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MENSAJE PARA LA PASCUA DE RESURRECCIÓN 2019 Bautizados y enviados a anunciar: ¡Cristo vive!


La Pascua cristiana es el paso de la muerte a la vida que realizó Jesús, el Verbo hecho carne en el seno virginal de María, profundo misterio al que asoció la familia humana y la creación. Jesucristo es el vencedor de toda corrupción, del pecado y de la muerte. Porque fuimos bautizados en él, exclamamos llenos de gozo: ¡Cristo vive, él es nuestra esperanza! En su nombre fuimos enviados a anunciar al mundo que no pertenecemos al reino de la muerte sino al reino de la vida. Vida nueva que surge poderosa e indestructible de Jesucristo resucitado de entre los muertos. Sumergidos en las aguas del bautismo, resurgimos a esa vida nueva que por gracia compartimos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

“No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 6), fue la palabra que escucharon aquellas mujeres que fueron de madrugada a embalsamar el cuerpo de Jesús y no lo hallaron. Desconcertadas por lo sucedido, sin embargo, ponen atención a la pregunta: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” Y la respuesta es inmediata: “No está aquí, ha resucitado”. Jesús está vivo y quien se encuentra con él y lo acoge, ya no pertenece al reino de la corrupción y de la muerte, sino al reino de la justicia, del amor y de la paz. Por eso, a Jesús no hay que buscarlo entre los muertos, ese ya no es su lugar: ha resucitado y está vivo para siempre. Y como aquellas primeras madrugadoras, también el bautizado, cautivado por la presencia viva y transformadora de Jesús, se lanza con audacia y fervor a anunciar que Jesús vive.

Vive Cristo, esperanza nuestra
“Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo”, son las primeras palabras del papa Francisco en su reciente exhortación postsinodal, dirigida especialmente a los jóvenes, pero al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios. Este anuncio pascual, así como rejuvenece y cambia radicalmente la vida de aquel que lo recibe, así también ha partido la historia humana y la creación entera, en un antes y un después. Jesús resucitado ha colocado definitivamente y para siempre al ser humano, así como fue soñado y creado Dios, en el centro del universo. Nada ni nadie estará por encima de él, solo su Creador y Padre, que lo ha rescatado mediante su Hijo de la corrupción, del pecado y de la muerte. De aquí se deriva la dignidad sagrada e inviolable de toda vida humana.

Los que fuimos bautizados, también somos enviados. Bautismo es comunión y envío es misión. No hay bautismo sin envío a la misión. San Pablo les dice a los bautizados que se “consideren muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rm 6,11). Y la misión consiste en abrazar la Pasión de Jesús y ponerse en camino con él hacia la Resurrección. La misión así entendida implica animarse a entrar en una dinámica espiritual de amorosa entrega y sacrificio de sí mismo; de audacia y fervor para no quedarnos en la comodidad de la orilla; “No tengan miedo” (Mc 6,50), porque “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).

“Junto a la Cruz y la Virgen: bautizados y enviados” es el lema que nos propusimos para responder a la convocatoria del papa Francisco al Mes Misionero Extraordinario, por medio del cual el Santo Padre desea dar un renovado impulso al compromiso misionero, porque ¡la fe se fortalece dándola! Necesitamos salir y anunciar que Cristo vive, que la vida tiene sentido y está cargada de esperanza, aun allí donde la cultura de la muerte domina y canta su efímera y lúgubre victoria. Dirijamos nuestra mirada a Cristo crucificado, dejémonos abrazar por su infinita bondad y perdón, que su corazón traspasado de amor derrita en nosotros todo sentimiento malo y nos convierta en misioneros de su misericordia.

Cuál es la “pascua”, el paso que debemos dar en nuestra vida cotidiana
Acerquémonos sin miedo a las personas y lugares donde los gritos de la pasión de Jesús continúan desgarrando su carne en la carne de tantos hermanos y hermanas angustiados, porque no les alcanza para comer y para vestirse, sin trabajo o con un empleo inestable y mal pago; en los que sobreviven y duermen en nuestras calles y plazas; en tantos niños, adolescentes y jóvenes desquiciados por la droga y trastornados por la violencia; en el maltrato intrafamiliar acentuado por la agresión y descalificación recíproca; la cultura del abuso que se descarga sobre la mujer y las personas vulnerables como son los niños y los pobres; y tantas otras situaciones inhumanas que vemos todos los días.

