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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía en la fiesta patronal de San Cosme

Corrientes, 26 de septiembre de 2013

Cuando nos encontramos ante un peligro que nos amenaza, reaccionamos de acuerdo con la manera de vivir que tenía cada uno antes del peligro. El que se preocupaba solo de sí mismo y los demás le interesaban en tanto en cuanto se podía aprovechar de ellos, ante el peligro va a reaccionar del mismo modo: buscará la forma de beneficiarse de la pandemia a costa de los demás. Cuando este se muera, lamentablemente quedará muy solo y quién sabe si será capaz de reconocer la misericordia de Dios, porque en vida no se interesó en ella ni como gracia, ni como ejercicio de compasión hacia los otros.

En cambio, aquellos que vive habitualmente su vida atentos a sus hermanos y hermanas, en su propia familia primero y luego entre sus parientes, en el barrio y con sus compañeros de trabajo, también se mostrará disponible y generoso en cuidar y cuidarse cuando algún peligro amenace la comunidad. ¡Qué providencial es la fiesta de San Cosme, bajo cuya protección fue puesto este pueblo! En él y en su hermano Damián, encontramos dos ejemplos luminosos de personas sabias que nos enseñan cómo comportarnos, sea en tiempos de crisis, sea en tiempos normales. Detengámonos un momento en estos dos santos, y veamos luego cómo ellos, movidos por la Palabra de Dios, actuaron en su tiempo.

San Cosme fue un médico cristiano, que tenía un hermano gemelo también cristiano y médico. Nacieron en Arabia y estudiaron en Siria, en torno del año 300 d. C. Se cuenta que fueron excelentes médicos, como corresponde a todo cristiano que desempeña un servicio a la comunidad y, además, se hicieron célebres porque prestaban sus servicios desinteresadamente. El odio a la fe, tal como sucede hoy en muchas partes del mundo, los llevó a la cárcel, a la tortura, y a la muerte porque no estaban dispuestos a renegar de su fe. Me gustaría destacar la coherencia y la integridad de esos hombres, personas, podríamos decir de una sola pieza.

En ellos la fe y la ciencia, la religión y el desempeño profesional se sostenían y enriquecían mutuamente. La fe no era obstáculo para utilizar los medios que tenían a su alcance para curar a los enfermos. El ejercicio de la profesión fue para ellos un recurso para hacer el bien a los demás y no para satisfacer sus propios intereses. Ambos fueron excelentes cristianos y, a la vez, ciudadanos responsables. Ante la crisis, que a muchos desorientaba y llenaba de angustia, ellos reaccionaban curando y cuidando a todos. Fueron para su tiempo y lo siguen siendo hoy para nosotros, un luminoso ejemplo de cómo la fe espanta el miedo y cómo el amor a Dios y al prójimo fortalece para enfrentar la contrariedad, a la que hoy llamamos pandemia.

La antífona con la que respondíamos a cada estrofa del Salmo, contiene una gran verdad: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares”, luego de que al final de la primera lectura del libro de la Sabiduría, escuchamos que “Los que confían en Señor comprenderán la verdad, y los que le son fieles permanecerán junto a Él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos”. Por eso, Jesús, en el Evangelio de hoy nos reconforta, como los hizo con sus discípulos cuando debían hacer frente a las contrariedades: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, y a continuación les explica que Él es la única seguridad para atravesar exitosamente todas las crisis hasta la última, en la que se nos juzgará sobre nuestra confianza en Él: “Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo”. Nuestros santos, con su vida ejemplar, son un regalo providencial para los tiempos que nos toca vivir, porque confiaron en la Palabra de Dios y dedicaron su vida a socorrer a sus hermanos y hermanas, acompañándolos en sus dificultades y sufrimientos.

Hace poco, en una audiencia, el papa Francisco propuso la contemplación como antídoto para la pandemia. ¿Qué es la contemplación cristiana? Es ese modo de ver que no se apropia de las personas y de las cosas; se trata de una mirada no posesiva, una mirada que se esfuerza en “considerar cómo Dios mira a sus criaturas y regocijarse con ellas; descubrir la presencia de Dios en sus criaturas y, con libertad y gracia, amarlas y cuidarlas” (Audiencia 16.09.2020). La persona que tiene esta mirada también se preocupa en cuidar y curar, en perdonar y crear lazos de amistad con todos; es una persona que busca ante todo limpiar la suciedad que tiene en su interior, por eso no juzga ni condena a los otros, sino que trabaja con humildad y perseverancia en el bien. Ese bien que ya experimentó en su corazón por la gracia de haber podido mirarse a sí mismo y a los demás con los ojos de Jesús.

Por último, los invito a que miremos a nuestro santo patrono San Cosme, en compañía también de su santo hermano Damián, y demos gracias a Dios por el oportuno y luminoso ejemplo que ellos nos dan para saber qué tenemos que hacer en estos tiempos difíciles; que nos alcancen la gracia de tener la mirada y el corazón de Jesús hacia aquellos con los que convivimos diariamente, para que seamos pacientes y serviciales con ellos y con todos aquellos con quienes nos encontramos a diario. Al mismo tiempo, suplicamos que intercedan para que Dios nos libre pronto del mal de la pandemia y que proteja, especialmente a todos aquellos que exponen diariamente sus vidas para cuidarnos y curarnos, y por los que continúan prestando los servicios necesarios a la sociedad.

Que San Cosme, patrono de esta ciudad, junto con su hermano San Damián, nos enseñe a cuidarnos y a cuidar a los que tenemos al lado, cumpliendo con las recomendaciones sanitarias que nos indican los profesionales de la salud; y juntos, estemos atentos y disponibles para estar cerca y socorrer a los que más sufren las consecuencias de esta pandemia. Con certeza que, si actuamos así Dios derramará una abundante bendición sobre nuestras familias y nuestro pueblo.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


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