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Homilía en la Misa de la festividad de la Inmaculada Concepción

Itatí, 8 de diciembre de 2021

Hoy celebramos una de las devociones marianas más extendidas en todo el mundo: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La hermosa imagen de nuestra Madre, que contemplamos en este santuario, la representa con ese mismo título, pero con estas palabras: La Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, que las convertimos luego en expresiones que surgen de nuestro amor y devoción por Ella como, por ejemplo: Virgencita de Itatí, Morenita de Itatí, Tierna Madre de Itatí, y otras por el estilo. Ante esta bella imagen que contemplamos aquí, durante más de 400 años, fueron innumerables los peregrinos que encontraron paz y consuelo, para regresar renovados espiritualmente a su vida cotidiana y fortalecidos para ser mejores. También nosotros estamos hoy aquí para decirle que la amamos y para suplicarle que cuide a nuestras familias y, en particular, a nuestro pueblo argentino.

Inmaculada significa que aquella jovencita de Nazaret fue pura y limpia, es decir sin pecado, desde que fue concebida por sus padres. Recordemos el tradicional saludo que hace mención precisamente sobre su pura y limpia concepción: “Ave María Purísima”, a lo que se respondía: “Sin pecado concebida”. Algo así no sucedió ni sucede con ningún ser humano, todos nacemos con una misteriosa inclinación a hacer el mal, aunque no queramos hacerlo. A san Pablo le pasaba lo mismo y lo expresaba así: “En vez de hacer lo bueno que quiero hacer, hago lo malo que no quiero hacer” (Rm 7,15). También el poeta Ovidio, que nació medio siglo antes de Cristo y era romano decía algo parecido: “Veo lo que es mejor, lo apruebo, pero hago lo que es peor”. En cambio, en María, por haber sido cuidada de un modo muy especial y único por Dios, no había esa contradicción. Ella era la Llena de Gracia.

Así como en compañía de una persona buena nos sentimos bien y nos resulta agradable estar con ella, mucho más con la Virgen María que está llena de bondad. Junto a Ella nos damos cuenta que así deberíamos ser todos, que Dios nos creó para que fuéramos personas llenas de gracia y de bondad, así como es Él. Pero el misterio del mal hace estragos en la vida de las personas que se dejan engañar y confundir por él. Las consecuencias de ese engaño y confusión están muy bien explicadas en la primera lectura que hemos escuchado. Adán y Eva, creados por amor y para amar, transgreden esa vocación y deciden quedarse con todo, dejando a Dios de lado. Sucumbieron al encanto del poder y la soberbia que los llevó a romper los vínculos con su Creador. Viviendo de espaldas a Dios, terminaron mal entre ellos, el lugar que habitaban se les tornó hostil, y empezaron a sentir el amargo sudor del trabajo y las lágrimas del dolor. Por la soberbia, la persona se auto expulsa de la relación fraterna con los otros, y se coloca por encima de todos, subyugada por el extraño placer que produce el poder. En lugar de estar al servicio de los otros y juntos alabar a Dios, el soberbio se sirve de los otros, se coloca en el lugar de Dios y así provoca solo caos y sufrimiento.

María es todo lo contrario del gravísimo error que cometieron Adán y Eva: ante la propuesta que le hace el ángel mensajero de Dios, la Virgen escucha, obedece y se pone toda a disposición de lo que Dios quiere: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. María no ofrece resistencia, en ella no hay nada que impida la llegada de Dios, ella es la pura y limpia, puerta abierta por la que Dios podía pasar sin tropezar con ningún obstáculo. También su esposo San José era un hombre que quería hacer lo que Dios quería para él, aunque su voluntad no coincidiera con sus proyectos personales. Abrirse a Dios, como lo hizo la Virgen y San José, y rezar de corazón a Dios “que se haga su voluntad” como lo decimos en el Padrenuestro, nos renueva por dentro, nos aleja del mal, nos devuelve la verdadera alegría de vivir, y nos hace instrumentos de paz y de bien con todos y para todos.

“Caminar juntos”, es la consigna que nos entrega el papa Francisco para el tiempo que nos toca vivir. Para ello, ha convocado un sínodo, que significa precisamente eso “caminar juntos”, para que recemos y pensemos cómo lo estamos haciendo en nuestras comunidades parroquiales, en los movimientos y asociaciones a las que pertenecemos, y qué tenemos que hacer para que ese “caminar juntos” sea una ocasión para escucharnos, para promover la unidad y la participación activa de todos: fieles laicos, personas consagradas, diáconos, sacerdotes, obispos. En una palabra, de ser una Iglesia más creíble y testimonial de la comunión, la participación y la misión. Sin embargo, recordemos que caminar juntos en la vida se aprende en la familia, ella es la escuela donde nos capacitamos para escuchar, para ponernos al servicio del otro y del bien común entregando lo mejor de nosotros mismos.

La familia de José, María y Jesús es un hermoso ejemplo para contemplar cómo se hace para enfrentar juntos las adversidades y cuidarse unos a otros. La confianza en Dios, esa certeza de que Dios jamás nos abandona si confiamos en él, es la condición indispensable para que Dios nos tome de la mano y nos acompañe con su gracia para atravesar los momentos difíciles. Así lo hicieron la Virgen y San José, y de ellos aprendió Jesús a confiar totalmente en Dios su Padre, aun en el momento extremo de su agonía: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Hoy, junto a nuestra tierna Madre de Itatí, tomemos la firme determinación de acercarnos y caminar más juntos: esposos entre sí, padres con sus hijos e hijos con sus padres, entre los compañeros y compañeras de trabajo, en la comunidad cristiana a la que pertenezco, para que la peregrinación que hicimos hoy se prolongue en gestos de amor y de paciencia, de perdón y de verdadera compasión por el otro, especialmente por el que más sufre, por el que está solo y aún por el que nos hace daño, para devolver siempre bien por mal. Así como Ella nos recibe tal como somos, hagamos nosotros lo mismo con nuestro prójimo, sin excepciones, porque todos somos peregrinos de una gran familia de hijos que se encuentran con su madre, un pueblo que peregrina con ella al encuentro con su Hijo Jesús, y todos juntos el encuentro con Dios, nuestro Padre que nos creó por Amor y nos espera con los brazos abiertos. María, Madre, nos hace “caminar juntos”, como lo hace una buena madre con sus hijos en este Adviento que nos prepara a la Navidad. Pidámosle a Ella que así suceda en nuestras familias y, de un modo muy particular, en nuestro pueblo argentino. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros.

 

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes

 

 

NOTA: A la derecha de la página, en Archivos, el texto como 21-12-08 Homilía Inmaculada Concepción - Itatí, en formato de Word.


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