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BUENOS AIRES, 13 DE OCTUBRE DE 2019

Saludo con motivo del inicio de las celebraciones del 200º Aniversario de María Inmaculada como patrona del pueblo de la Inmaculada Concepción del Yaguareté Corá

Deseo unirme a todos ustedes, querido pueblo de Concepción, en particular, al cura párroco, el Pbro. Julio Vallejos y al Pbro. Enrique Alfonzo; a los catequistas, consagradas y colaboradores pastorales; a las autoridades civiles, militares y de seguridad, y a todos los que aman y habitan ese bendito suelo, se ayudan entre ellos, y juntos se ocupan de cuidarlo y embellecerlo. Agradezco especialmente a Mons. José Billordo por su generosidad en suplir mi ausencia.

Espero poder estar con ustedes cuando clausuren los festejos del bicentenario. Sin embargo, hoy, en la apertura del jubileo quisiera compartirles unos pensamientos a partir de la frase que eligieron como lema para el bicentenario: “María Inmaculada, Madre del Pueblo, esperanza nuestra”. ¡Qué acierto fue colocar a la Inmaculada en el centro de la vida del Pueblo! Así lo hicieron hace doscientos años los que nos precedieron, entre los que seguramente se encuentran muchos de sus parientes. Allí, en los orígenes, están nuestras raíces. Este magno aniversario tiene que ayudarnos recordar de dónde venimos, para saber quiénes somos y hacia dónde vamos.

¡Qué bendición tan grande y qué privilegio es gozar de unas raíces que nos conectan directamente con Dios! Y no a un dios lejano y abstracto, desentendido de lo que nos pasa, sino con el Dios que quiso nacer de una madre virgen, hacerse pequeño para poder abrazar a todos y hacernos sentir la alegría de ser pueblo, un pueblo peregrino que camina hacia el encuentro con Él. Tan sencillo y tan sublime a la vez, que se lo puede escuchar en su Palabra y comer en el Pan de Vida; se lo puede tocar en la carne del prójimo, de todo prójimo, pero se hace más visible en la carne del hermano o hermana que sufren ya sea en su cuerpo, ya sea en su alma.

El que se olvida de dónde vino, el que niega sus raíces, o tiene vergüenza de su idioma, tampoco acierta con su misión y se convierte así en un errabundo que no sabe quién es, de donde viene, ni a dónde va. María, Madre del Pueblo, nos toma de la mano para llevarnos a Dios, y nos anima a que también nosotros tomemos de la mano a otros, ayudándonos a ser familia, comunidad, pueblo, nación. Ella es esperanza nuestra porque Dios cumplió en ella lo que prometió cumplir también en nosotros: hacernos felices si aceptamos la invitación a seguir los pasos de su Divino Hijo Jesús, es decir, amar en serio y dar la vida hasta el final.

La Inmaculada, la Purísima, nos recuerda que fuimos creados de nuevo en el Bautismo. Sumergidos en la Pascua de Jesús, Dios nos hizo creaturas nuevas, nos brindó el regalo de la purificación en el sacramento del perdón, y nos envió a ser misioneros del perdón y de la amistad con todos. Que la Inmaculada Concepción nos alcance la gracia de una vida pura, amable, justa y fraterna.

Les auguro un feliz inicio del camino conmemorativo del bicentenario. Los actos comunes que se multiplicarán a lo largo del año jubilar; las iniciativas pastorales, las mejoras para elevar la calidad de vida de todos, especialmente de los más postergados, nos motiven a cultivar un corazón agradecido a Dios por habernos colocado bajo el manto protector de María Inmaculada. Y a Ella, Madre del Pueblo y esperanza nuestra, le suplicamos que nos alcance la gracia de cuidarnos unos a otros, y entre todos cuidar a los más débiles y desprotegidos; y peregrinar como misioneros de la misericordia por el camino que nos lleva al cielo.

Los abrazo y bendigo con paternal afecto, rezo por ustedes y cuento con sus oraciones. ¡Hory Aramboty, Pueblo de Concepción!

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 


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