PRENSA > HOMILÍAS

MONSEÑOR ANDRES STANOVNIK

Homilía para la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

Clausura del Año Jubilar de San Pablo, Corrientes, 29 de junio de 2009

La Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, nos hace sentir la unidad de la Iglesia universal, y al mismo tiempo nos pone en comunión con el Santo Padre Benedicto XVI, sucesor del Apóstol Pedro, a quien el Señor confió las llaves de la Iglesia, y quien rubricó con el testimonio del martirio su total adhesión al Maestro. Por ello, hoy nos sentimos muy unidos al Papa y oramos por él, para que el Espíritu Santo lo siga animando con la pasión misionera de Pablo, le siga dando fuerzas para guiar a la Iglesia y lo ilumine para confesar el nombre de Cristo con la valentía de Pedro.
En comunión con la Iglesia universal, clausuramos hoy el Año Jubilar de San Pablo, que vivimos para conmemorar el bimilenario de su nacimiento. Estamos profundamente agradecidos por la oportunidad de haber podido conocer más a este gran “apóstol de las gentes”, profundizar la sabiduría cristiana a través del estudio de sus cartas y, sobre todo, admirar su testimonio de amor apasionado por Jesucristo, que encendió más nuestro deseo de ser verdaderos discípulos y misioneros.
Estamos concluyendo el Año Paulino en nuestra Arquidiócesis con un gesto de unidad con todas las parroquias y centros pastorales, que en estos momentos celebran la Eucaristía en comunión con nosotros. Hacia todas ellas va nuestro saludo como expresión de unidad y como compromiso de ser fieles a la vida en Cristo, que recibimos en el bautismo. Quisiéramos que esa vida nueva se manifestara más efectivamente en el espíritu de compartir lo que somos y tenemos, renovándonos profundamente para alcanzar a tener el pensamiento de Cristo (cf. 1Cor 2,16). Pero, al mismo tiempo, compartir el gozo y la alegría de conocer a Jesucristo, nos impulsa irresistiblemente a la misión. Necesitamos ser una Iglesia con mayor ardor misionero, deseosa de dar a conocer a Jesús, de predicarlo a tiempo y a destiempo, con valentía aun cuando el anuncio contradiga “los esquemas” del mundo contemporáneo.
Pero para anunciar a Jesús, como lo predica la fe de la Iglesia, hay que animarse a conocerlo. ¿De qué conocimiento estamos hablando? San Pablo nos enseña que hay dos maneras de conocer: una con criterios puramente humanos y otra según el espíritu (cf. 2Cor 5,16). El primer modo nos da un conocimiento exterior. Podemos tener mucha información sobre una persona pero no llegar a conocerla realmente. Sobre Jesús podemos saber mucho, pero por el sólo hecho de acumular más o menos conocimientos sobre su vida, no nos asegura que lo conozcamos. Sólo con el corazón se conoce verdaderamente a una persona. Este conocimiento nos lleva al amor, a la comunión de vida, a darnos enteramente a aquel que enteramente se nos da a nosotros. Por eso, la cruz es la clave del verdadero conocimiento. Pero se trata de aquella cruz en la que contemplamos al Crucificado. San Pablo nos enseña este conocimiento cuando dice “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 19-20).
Tanto Pedro como Pablo confesaron la fe en Jesucristo con el testimonio del martirio. Conocer a Jesús es animarse a transitar la vida en el servicio a los demás, no por pequeñas cuotas con la esperanza de una inmediata retribución, sino en la donación total de sí mismo a los otros sin esperar nada a cambio. Ésa es la dinámica del amor y del servicio en clave cristiana. Ése es el misterio que celebramos en la Eucaristía.
El lema que nos acompaña e inspira nuestra preparación al Centenario: “Discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”, se ilumina con el testimonio personal de san Pablo. Él nos enseña que para conocer a Jesús hay que animarse al sacrificio de la propia vida, nada menos que a la medida de quien nos llama y elige para que seamos sus discípulos. Sólo así nuestra vida y nuestra predicación llevará a Cristo a los corazones de los que todavía no lo conocen o de aquellos que, habiéndolo conocido viven en la mediocridad y la indiferencia. La fuerza que impulsó a Pablo a la misión le viene de su conocimiento del Crucificado. Así lo atestigua cuando les recuerda a los corintios que él predica a un Cristo crucificado, escándalo para unos y locura para otros, pero fuerza y sabiduría de Dios para todos los que han sido llamados (cf. 1Cor 1, 23-24).
El símbolo de la Luz que es Cristo Resucitado que preside hoy esta celebración, ilumina nuestras mentes y corazones y nos ayuda a comprender la riqueza y la sabiduría que tenemos en la Santísima Cruz de los Milagros, signo de nuestra primera evangelización. Ante ella queremos renovar nuestro compromiso misionero, sintiendo con San Pablo que el amor de Cristo nos urge, nos empuja y no nos deja parar (2Cor 5,14), a fin de que el nombre de Cristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio que tenemos para ofrecer a las personas y a la sociedad (Aparecida, 14).
Que María de Itatí, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, nos conceda un gran amor a su divino Hijo Jesús, nos dé la valentía de confesarlo Mesías, el Hijo de Dios vivo, como lo hizo Pedro; y nos acompañe en la misión de darlo a conocer a los demás con el testimonio de nuestra vida, como lo hizo Pablo. Amén.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes


ARCHIVOS