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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía para la Misa de la conmemoración de San Ignacio de Loyola

Corrientes, 31 de julio de 2021

San Ignacio fue un hombre que supo aprovechar una dura adversidad que le tocó vivir, para superarse y salir mejor de esa situación. La crisis le ayudó a profundizar su fe cristiana y a empezar a verse a sí mismo, a los otros y a las cosas con una mirada nueva. Esta experiencia humana y cristiana de San Ignacio puede iluminar hoy la realidad preocupante e incierta que vivimos a causa de la pandemia. También nosotros, como nuestro santo, nos encontramos ante el desafío de profundizar nuestra fe y vida cristiana.

El lema que inspira el Año Jubilar Ignaciano es muy sugerente: “Ver todas las cosas nuevas en Cristo”. Como ustedes saben, este año la Compañía de Jesús, que cultiva el carisma de su fundador, se propuso celebrar el Año Jubilar como camino de sanación hacia la libertad y el amor. Para ello, hace memoria de aquel acontecimiento que cambió definitivamente el rumbo de la vida de Ignacio: a los 30 años, mientras vivía con gran idealismo su carrera militar, cayó herido en una batalla y su futuro se vio definitivamente frustrado. Este año se cumplen 500 años de aquel desafortunado incidente, que le permitió a ese joven entusiasta de las armas, en medio de su desilusión, ver todo de una manera nueva: “Ver todas las cosas nuevas en Cristo”.

Mientras preparaba esta reflexión me vino a la mente un testimonio que escuché a mis doce años y que comprendí mucho más tarde. Un fraile, de unos 50 años de edad, había perdido un ojo como consecuencia de un cáncer. Al finalizar la misa de un domingo, a la que asistí como monaguillo, se acercó y me dijo: “Vení vos, no te olvides lo que te voy a decir: ahora que perdí un ojo, veo mejor que antes con los dos”. Como era un personaje de hacer bromas, lo tomé como tal, pero esa frase me quedó grabada para siempre. Más tarde comprendí que las crisis pueden convertirse en una oportunidad extraordinaria para ver y escuchar todo de otra manera, y así poder discernir mejor aquello que Dios quiere para cada uno. Con esa disposición interior san Ignacio empezó su vida de conversión.

¿Cómo se hace para ver todas las cosas nuevas en Cristo? ¿Cómo aprender a verlas en Él? ¿Hay alguna escuela o algún método que nos facilite los ejercicios para tener esa mirada? Para ver la vida solo desde sí mismo y pasar a mirarla desde el otro y en comunión con él, son necesarias tres cosas: la fe, la humildad y la constancia. Solo así va madurando una mirada de amor que hace nuevas todas las cosas. Entonces, en Cristo y con él se ven nuevas todas las cosas; aprendiendo de su mirada y adecuando la nuestra a la de Él, todo cambia. Las personas que nos rodean son las mismas que antes, los acontecimientos se desenvuelven invariablemente, pero la luz que proyecta mi nueva mirada sobre la realidad es diferente y, en consecuencia, también mi modo de acercarme a las personas y a las cosas, será distinta, nueva.

La fe hace posible ver como Dios ve, para ello vayamos a la Palabra de Dios y escuchemos a Jesús para tratar de captar su mirada y su actitud. Nadie mejor que él para enseñarnos a ver como Dios ve nuestra vida y la historia de los hombres. Recordemos lo que escuchamos hoy en el evangelio de San Lucas (cf. 14, 25-33), donde se resumen varios dichos de Jesús en una advertencia muy fuerte: “Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. Una mirada posesiva es dañina en su raíz y no puede sino dar frutos malos: se estructura poseyendo personas y cosas para satisfacción propia. En cambio, la no posesión da lugar a la humildad, a la escucha y al encuentro: eso es lo que sucede al interior de la vida de Dios, vida que él quiso compartir con el género humano y con toda la creación. San Pablo, en la primera carta a los cristianos de Corinto (cf. 1Cor 10, 31-11,1), lo resume de un modo sencillo y concreto: “Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios”.

Adán y Eva representan la mirada posesiva. Creados para verse entre ellos y ver juntos todas las cosas desde Dios, optaron por verlas desde ellos mismos y así se extraviaron ellos y dañaron las cosas. Sin embargo, Dios Creador y Padre, que mira sin poseer, no abandonó a su criatura porque continuó viéndola buena, es más, la vio muy buena como lo atestigua el Génesis. La mirada de Dios es una mirada buena, mirada a la que jamás ha renunciado. Y porque es una mirada buena siempre buscar rescatar, recrear y abrazar de nuevo a su criatura.

La mirada de Dios es buena pero no ingenua. Cuando Caín mató a su hermano, Dios lo increpó diciendo “Dónde está tu hermano”. También Jesús nos revela que la mirada de Dios es buena pero no ingenua, cuando desde la cruz se dirige a su Padre y le suplica: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Dicho de otro modo, cuando Dios mira la realidad que estamos viviendo, nos mira a cada uno de nosotros con nuestras historias personales, lo hace con un corazón lleno de bondad a pesar de nuestra maldad. Esa es la mirada que tiene un cristiano de sí mismo, de los otros y de la realidad. Estamos llamados a ver como Dios ve, a sentir como Dios siente, y entonces sí, también a actuar como Él actúa, mejor aún, a actuar en conjunto con Él, movidos por su mismo Espíritu.

Nos hará mucho bien preguntarnos cómo nos vemos a nosotros mismos y a los otros, en particular, a aquellos con quienes convivimos diariamente. Si la primera mirada que tengo sobre mí mismo, o sobre mi esposa, esposo, hijos, parientes, compañeros de trabajo; sobre mi pueblo, o en general sobre la realidad, es una mirada buena, la acción que se sigue también será buena, vale decir, será una acción que busca hacer la cosas al modo como las hace Dios, siempre rescatando lo que hay de bueno, amable y verdadero en uno mismo y en los otros. En cambio, si mi mirada sobre la realidad es una mirada que ve primero lo negativo, es muy probable que la conducta que se sigua de allí será conflictiva, provocará distancias y se alejará cada vez más de cualquier posibilidad de encuentro. La mirada cristiana jamás parte de lo negativo que puede haber en los otros o en la realidad que nos rodea, siempre busca y encuentra algo positivo desde donde partir. Así es el amor de Dios.

San Ignacio, como aquel fraile de un solo ojo, se dio cuenta de que renunciando a sus propias seguridades se ve mucho mejor, más lejos y con una profundidad mayor. Supliquemos la gracia de la conversión para anhelar intensamente lo que Dios quiere y sueña para cada uno de nosotros. En Cristo, todas las cosas se ven nuevas. Tengamos presente a todos los que sufren, especialmente a los enfermos a causa de la pandemia y a sus familiares, para que esa adversidad que les ha tocado se convierta en camino de salvación para ellos y para los demás; y supliquemos a Dios que sostenga con su fuerza a todos aquellos que los asisten para aliviar su malestar y puedan regresar pronto a sus hogares. Y que todo nos sirva para mayor gloria de Dios. Amén.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-07-31 Homilía fiesta de San Ignacio, en formato de Word.


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