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Homilía en la Misa de inicio del Año pastoral en la Arquidiócesis

Itatí, 3 de marzo de 2018


  Nos hemos congregado en el santuario de nuestra Madre de Itatí para iniciar el Año pastoral y colocarlo bajo su cuidado tierno y maternal. Hemos venido representando a las diversas pastorales, movimientos, instituciones y grupos, de modo tal que, por nuestro intermedio, está aquí, junto a la Virgen, el Pueblo de Dios que peregrina en nuestra arquidiócesis. Sí, aquí está la Iglesia de Corrientes, para celebrar con alegría su fe y para renovar su compromiso de continuar trabajando con entusiasmo y dedicación en las responsabilidades pastorales que nos fueron confiadas.

Antes de continuar, quisiera saludar a los peregrinos que vienen de otros lugares y desearles la gracia de un profundo encuentro con Jesús, a quien sentimos vivo y presente en medio de nosotros. Hacia Él nos conduce tiernamente su Madre, la Virgen María. Él es quien nos muestra el rostro de Dios; Él quien nos revela que Dios tiene entrañas de misericordia para todo aquel que se acerca arrepentido de sus pecados. De algún modo, la Madre desaparece cuando logra que sus hijos y devotos se encuentran con su Hijo Jesús. Ella no desea otra cosa para nosotros sino hacernos participar del gozo de su Hijo Resucitado, para que regresemos a nuestra vida cotidiana renovados y convencidos de que se alcanza mucho más con el amor y la paciencia, que dando rienda suelta a la ira y la violencia. A Ella le pedimos para todos la gracia de no estar entre aquellos peregrinos que salen del templo y luego se olvidan dónde estuvieron, sino de los que llevan en su corazón la experiencia de haber sido amados y perdonados, y por eso se sienten impulsados a amar y perdonar a quienes los han ofendido, como rezamos en el Padrenuestro.

Ahora los invito a cumplir el mayor deseo que la Virgen tiene para nosotros. ¿Cuál puede ser en este momento ese deseo? Sin temor a equivocarnos, podemos decir que el deseo de ella es que escuchemos la palabra de su Hijo Jesús, esa que acabamos de proclamar, y que la pongamos en práctica inmediatamente. Es lo mismo que hizo la Virgen durante toda su vida, desde la Anunciación hasta la Cruz: no hizo su voluntad, al contrario, su deseo firme fue siempre que se haga lo que Dios quiere, “en las buenas y en las malas”, como se comprometen a hacer los que se casan. Entonces, también nosotros, con la ayuda de María, nuestra Madre, decimos de corazón que se haga lo que Dios quiere, porque su deseo es siempre nuestra felicidad. Esa es la sabiduría de Dios que se nos comunica por medio de su palabra, hecha carne en el seno de María santísima.

Vayamos entonces a la Palabra de Dios, como lo hizo la Virgen. En la primera lectura del libro del Éxodo, nos encontramos con los diez mandamientos. En ellos se nos enseña que Dios es lo primero, el amor a Dios y al amor de Dios limpia el corazón de cosas, que se adhieren como ventosas y a las que sacrificamos todo, hasta nuestra propia vida. El amor a Dios nos libera el corazón para amar al prójimo. Esa es la verdadera sabiduría de la que habla san Pablo en la segunda lectura, y que se nos ha manifestado en Jesucristo. Él es el templo, la casa de Dios, en la que caben todos. Pero es necesario limpiarla de intereses mezquinos, de esa sabiduría mundana que confunde placer con felicidad, dinero con seguridad, y poder con dominación y prestigio. La justicia, la equidad, el acceso de todos a los bienes comunes, el cuidado de la vida desde la concepción y la protección de toda mujer embarazada; la atención por no ensuciar más la casa que habitamos todos, el respeto a los derechos humanos para todos, son las expresiones del amor al prójimo y las condiciones necesarias para ingresar al templo de Dios, es decir, para encontrarnos con Jesús y en Él con la misericordia de Dios. Esa es la sabiduría nueva, sabiduría del Evangelio, a la que necesitamos convertirnos en este tiempo santo de la Cuaresma.

Este año vamos a tener tres momentos eclesiales relevantes, que van a demandar nuestra responsabilidad, de un modo particular la de aquellas personas que tienen servicios de coordinación y animación en los diversos organismos y áreas pastorales, sea en las parroquias, decanatos, o en la arquidiócesis. En primer lugar, el Sínodo para los Jóvenes, cuya preparación ya está en camino desde el año pasado, y su celebración está prevista para octubre de este año. El tema del Sínodo es “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Los jóvenes es una realidad que nos implica y nos interpela a todos. Por eso, quisiéramos que nuestras comunidades sean abiertas y acogedoras para los jóvenes, y dispuestas a promover momentos de encuentro, de reflexión y de diálogo con ellos; promuevan sin temores su protagonismo pastoral, y aprecien y valoren su creatividad y sus talentos. Hoy los felicitamos, porque realizaron desde temprano una misión juvenil en este pueblo, visitando los hogares y encontrándose con los jóvenes itateños, y les agrademos desde ya, la devolución que nos harán de esta experiencia en el encuentro que continuará luego de esta misa.

En segundo lugar, este año conmemoramos el centenario de la proclamación de Nuestra Señora de Itatí como Patrona y Protectora de la Diócesis. Le vamos a dedicar un triduo de preparación al día 23 de abril, fecha en que se cumplen los cien años de la mencionada proclamación. No queremos que todo se reduzca a conmemorar el evento. La memoria de este acontecimiento diocesano debe aumentar el amor por nuestra Iglesia y estimular a un mayor compromiso pastoral en nuestras comunidades. Queremos pedir, entonces, la gracia de amar a nuestra Iglesia diocesana y rezar por ella: por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, por los diáconos permanentes, los matrimonios y familias cristianas, por los catequistas, por los agentes de pastoral, y por los sacerdotes y el obispo; y también disponer más generosamente de nuestro tiempo, de nuestros talentos y también de nuestros recursos materiales para el sostenimiento de nuestra Iglesia. De tal modo que el aniversario no sea un mero recordar lo que pasó hace cien años, sino que el aniversario sea una memoria viva que revitalice nuestra fe, esperanza y caridad, y nos haga más fervorosos y valientes en dar testimonio de nuestra devoción a la Virgen, sobre todo con nuestro modo de tratar a los otros y la responsabilidad en asumir nuestras obligaciones civiles.

Y, en tercer lugar, el Encuentro del Pueblo de Dios, en el que celebramos la alegría de nuestra fe, renovamos nuestra adhesión a la Iglesia diocesana, compartimos los temas y los momentos relevantes que hemos vivido durante el año, y nos animamos mutuamente a perseverar en el maravilloso camino de fe, que por gracia hemos recibido en el bautismo. Estos encuentros, que ya se convirtieron en tradición, es decir, se integraron para formar parte de la identidad de nuestra Iglesia diocesana, por tratarse de un Encuentro del Pueblo de Dios, abren nuestra mirada y nuestro corazón a la Iglesia universal y al papa Francisco. Somos parte del Santo Pueblo Fiel de Dios, como suele decir el Santo Padre. Por eso, el corazón de nuestra Iglesia particular, quiere palpitar al ritmo de toda la Iglesia, y estar atenta a sus intenciones y permanecer sensible a sus realidades.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap.
Arzobispo de Corrientes



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