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Homilía para la Misa de la Peregrinación de los Trabajadores y sus Familias

Santuario San Cayetano, 5 de agosto de 2018

   La Peregrinación de los Trabajadores y sus Familias, que los años han convertido en un valioso patrimonio de nuestra fe, coincide este año con la Jornada de la Marcha por la Vida. Por eso el lema que elegimos para este día: Cuidemos la casa común defendiendo la vida. Todos sabemos que el próximo 8 de agosto el Senado de la Nación se pronunciará sobre el proyecto de ley, que nombran con el engañoso título de “Interrupción voluntaria del embarazo”, lo cual ya califica de antemano la calidad ética de su contenido, y que obtuvo media sanción en la Cámara de Diputados de la Nación. Digo engañoso, porque un embarazo se lleva adelante o se elimina; interrumpir quiere decir que en algún momento futuro se podría reanudar, lo cual ofende la inteligencia y reniega del sentido común. Esperemos que el 8 de agosto nuestros legisladores utilicen la inteligencia y el sentido común para salvar las dos vidas. Durante la peregrinación nos han distribuido un folleto explicativo sobre este tema, que les recomiendo leerlo detenidamente. Esta tarde, nos sumaremos todos a la Marcha por la Vida, que parte a las 15.00 del parque Cambacuá hacia la plazoleta de La Cruz.

Pero volvamos a la coincidencia de esta peregrinación de los trabajadores con la jornada de la Marcha por la Vida. Esta coincidencia no es una mera casualidad, sino un acontecimiento providencial que vale la pena profundizar. A primera vista, puede parecer que una cosa nada tiene que ver con la otra. Sin embargo, si nos detenemos un poco, veremos que no es así. En ambas, caminamos juntos hacia un objetivo común. En ese camino se moviliza el pueblo, porque allí estamos los que pertenecemos a diversas corrientes políticas, de pensamiento, de extracción social y niveles diversos de instrucción; caminamos juntos mujeres, varones, niños, jóvenes, adultos y ancianos, y otras expresiones identitarias que merecen nuestro respeto y acogida. Podríamos decir sin equivocarnos, que se trata de una verdadera manifestación en la que se expresa la riqueza de la pluralidad de ideas, de sentimientos y aún de estilos de vida. Y esta enorme diversidad no atenta contra el ánimo de sentirnos que somos hermanos, nos reconocemos con un origen común y compartimos la opción de peregrinar también hacia un destino que nos llena de esperanza y que nos mantiene unidos en el camino. El objetivo, tanto de la Peregrinación como de la Marcha, es la vida y el trabajo. El trabajo siempre tiene que estar orientado hacia la vida, a su defensa, cuidado y servicio.

El trabajo y la vida son dos realidades que no se pueden separar, por eso es providencial que la fecha los haya hecho coincidir. Trabajamos para vivir, y no al revés: no vivimos para trabajar. El trabajo es el medio necesario para una subsistencia digna, es decir para vivir como Dios lo pensó cuando nos creó. El secreto de la felicidad y del verdadero bienestar, consiste en buscar esa coincidencia con el querer de Dios y aceptar el camino que Él nos propone para alcanzar la finalidad que tiene el trabajo. La inteligencia de la fe nos hace conocer que es necesario, bueno y verdadero hacerle caso al que nos creó, nos conoce mucho más que nosotros a nosotros mismos, nos ama y quiere nuestro bien. Así lo hemos escuchado en la lectura del libro del Éxodo (cf. 16,2-4.12-15), donde Dios se manifiesta paternal y bondadoso con su pueblo rebelde y hambriento. Solo Dios puede tener una pedagogía tan sabia para que su pueblo, conducido por sus líderes a través del desierto, y experimentando la devastadora experiencia del hambre, descubra que es Dios quien sacia y libera de esa hambre más profunda de sentido y de verdadera dirección para la vida, y que solo Él puede proporcionarla. Y cuando uno descubre y acepta esa dirección, empieza a valorar al que camina al lado suyo, lo reconoce peregrino y se entusiasma en integrar a otros en ese camino, y se cuida mucho de no provocar divisiones y enfrentamientos, porque aprendió que eso es lo peor que le puede suceder a una comunidad.

