedora y siempre dispuesta para el encuentro y la fiesta. Siento este hermoso ministerio íntimamente ligado a la muerte y resurrección de Jesús, por eso, lo más sublime que realizamos es celebrar la victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte y el mal, como rezamos en la oración ante la Cruz de los Milagros. Jesús resucitado es nuestra esperanza y todo lo que somos y hacemos se convierte en algo luminoso, lleno de esperanza, cuando se orienta hacia la Eucaristía y luego brota de ella.

Se dan cuenta qué importante es la Iniciación a la Vida Cristiana, iniciación a vivir el Misterio Pascual, y acompañar a los niños, jóvenes y adultos para que descubran a Jesús y se entusiasmen a vivir como discípulos y misioneros suyos. Esa iniciación llega a su momento más alto cuando estamos en condiciones de participar plenamente en la celebración de la Misa. ¡Qué enorme es el desafío pastoral que tenemos para hacer que los niños, adolescentes, jóvenes y también adultos, participen activamente y con alegría en la Misa dominical! En esa iniciación estamos empeñados todos: obispo, sacerdotes, catequistas y, en gran medida, toda la comunidad cristiana y todos los que conformamos nuestras comunidades.

Me llena de alegría que los jóvenes decidieran reunirse esta tarde, para pensar y profundizar sobre su propia vocación y misión, haciéndolo coincidir con mi aniversario. Me gustó mucho el lema que se propusieron para iluminar y compartir la reflexión: “El encuentro con Jesús que fascina y compromete”. Queridos jóvenes, no les crean a los falsos profetas, que los seducen con la promesa de ser felices y para eso les ofrecen mercadería barata para sentir, volar y perderse. Busquen a Jesús, porque se deja encontrar; mírenlo y déjense mirar por Él; tóquenlo y déjense abrazar por Él. Recuerdo lo que les dijo el papa Francisco en el mensaje del Jubileo de la Misericordia: Sean valientes para ir contracorriente (…) no preparen solo mochilas y pancartas, preparen especialmente sus corazones y sus inteligencias. Jesús les dará la fuerza, con Él podemos ser grandes y sentiremos el gozo de ser sus amigos y testigos.

Antes de concluir, reitero nos estamos preparando para la Navidad. La Palabra que hemos proclamado hoy nos ayuda a preparar nuestro corazón y también a vivir más intensamente los momentos particulares de nuestra celebración. La primera lectura es un canto de esperanza y de alegría, porque allí donde hay presencia y acción del Espíritu Santo, hay desborde de felicidad y la vida estalla de plenitud (cf. Is 61,10-11). Es lo que Dios quiere y promete en Jesús, que ha superado toda tristeza y desolación. Por eso, San Pablo nos exhorta: no extingan la acción del Espíritu (…), examínenlo todo, quédense con lo bueno y cuídense del mal en todas sus formas (cf. 1Tes 5,19-22). Y el Evangelio nos recuerda, en la figura de Juan el Bautista, que somos instrumentos, que como tales nos cabe ser humildes, y alegrarnos porque la obra a la que fuimos llamados a servir, no es nuestra, sino de Dios.

Por eso, los seminaristas que van a ser admitidos a las Sagradas Órdenes; los candidatos que van a recibir el Orden Sagrado en el grado del Diaconado; mis diez años en el gobierno pastoral de esta diócesis, acompañados con una fidelidad y entrega extraordinarios por Mons. José Billordo, Vicario general; y todos los que participamos en esta Eucaristía, nos sentimos felices y agradecidos, ante todo, por haber sido bautizados; y luego, porque el amor de Jesús nos reúne en torno a su mesa, nos anima con su palabra y nos fortalece con el Pan de Vida. Pero no nos retiene para sí, sino que nos envía a la misión como humildes servidores suyos. En el camino hacia la Navidad, confiamos nuestra misión en los brazos de María, la tierna Virgen Madre, y le pedimos que jamás nos suelte de su mano. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes



NOTA: A la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA 10º ANIVERSARIO en formato de word

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