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Homilía en la Misa de Bodas de Oro y de Plata Sacerdotales

Corrientes, 21 de diciembre de 2017

Nos hemos reunido esta tarde alrededor de la mesa eucarística para conmemorar las Bodas de Oro sacerdotales de nuestros hermanos presbíteros: Héctor Sena, del clero de nuestra arquidiócesis, y Pánfilo Ortega de los padres orionitas; y las Bodas de Plata sacerdotales de los presbíteros Rubén Darío Valenzuela y Guillermo González. Coinciden también con este día los aniversarios sacerdotales del P. Esteban Gamarra, el P. José Vidal y el P. Oscar Barrios. Tenemos así un hermoso ramo de conmemoraciones que reclaman nuestro agradecimiento.

El contexto eucarístico y el tiempo de Adviento, que está llegando a su fin, nos brindan un marco único para agradecer el don del sacerdocio. Agradecérselo a Dios, que es el autor y el dador de todo bien. Nuestro sacerdocio tiene sentido solo si está íntimamente referido a Jesús, Buen Pastor y Sumo Sacerdote. Él es el autor de este ministerio que, sin ningún mérito de nuestra parte, fuimos llamados a ejercer en su nombre. De modo que todo lo bueno que haya salido de nuestro corazón y de nuestras manos, es obra de Él y a Él corresponde entregarle toda nuestra gratitud. Estoy seguro que así lo sienten nuestros homenajeados, a quienes nos unimos para alabar a Dios porque nos ha elegido de entre los hombres para las cosas que son de Él. Y sus “cosas” no son otras que el enorme deseo de que todos los hombres se salven, experimenten su perdón y se misericordia, y se gocen en la verdad.

En este espíritu, comparto con ustedes unos breves fragmentos de escritos inéditos de dos sacerdotes ejemplarísimos: uno es el beato Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador de la República de San Salvador; y el otro, el Siervo de Dios, cardenal Eduardo Pironio. Mientras el cardenal Pironio predicaba un retiro a los obispos, Oscar Romero tomaba las siguientes notas: “La meta de nuestra peregrinación, de nuestro esfuerzo es el hombre nuevo. Envejecemos, pero nos vamos haciendo nuevos, madurando a una vida nueva. La fidelidad al Espíritu nos va haciendo más jóvenes, más nuevos (…) Reflejar el hombre nuevo en nuestro ministerio. Renovarnos en la oración, en el estudio, en la escucha de la palabra de Dios. Soy maestro auténtico, pero a cambio de oír, orar, mortificarnos en ciertas cosas que ya no van…, no lo novedoso, pero si lo auténtico; el paso de lo antiguo a lo nuevo, en Cristo, no es destrucción sino enriquecimiento de unos valores. Viejo y destrucción solo el pecado. Trabajar en mí el hombre nuevo que Dios y el tiempo me piden. Se nos confió el ministerio de la reconciliación… La iniciativa es de Dios y se manifiesta en su venida, en la encarnación. Hemos sido elegidos: “Llamó a los que Él quiso” Lc 6,12. No es nuestro mérito, sino misericordia de Dios. ¿Para qué? Para ser los testigos universales de su muerte y resurrección, con alegría y esperanza. Alegría que pasa por la cruz. La condición indispensable: convivencia con Cristo”. Hasta aquí el fragmento de los apuntes, que fue tomando el beato Oscar Romero del retiro que predicaba el Siervo de Dios, el cardenal Prionio. Podríamos decir que en ese retiro un santo predicaba y otro santo tomaba apuntes.

Allí vemos a estos dos hombres de Dios centrados en las cosas que son de Dios, inquietos interiormente para convertirse más a Él, y pensando en cómo estar más sacerdotalmente al servicio de su pueblo, como le cabe hacer a todo sacerdote. También el Evangelio de hoy nos presenta a dos mujeres llenas de la alegría del Espíritu Santo. Ambas entregaron sin reservas su vida entera al servicio de la voluntad amorosa de Dios, aun cuando cada una, por caminos diferentes, han tenido que peregrinar en la oscuridad de la fe durante toda su vida. En ellas, así como en Oscar Romero y Eduardo Pironio, se manifiesta en toda su potencia la fidelidad de Dios.

También en los años jubilares de nuestros sacerdotes vemos la señal luminosa de Dios que no abandona a su pueblo, que continúa hablándole con la ternura de su amor, le perdona sus pecados con la infinita largueza de su misericordia, lo alimenta con el Pan de Vida, y le hace experimentar la alegría espiritual de ser su Pueblo. Al saludar con enorme cariño y gratitud a los sacerdotes que hoy homenajeamos, nuestra mirada no se detiene solo en ellos, es más, inmediatamente en el ministerio y la vida de ellos, alabamos a Dios que obra maravillas a través de nuestra frágil humanidad. Por eso hoy, además de agradecer profundamente el don de la vocación sacerdotal de esos hermanos nuestros, suplicamos que María, Tierna Madre de Dios y de los Sacerdotes, los proteja, consuele y fortalezca su entrega sacerdotal hasta el final de sus días.

Y, para finalizar, les digo a los niños, adolescentes y jóvenes dos cosas: primero, que es hermosa y apasionante la vocación y misión del sacerdote; y segundo, que no le tengan miedo a Jesús, él continúa llamado hoy: estén atentos a su voz y anímense a decirle que sí, les aseguro que vale la pena responder a su invitación. Como lo hacemos ahora, reunidos alrededor de su mesa, para preparar la ofrenda, unirnos estrechamente a Él, para salir fortalecidos y alegres a anunciar a todos, que encontrarse con Jesús es lo mejor que pudo habernos sucedido, y que testimoniarlo con nuestra vida es la misión mas bella que nos ha tocado. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes


NOTA: a la derecha de la página, en "Otros archivos", el texto como HOMILIA BODAS DE ORO PADRE SENA en formato de word.


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