PRENSA > HOMILÍAS

Homilía en la Misa de la Fiesta de la Cruz de los Milagros

Corrientes, 3 de mayo de 2020

Hoy no podemos celebrar la Santísima Cruz de los Milagros con la forma acostumbrada de los años anteriores, cuando llegaban las imágenes de los santos y santas patronos sobre los hombros de sus devotos, para iniciar la multitudinaria procesión por las calles de nuestra ciudad, y culminar luego con la Santa Misa en el predio junto al santuario. Infaltable era la expresión cultural que iluminaba la noche de esa inolvidable jornada. La situación atípica en la que nos colocó pandemia nos obliga permanecer en nuestras casas, como la mejor respuesta sanitaria para evitar cualquier posible contagio. De este modo, el espacio físico de nuestra celebración quedó hoy limitado a algunos metros cuadrados de nuestros domicilios, nada si los comparamos con los que recorríamos alegres y piadosos por las calles de nuestra ciudad. La realidad nos impuso un espacio nuevo y una modalidad distinta de llevar a cabo nuestra fiesta patronal. Digamos, por el momento, que lo que nos toca vivir hoy no es ni mejor ni peor que lo de otros tiempos, es simplemente una realidad provocadora y distinta, como sucede con tantas situaciones inesperadas y sorpresivas a las que nos enfrenta la vida. Todo depende de cómo asumimos la realidad con sus posibilidades y sus límites.

Frente a los límites que nos impone la realidad podemos reaccionar de un modo positivo o negativo. Una manera negativa es lamentarnos y dejarnos invadir por la tristeza y la depresión; o también reaccionar violentamente intentando romper los límites y alcanzar una libertad a cualquier precio. En cambio, el modo positivo es respetar los límites y esforzarnos por descubrir toda la riqueza que hay dentro del estrecho margen en el que nos colocó la realidad. Trabajar allí con paciencia los vínculos con nuestros semejantes y con ellos ir alcanzando una libertad cada vez más amplia y creativa, que respete la diversidad del otro y de la naturaleza. Una respuesta así es fácil enunciarla, pero es sacrificado asumirla y perseverar en ella.

Hay una fábula, que seguramente muchos de ustedes conocen y cuyo título es “Estar contento” y que, como toda fábula, también esta hace hablar a los animales. Luego de una larga discusión entre ellos sobre qué significa estar contento, habla el Surubí: “Jay -dijo el Surubí asomando el hocico-, échele un galgo. La felicidad en esta tierra consiste en estar contento. ¿Cómo se hace para estar contento con tantas penalidades? Para estar contento hay que estar contenido. En latín contento significa contenido. Hay que contenerse con gran fuerza dentro de los límites del charco en que Dios nos puso. La mitad de mis paisanos pasan una vida perra por andar buscando el mar cuando Dios los puso en la laguna. Hay que saber caber en su molde y apretarse adentro de la propia horma, y hacer el gusto a lo poco, mis hijos”, concluía su sabia reflexión el gigante de nuestros ríos. A primera vista, esa respuesta puede llevar a una resignación pasiva y malsana, pero se trata de todo lo contrario: es la resignación del que tiene la lucidez de reconocer el límite, la fortaleza para soportarlo, y la sabiduría para superarlo. Como podrán ver, hay una gran enseñanza en esa respuesta, enseñanza que hoy puede ser de gran ayuda para situarnos bien en la realidad que nos toca vivir.

Más de alguno podría pensar a qué viene todo esto si lo que estamos celebrando es la fiesta patronal de la Santísima Cruz de los Milagros. Sin embargo, pongamos atención en el profundo mensaje que nos deja el Surubí. Él ve lo mismo que sus compañeros: un espacio estrecho calificado despectivamente como charco, pero tiene una visión diferente a los otros animales que discuten con él, dentro de los límites, descubre oportunidades y desafíos. Algo semejante sucede con la cruz: todos vemos la misma forma del madero, pero para algunos no significa nada y les resulta algo indiferente; para otros representa el vestigio de una Iglesia medieval y desactualizada y, entre ellos, hay ilustrados que gastan energías para combatirla y borrarla de la mente y del corazón de la gente. En cambio, para nosotros, creyentes, la cruz de Jesús es la principal fuente de vida, de amor y de felicidad. Tal como leemos en un texto que es de finales del siglo II, “La fe es la única que se le concede ver a Dios” (Carta a Diogneto). La fe ilumina la misma realidad que ven otros, pero le da a esa realidad una profundidad y una luz que no las puede captar el que no tiene el don de la fe. Por eso, hoy invito a la comunidad correntina creyente a dar gracias a Dios porque nos miró con misericordia desde los mismos orígenes de la fundación de nuestra Ciudad, inspirando a sus fundadores cristianos a plantar una cruz, signo indiscutible de su identidad y vocación cristianas.  