Aprendamos de los chicos tailandeses y de su entrenador, quienes se encontraron inesperadamente atrapados en una caverna sin posibilidad de salida. No se desesperaron, ni buscó cada uno la salida por cuenta propia. Mantuvieron la unidad del grupo, cuidaron la cohesión y obedecieron el liderazgo que los animaba a no perder la esperanza. La salvación les vino desde fuera, como también la vida nos viene como don. Nadie se da la vida a sí mismo ni nadie se salva solo. Se salva y vive aquel que está atento a las señales que le vienen, por así decir, desde el más allá, como a los chicos tailandeses que estuvieron atentos y obedecieron a las indicaciones, que les dieron los que sabían cuál era para ellos el camino para salvarse y continuar viviendo. Ese acontecimiento, que dio la vuelta al mundo y nos llenó de alegría a todos, nos deja una gran lección. En la caverna de la vida, muchas veces nos encontramos atrapados y sin salida. La tentación frecuente es el “sálvese quien pueda” y el resto que se las arregle como pueda. Hoy, lamentablemente, en ese “resto” son muchos los inocentes que caerán bajo la pena capital si se legaliza el aborto. Si los chicos tailandeses hubiesen practicado la solución del “sálvese quien pueda”, muy probablemente no se hubiese salvado nadie. Ese es el futuro que le espera a una sociedad que no cuida a sus hijos desde que son pequeños y muy pequeños, como el que es concebido.

En la segunda lectura de hoy, San Pablo les recomienda a los cristianos de Éfeso (cf. Ef 4,17.20-24) que no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos. ¿Qué son los pensamientos frívolos, que luego conducen a conductas frívolas? Frívolo quiere decir superficial, vacío, mundano, insustancial. Nadie quiere ser eso, sin embargo, en esos pensamientos y conductas corruptas caemos con mucha facilidad. En la lectura que mencionamos, el Apóstol llama “hombre viejo” al que se conduce de esa manera, alguien que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia. Se trata de aquel que es insensible e indiferente a las necesidades del otro y de la comunidad, se preocupa solo de sí mismo, porque lo que lo domina la pasión de pasarla bien. En la “caverna de la vida” una conducta de ese tipo es el mayor peligro para la vida de la comunidad. Por eso, San Pablo concluye exhortando a despojarse del hombre viejo, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.

Una lección básica para la vida que nos dejan aquellos chicos de la caverna es la de buscar por todos los medios la unidad, el diálogo, la atención a los más débiles y vulnerables, y la apertura a lo trascendente, desde donde nos vienen las señales de rescate. O, digámoslo con la precisión que nos da nuestra fe: lo que nos protege es la apertura a Dios, quien nos creó y sabe cuál es el camino de la salvación y la vida. Además, Él mismo se introdujo hasta donde habíamos quedado atrapados por el pecado y la muerte, transitó el arriesgado y doloroso camino de salida, mostrándonos la senda y asegurándonos que Él, en persona, nos guiaría hacia un lugar seguro. Jesús se nos revela y nos asegura que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es el hombre nuevo al que estamos llamados a adherirnos con nuestra mente y nuestro corazón, porque solo Él conoce por dónde debemos peregrinar para salir de la caverna y alcanzar la plenitud de la vida y la felicidad que Él mismo nos promete.

En el Evangelio que hemos proclamado, Jesús advierte a sus seguidores que Él no vino para multiplicar el pan material, y nosotros podemos añadir, que tampoco viene a multiplicar el pan de la salud, de la educación y del trabajo. Pero sí viene a acompañarnos y a mostrarnos cuál es el camino para que haya trabajo digno y para todos; para que el pan llegue primero a la mesa de los más humildes como corresponde a una comunidad que es sensible a los que más sufren; para que la educación sea una preocupación real, a la que destinamos los recursos suficientes para que los chicos y los jóvenes puedan desarrollar sus capacidades e integrarse luego al mundo del trabajo, del conocimiento y del progreso; para que la salud sea un servicio de trato humano y cercano al paciente, sea proactivo en la prevención y eficiente para la curación. Para ello, Jesús nos enseña con su palabra y con su vida que, para salvarnos como humanidad, es imprescindible poner en primer lugar a la persona del otro. Y entre los otros, el más importante y al que hay que atender primero es el más pobre y vulnerable. Hacia ellos deberían estar orientados los mejores recursos humanos y materiales. Entonces, el trabajo, el pan, la educación y la salud, se ordenarían naturalmente a favor de la vida de todos.

La maravillosa pedagogía del amor de Dios, nos congrega alrededor del Altar, en el que Jesús prolonga la entrega de su vida en el pan, convirtiéndolo en Pan de Vida, e invitándonos a participar del mismo para fortalecer en nosotros la vida de unidad, de diálogo y de fraternidad. Esta experiencia de comunión nos envía a la misión. Que San Cayetano, patrono del pan y del trabajo nos proteja de la indiferencia y de la insensibilidad ante el dolor del hermano, y nos alcance el fervor para ser solidarios, la luz para ver las necesidades urgentes de nuestros hermanos y hermanas, y voluntad para tomarnos de la mano y ayudarnos a cuidar la vida de todos.

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes



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