PRENSA > HOMILÍAS
(Evangelio: Lucas 12, 35-40)
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Nos reúne hoy la fe y el amor para despedir a nuestro hermano sacerdote, el Padre Juan Andrés Rojas, quien ha partido a la Casa del Padre después de haber gastado su vida al servicio de la Iglesia que peregrina en Corrientes. En este momento de dolor, la Palabra de Dios nos ofrece consuelo y esperanza: “Tengan ceñida la cintura y las lámparas encendidas... Dichosos los servidores a quienes el Señor encuentre velando cuando llegue” (Lc 12,35-37).
1. El siervo fiel que esperó al Señor
Este Evangelio, tan sobrio como luminoso, describe el modo en que el discípulo debe vivir su tiempo: en vela, con el corazón dispuesto al encuentro con Cristo. Así vivió el Padre Juan Andrés. No se cruzó de brazos, sino que mantuvo encendida su lámpara en los muchos servicios pastorales que asumió con generosidad: párroco entregado, capellán scout que sembró valores en generaciones de jóvenes, miembro del Consejo Presbiteral siempre disponible para el discernimiento común, formador en el Instituto Cardenal Pironio, acompañante de la Acción Católica y de la Renovación Carismática, asesor del Equipo Coordinador del Diaconado Permanente, integrante del Equipo Compartir Sacerdotal, consejero y guía de la Familia Secular Sacramentina, y capellán atento y cercano para la Policía Federal Argentina. ¡Gracias Juan por tu entrega!
Cada uno de estos ámbitos fue terreno donde su ministerio sacerdotal dio fruto: enseñando, animando, consolando y celebrando la fe del pueblo de Dios.
2. El duelo teologal del presbiterio
La partida de un hermano sacerdote no es solo un hecho humano que nos conmueve; es también un duelo teologal, porque toca la comunión misma del presbiterio. En él reconocemos un don que Dios nos confió y que ahora nos devuelve purificado y glorioso. El Concilio Vaticano II nos recuerda que “todos los presbíteros están unidos entre sí por la íntima fraternidad sacramental” (Presbyterorum Ordinis, 8).
Por eso, su muerte nos duele en el alma, pero también nos evangeliza: nos recuerda que nuestro sacerdocio no es posesión sino gracia; que servimos juntos a Aquel que un día vendrá a buscarnos. El Padre Juan Andrés nos deja el testimonio de un ministerio vivido con humildad, fraternidad y confianza evangélica.
3. Esperanza y acción de gracias
Hoy elevamos nuestra mirada más allá de las sombras del sepulcro. La fe nos dice que el Señor, que llamó a su siervo en la vida, ahora lo recibe en su Reino: “Les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los servirá” (Lc 12,37). Esa promesa de Jesús se cumple hoy para nuestro hermano.
Damos gracias por su vida sacerdotal, por su entrega sin estridencias, por su fidelidad en lo pequeño y lo cotidiano, por su corazón de pastor. Damos gracias también porque su paso entre nosotros nos anima a mantener las lámparas encendidas, aguardando al Señor con el mismo ardor que él supo cultivar.
Queridos hermanos: que este momento de fe nos fortalezca como presbiterio y como Iglesia. Que María, Madre de los sacerdotes, acompañe con su ternura a quienes lloran su partida, y que el Buen Pastor lo reciba con las palabras del Evangelio: “Dichoso tú, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
Amén.