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BUENOS AIRES, 25 DE AGOSTO DE 2019

Mensaje con ocasión de la fiesta de San Luis y del centenario del templo

Buenos Aires, 25 de agosto de 2019


P. José Billordo, Vicario general,
P. Epifanio Barrios, párroco,
y querida Comunidad parroquial sanluiseña:

 

¡Felicidades por la fiesta patronal y el centenario del templo! Los saludo desde la distancia geográfica, pero con la cercanía que nos une en la fe y de tantas peregrinaciones y encuentros que hemos compartido. Espero superar pronto las limitaciones que hoy me impone la salud, y poder verlos pronto, mientras tanto me sigo encomendando a sus oraciones y cuenten con las mías.

En estos días fui rezando con ustedes por las intenciones que menciona la hermosa oración al Santo Patrono: para que San Luisito cuide la inocencia de los niños y de los jóvenes; que nuestro corazón se inflame de amor a Jesucristo; que nos libre de las discordias para que siempre reine la caridad cristiana en nuestro Pueblo; que alivie nuestras necesidades; que no nos desampare; que nos libre de todos los males y aparte de nosotros toda clase de calamidades; que tengamos sacerdotes santos; que a imitación de nuestro Santo reinemos sobre nuestros sentidos y malas inclinaciones, para que un día reinemos gloriosos en el cielo junto al Rey de Reyes, Jesucristo nuestro Señor.

En esa oración, ustedes expresan el amor que vienen guardando con sus padres y abuelos en el correr de estos cien años. Así lo pensaron cuando eligieron el lema para esta conmemoración: “Cien años de amor guardados en nuestro templo”. ¿Cómo se puede guardar el amor? Ciertamente no queremos decir que pretendemos almacenarlo para alguna próxima ocasión; y tampoco que lo depositamos en el templo para que quede allí. Me gusta más bien pensar que guardar equivale a cuidar y atesorar. En el templo, ustedes vienen cuidando y atesorando el amor a lo largo de cien años. De nuevo: ¡felicitaciones!

Ahora bien, el amor que cuidan y atesoran es el mismo amor que vivió San Luisito. Es el amor que se distingue porque entrega vida, se da por entero, no tiene medida: es el amor de Jesús, que nos hizo ver y experimentar el inmenso amor que Dios tiene por todas sus criaturas. Cuando nos bautizaron nos “bañaron” en ese amor, nos anunciaron en ese momento que nos sumergían en el misterio pascual de Jesucristo: bautizados, morimos y resucitamos a la Vida Nueva del Amor de Dios.

Las calamidades, de las que pedimos que nos libre nuestro Santo Patrono, se nos vienen encima cuando nos alejamos del Amor de Dios, dejamos de rezar; de llevar una vida virtuosa y de ir al templo. Pronto nos va invadiendo el gusto desordenado por las cosas; el aturdimiento por un placer artificial e inmediato; y la desenfrenada corrida por un poder desprovisto de servicio. Así, entre otras desgracias, nos volvemos incapaces para ser fraternos, cercanos a los que sufren, y apasionados por buscar caminos de encuentro y de diálogo aun con aquellos que discrepan con nuestro modo de vivir y de pensar.

Por eso, bautizados que cuidan y atesoran el Amor de Dios en el templo vivo que es la comunidad cristiana, se sienten enviados a vivirlo con pasión en las diversas circunstancias de la vida cotidiana, convencidos de que ese amor es más fuerte que cualquier otra propuesta por más fascinante que sea. Así lo vivió San Luis, así nos enseñaron a vivirlo nuestros padres y abuelos, así lo aprendimos en la comunidad cristiana, y así pedimos la gracia de vivirlo nosotros y de transmitirlo, sobre todo con nuestro ejemplo, a nuestros hijos y nietos.

Mientras le suplicamos a nuestro querido Santo Patrono que nos alcance esta gracia, los abrazo y bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

†Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes


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