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Reflexión para el Via Crucis del Viernes Santo

Corrientes, 19 de abril de 2019

Aterra con solo pensar que fuimos los hombres quienes hemos matado a Dios. Y estremece aún más cuando sabemos que ese crimen lo cometieron hombres religiosos, aun podríamos decir, muy religiosos y llenos de celo por hacer cumplir los mandamientos de Dios. En el juicio y consiguiente condena que se le siguió a Jesús, el Inocente, se desataron los demonios de la mentira, de la corrupción y del odio en toda su espectral manifestación. La respuesta de Dios a esa extrema irracionalidad del ser humano es tan inesperada como sorprendente: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!

Hoy, Viernes Santo, y luego de haber escuchado el relato de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, es una ocasión propicia para hacernos algunas preguntas: ¿Qué imagen tengo de Dios? Esa imagen, ¿coincide con la imagen que me revela Jesús? La imagen que tengo de Dios, ¿me sirve para responder al reclamo de las injusticias y atropellos a la dignidad humana que se cometen a diario? ¿Dónde está ese Dios Padre, infinitamente bueno y amante de sus hijos, a quienes él ve sometidos a tantos sufrimientos? ¿Por qué permite que suceda tanta injusticia, desolación y muerte?

Contemplemos al Crucificado. Él rompe todas las imágenes falsas que nos hacemos de Dios y de los otros; desmonta toda ideología religiosa, cuando esta se convierte en algo más importante que la persona humana; y desarticula igualmente toda pretensión ideológica que se geste en la convivencia común, y que no se oriente claramente al bien de la persona y de la comunidad. En Jesucristo, Dios se revela como un verdadero Padre que sufre con su Hijo y se hace cargo de los rostros desfigurados y sin esperanza de la condición humana. Dios, que se hace cargo de nosotros, también nos invita a que con él nos hagamos cargo de nuestros hermanos, colocándonos junto a ellos y ayudando a sanar, restaurar y promover; comprendiendo y acompañando; creando lazos de amistad y puentes de consenso; y, sobre todo, evitando a cualquier precio la complicidad con el pecado, que genera la cultura de la muerte.

La Pasión de Jesús continúa en la historia y nos invita a unirnos a ella con la esperanza cierta de que la familia humana y la creación entera estallará en el aleluya pascual. Esta es la gran esperanza que mueve el corazón de los cristianos. Mientras tanto preguntémonos, en estas horas en las que acompañamos a Jesús en su camino por la vía dolorosa, por su rostro desfigurado en tantas vidas que no dejamos nacer o, una vez nacidas no les alcanza para desarrollarse dignamente; o en tantos hermanos y hermanas desfigurados por la angustia del pan que no llega a fin de mes; preguntémonos con quiénes puedo y por consiguiente debo compartir un “pedazo de pan”, para expresar en este símbolo las angustias que padecen muchas personas y familias; hacia quiénes tengo acercarme, perdonar y reconciliarme. Y al mismo tiempo, contemplando al Crucificado, acerquémonos confiados al sacramento del perdón, y renovemos así nuestra fe en ese Dios Padre que nos abraza en Jesús para enviarnos con él a ser misioneros de su misericordia.

Con el beso que daremos a Jesús en el momento de la adoración de la cruz nos unimos a los sentimientos de María la Madre dolorosa, que recibe a su Hijo muerto en sus brazos. Con ella renovamos nuestra fe en la resurrección y la vida eterna. A ella nos encomendamos y le suplicamos que nos cuide de todo peligro y nos sostenga en el camino del bien y del amor.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


NOTA: A la derecha de la página en "Otros archivos", el texto como REFLEXION VIERNES SANTO 2019, en formato de word.


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