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MONS. ANDRES STANOVNIK

Homilía con ocasión de la bendición del Santuario de Schoenstatt

Corrientes, 11 de septiembre de 2022

Hoy nos ha convocado un acontecimiento muy importante a los que estamos reunidos alrededor del Altar del Señor para proclamar la Palabra del Señor y participar de la Eucaristía: la bendición e inauguración de este nuevo santuario de Nuestra Señor de Schoenstatt y la entronización de la imagen de la Mater. Esta bella construcción física es el resultado de muchos sacrificios que contribuyeron a su realización, signo visible que revela una realidad más profunda, que a su vez justifica y embellece aún más aquello que hoy contemplan nuestros ojos: esa realidad es el santuario espiritual que todos estamos llamados a edificar.

El fundamento para edificar el santuario espiritual, que somos cada uno en particular y todos juntos como pueblo de creyentes, es la misericordia de Dios. Este hermoso santuario, como trono de gracias, es un lugar a donde acudimos los pecadores para sumergirnos en el amor misericordioso de Dios, que se refleja tierno y cercano en la imagen de María y por eso ella es la muy admirable. Tomados de su mano, dejemos que nos lleve al encuentro de la Palabra de Dios que acabamos de proclamar.

En la primera lectura (Ex 32,7-11.13-14) Dios se revela a Moisés con un corazón compasivo ante la obstinación e infidelidad de su pueblo. Poco a poco, ese pueblo pecador y rebelde fue experimentado la paciencia amorosa de Dios, que siempre estaba dispuesto a perdonarlos y a darles una nueva oportunidad. Luego, San Pablo le escribe a su discípulo Timoteo (1Tm 1,12-17) contándole cómo había sido tratado con misericordia y que, a pesar de su pasado escandaloso, ahora arrepentido se siente desbordado por la gracia y la confianza que Cristo Jesús depositaba en él. Por eso afirma que está convencido de que Jesucristo vino para salvar a los pecadores.

El Evangelio de hoy nos regala dos parábolas que nos llenan de consuelo y de esperanza, en las que Jesús nos habla de la compasión y la misericordia que Dios tiene con los pecadores. Para Él es más importante el que está extraviado y que al parecer ya no tiene posibilidades recuperación. La fiesta en el santuario es la fiesta de aquellos que parecían perdidos y fueron encontrados y llevados en hombros de regreso a casa. Es la fiesta que continúa luego en el cielo. Por eso, los peregrinos al santuario estamos llamados a “caminar siempre, en el corazón del Padre, hacia el cielo”, porque ya saboreamos desde ahora aquella felicidad que nos espera al final del camino.

Durante el camino, el santuario será un faro que nos recordará siempre dos cosas: una, que Dios es bueno y misericordioso con todos; y la otra, que el discípulo de Jesús, que ha experimentado el corazón compasivo del Padre, está convocado a ser con sus palabras y sus gestos un instrumento de la bondad y la misericordia de Dios. El lugar para empezar siempre de nuevo es su propia vida, luego su familia hasta llegar a aquellos a quienes Dios pone en su camino en el trabajo, en la escuela, en el tiempo libre. Y estará allí con la fina sensibilidad espiritual para estar atento, como Jesús, al que está lejos, al que piensa y vive de manera diferente, al que sufre y a aquellos a quienes nadie soporta. La recompensa a una vida así está asegurada y no tardará en llegar: se trata de la felicidad y la alegría que solo Dios puede dar.

Esa alianza de amor y de misión se selló definitivamente en el seno de María, santuario de Dios. Que esa alianza se extienda ampliamente a toda nuestra comunidad, tan amante y devota de la Virgen, Madre de Dios y de los hombres, a quien hoy encomendamos muy especialmente a nuestra Patria. Por eso, desde este santuario mariano nos unimos en oración por la paz y la fraternidad entre todos los argentinos y argentinas, intención que propuso nuestro Episcopado para este fin de semana, invitando también “a nuestros hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas y religiones”, porque estamos convencidos de que “la oración cura las heridas, levanta la mirada y nos hace testigos de fraternidad y diálogo sincero”.

A María, la tres veces admirable, nos encomendamos y le pedimos la gracia de ser santuarios vivos en el corazón de nuestra propia familia y comunidad, para ser testigos creíbles y audaces de que es posible caminar juntos sin dejar a nadie al margen del camino. Que así sea.

†Andrés Stanovnik OFMCap

Arzobispo de Corrientes


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