La ruta, con las señales más luminosas para asumir y transformar los límites convirtiéndolos en fuente de vida y de felicidad, es la Cruz de Jesús. O mejor aún: es Jesús en la Cruz. Jesucristo crucificado, muerto y resucitado es el camino hacia la libertad y el amor. Ese madero milagroso que veneramos en este santuario es el símbolo más perfecto y acabado del amor que se entrega sin límites, prevaleciendo definitivamente sobre cualquier exclusión o discriminación que provoca el egoísmo entre los seres humanos. Solo el amor en serio posee la fuerza para soportar límites y abrir nuevos horizontes de vida para todos. Y ese amor se reveló en toda su verdad, plenitud y belleza en la Cruz. Allí es donde Dios mismo asume, soporta y transforma en gracia, por la fuerza del amor, toda la desgracia que causó y causa el pecado y el mal del hombre. Por eso Jesucristo es vida y esperanza nuestra.

Dios, que es Amor, nos creó a su imagen y semejanza. Nos parecemos a Él en la medida en que cultivamos vínculos de amor y de amistad con los otros. El virus más dañino y devastador que atenta contra el proyecto de Dios y pretende desbaratar su creación, es la soberbia. La peste de la soberbia, que nos aísla de Dios y de los demás, está entre los males más perjudiciales y amargos que padece la comunidad humana y toda la creación. Por eso, en la oración ante la Cruz de los Milagros suplicamos con humildad a Nuestro Señor Jesucristo que nos dé el poder de su Espíritu diciendo: “Ilumínanos con tu Espíritu, para conocerte más y seguir tus pasos, abrazarnos a tu cruz y vivir en tu amistad…”. Es la súplica del humilde que suplica el don del encuentro porque sabe que solo y aislado está perdido. Es la oración de aquel que se descubre criatura, esencialmente vinculada a su Creador y a los otros, pero tiene conciencia de que sola no puede construirse, si no es iluminada y “empoderada” por quien la amó y la creó y desea ansiosamente atraerla de nuevo hacia sí.

Hoy es el Domingo del Buen Pastor, título inspirado en el Evangelio que hemos proclamado, y es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Por eso, los jóvenes de la pastoral juvenil y vocacional, acompañados de sus asesores, nos han brindado un excelente acompañamiento durante la novena en preparación a esta fiesta, que se ensambla perfectamente entre el Buen Pastor y el misterio de la cruz que representa el madero que veneramos en este templo. Jesús, Buen Pastor, nos invita a trabajar y a descansar en su compañía. Él se identifica para que lo reconozcamos y confiemos en Él: “Yo soy el Buen Pastor (…), Yo soy la puerta de las ovejas (…) el que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará alimento” (cf. Jn 10,1-10). Entrar por la puerta que es Él mismo, es animarse a tomar la misma llave que utilizó Él para poder entrar y salir, es decir, para ser libre y poder amar sin límites: y esa llave es la cruz, la bendita cruz, la santísima cruz como la reconocemos desde hace más de cuatro siglos y a cuya luz y sombra hemos crecido como pueblo de hijos y de hermanos.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles relata cómo el Apóstol Pedro exhorta al Pueblo de Israel “a reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”. Y a continuación, escuchamos que “todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?»”. A lo que Pedro respondió: «Que cada uno se convierta y se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo»” (cf. Hch 2,14a.36-41).

Que también nosotros, escuchando el potente y gozoso anuncio de Jesucristo, que ha vencido el pecado, la muerte y el mal por el camino de la Cruz, nos hagamos la pregunta: ¿qué debemos hacer? Y como respuesta nos dispongamos a renovar nuestra fe, dejando atrás una vida de pecado, para consagrarnos a hacer el bien, siempre y en todas partes. La pandemia y el dengue, con sus elocuentes mensajes de que somos frágiles y vulnerables, nos deben llevar a una mayor solidaridad y cuidado entre todos, y juntos proteger el lugar que habitamos, independientemente de la fe que profesemos. Sin embargo, los que al final de esta celebración renovaremos nuestra consagración a la Tiernísima Madre de Itatí, suplicándole que nos libre de los males que nos atormentan, debemos asumir ese compromiso con una entrega más generosa para ser coherentes con la fe que profesamos. Tal como lo decimos en la oración Ante la Cruz de los Milagros: “¡Jesucristo, vida y esperanza nuestra! Recuérdanos siempre que el amor todo lo puede; que compartir con los más pobres nos hace misioneros de tu misericordia, y nos muestra el camino que nos lleva al cielo”. Te adoramos Cristo y te bendecimos. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros. Amén.

 

 Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


ARCHIVOS - Archivo 1