Finalizada la Cuaresma, es muy importante que los bautizados nos preguntemos cuál es la “pascua”, el paso que debemos dar en nuestra vida cotidiana, en los vínculos con los familiares más cercanos, con los compañeros de trabajo, con los amigos y, especialmente con aquellos con los que estamos distanciados, o a aquellos hacia quienes, tal vez, jamás me nos hemos acercado. Recordemos que la nota que distingue al cristiano es la permanente disposición a perdonar, aun a los enemigos, porque así lo prometemos al rezar el Padrenuestro: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El perdón es el extremo opuesto a la venganza, al odio y al resentimiento. A propósito de la pecadora, que entró a la casa del fariseo donde éste había invitado a Jesús a comer con él, y le ungió los pies a Jesús, los besó y los secó con sus cabellos, Jesús se dirige al fariseo y le dice que a esa pecadora “le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho. Pero a quien poco se le perdona, poco ama” (Lc 7,47).

La convicción de Jesús, fundada en la intimidad de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, es que solo el amor tiene poder de perdonar. Pero el amor y el perdón no es solo una cuestión individual o interpersonal, va mucho más allá hasta abarcar la totalidad de la convivencia común. Por ello, urge tomar conciencia del perdón como virtud política y Dios quiera que también como derecho humano. Así, el perdón será el mecanismo más efectivo para garantizar el respeto sagrado a la dignidad de la vida y del ser humano y facilitar así, la vivencia y el goce de los derechos humanos. Estamos urgidos por el compromiso de generar una fuerte cultura de paz, fundada en el perdón y la reconciliación, que permita una auténtica comunicación del encuentro (Es.Pe.Re, Escuelas de Perdón y Reconciliación).

El Amor que vence sobre cualquier forma de corrupción y de muerte
Antes de concluir, quisiera destacar algunos gestos pascuales que suceden entre nosotros, son dignos de admiración y contienen una significación ejemplar. Las personas, la mayoría entre ellas jóvenes, que asisten a hermanos y hermanas nuestros que viven en la calle con un plato caliente y les brindan, además, una afectuosa cercanía; aquellas mujeres que dan de comer a cientos de niños y niñas en los comedores, haciendo verdaderos prodigios para que el alimento llegue a todos y todos los días; aquel emprendedor o empresario pequeño o grande que hace todo lo posible para no despedir obreros y no cerrar la fuente de trabajo; los enfermos y ancianos que soportan con paciencia sus limitaciones, y ofrecen sus dolores y su oración unidos a la pasión de Jesús, a quienes jamás conoceremos y probablemente tampoco serán noticia en los medios; a los voluntarios y voluntarias que sirven en las diversas asociaciones eclesiales, religiosas y civiles, quienes con su servicio mitigan las carencias de sus hermanos, ayudan en su promoción humana, entregando sus talentos, su tiempo y con frecuencia también sus bienes; por último, no con la intención de completar la lista, sino solo de señalar a modo de ejemplo, destaco el profundo valor humano y evangélico de aquel varón o de aquella mujer que logra perdonar a su agresor, porque no hay otro camino más eficaz para trabajar por una cultura de la vida y del encuentro que el perdón. Cualquier otra solución es engañosa y conduce inevitablemente a la violencia. Perdona solo aquel que experimentó el perdón en su propia vida.

Morir sin resentimientos y perdonando aun cuando sobre ellos se descargó el odio feroz que terminó de un modo cruento con sus vidas, los mártires riojanos que serán beatificados próximamente, se convierten en una presencia luminosa y un mensaje categórico del amor que vence sobre cualquier forma de corrupción y de muerte. Que ellos intercedan por nuestro pueblo y nos ayuden a superar los enfrentamientos y desencuentros que nos impiden el diálogo sincero y constructivo.

Bautizados, sumergidos en la Vida nueva del perdón y de la misericordia de Dios, somos enviados a anunciar con nuestras palabras, junto a la Cruz y la Virgen, que Jesús resucitado hizo posible para todos la alegría del perdón y de la fiesta; y a cooperar con nuestro testimonio y nuestro esfuerzo en fomentar la amistad social y promover la cultura del encuentro.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

†Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes



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